lunes, 24 de septiembre de 2018

El círculo del amor




Vacío mi alma y saboreo su nombre. Amapola. Ella. Hay días donde el recuerdo se presta al habla. Almaceno insignificantes momentos y otros que debí cercarlos quedaron escurridos en la ceguera del deseo adolescente.
Después de pasar varios años de su corta existencia dando tumbos de un lugar a otro, con una madre que confundía el amor de un hombre, con la necesidad de no sentirse sola. Ésta, finalmente, optó por renunciar al único amor verdadero que hallaría en su vida.
Todo el pueblo hablaba sobre aquello, es lo que suele pasar en las comunidades pequeñas, observar y criticar es más sencillo que admirar los errores propios. Prejuzgar antes si quiera que a uno lo señalen. La hija de Asunción después de tantos años había vuelto al pueblo y no a pedir ayuda o quizás a preocuparse de una mujer mayor que necesitaba ya de cuidados, sino que vino para abandonar a su hija. Se había enamorado, otra vez; y sentía celos de ésta.
Durante un tiempo ambas mujeres, abuela y nieta se desvanecieron. Asunción debía tener miedo de que en el pueblo las señalaran, pero no podían esconderse enteramente, así que al tiempo se descubrió. Sola, en un banco de la plaza, lugar que frecuentábamos los más jóvenes, nos observaba de reojo, pero el miedo infundado de los que se suponía que la querían le impedía relacionarse con el resto. No diré que fui yo el que propició el encuentro, nunca tuve esa clase de valor por el que a uno lo admiran. Fue mi hermano. Se acercó temblorosa, despertando en mí sentimientos que hasta la fecha desconocía, ternura y protección. Francisco al darse cuenta de su estado y para reconfortarla le apretó el hombro y de nuevo sentí otro extraño sentimiento, celos, de no ser yo el que la resguardara. Pocos días bastaron para que se integrara. Era bonita, dulce, portadora de una tímida sonrisa que cuando salía a relucir mostraba unos preciosos hoyuelos, símbolo de una niñez perdida.
En ese momento agradecí al destino y sus extrañas razones, a partir de allí nos hicimos inseparables, venía casi todas las tardes a casa, nos pasábamos horas sin hacer poco más que balancearnos en el columpio del jardín trasero, solos. Ahora que lo recuerdo, nunca supe más de ella que lo que mi madre le explicaba a mi padre, habladurías; de esas que guardan un halo de maldad a la par que lástima. Poco me importaba.
Entre silencio y silencio lanzaba pesarosos suspiros, fueron estos los que terminaron de adueñarse de mi corazón. La necesidad que se estaba despertando crecía con más voluntad. Tenerla cerca, oler el perfume que despendía, a flores, a piel limpia. Hizo que los largos meses que se sucedieron me descubriera expuesto, molesto. El letargo de la niñez se desvanecía. Amapola hizo que deseara, que la deseara. Pero no parecía darse cuenta de ello o no quería, yo por el contrario moría de ganas de mostrarle mis sentimientos, mi necesidad, el ciego y anhelante amor que me desequilibraba. Pero el miedo a una negativa, a perder aquello que simbolizábamos me impedía dar ese paso.
No hizo falta.
Una simple nota sellaría el futuro de ambos o quizás solo el mío. El encuentro fue rápido, precipitado, apenas guardo un digno recuerdo de aquella noche, donde la magia debería habernos alcanzado, yo era joven, muy joven. Ella también, pero en aquel arrebato se notaba más acostumbrada a lo que yo en ese momento le entregaba. No pude más que seguirla en aquella basta precipitación, avergonzado del poco control ofrecido, un reclamo del que no me arrepiento, pero del que sí debí intuir las señales, los mensajes contradictorios que enviaba.
Durante semanas no supe nada de Amapola, lo intenté, pero desapareció. Horrorizado creí lo peor, miles de conjeturas y desvaríos rondaban incesantes por mi cabeza: había sido poco cuidadoso, seguro que le habría hecho daño, me amonestaba y castigaba. En ese lapso de tiempo mi vida se convirtió en un infierno, no podía dormir, no sabía qué hacer, solo quería disculparme, verla. Saber de ella, confirmar que estaba bien. Estar a su voluntad. Le hubiese dado todo lo que era, si con ello podía ganarme su perdón y volver de nuevo a compartir todos aquellos silencios. 
El destino obró de nuevo sin que yo hiciera nada por contradecirlo y quizás concediéndome el reclamo que con tanta esperanza solicitaba. Una tarde apareció su abuela, me miró con desprecio y solo quiso hablar con mi madre. No pintaba nada, sentí que no era así que tenía mucho que decir. Si ella estaba allí, era a causa de los errores cometidos, yo podría yo… pero no se me permitió la entrada, simplemente se me dio una orden, la cual acaté.
Nos casamos, estaba embarazada. Nuestro matrimonio era una ilusión por mi parte, una reconciliación por la suya. Nunca más volvió a pasar lo de aquella noche, tenía miedo de volver a perderla, así que bajo el abandono escondí el abrigo del deseo, Amapola a su vez, se excusó con el embarazo o puede que en el despreció que sentía hacia mí. La culpa y el remordimiento es un pago demasiado alto.
No diré que aquello fue lo que esperé de un matrimonio, yo crecí en un hogar donde siempre existió el cariño y la muestra de él, por el contrario en el nuestro apenas se intercambian concisas palabra. Lo único que abracé con fuerza fue el regalo que me dio, mi hija. Me alimentaba del inmenso amor que sentía por ella, de la alegría de verla crecer, adoraba la viveza y consuelo que desprendía y mi alma se contentaba con aquello. Con el infinito afecto que completaba a mi solitario corazón. Era lo único que amedrantaba a esta efímera e insustancial existencia. Lo que no comprendía era porque nuestra hija no quería estar con su madre. Aquello fue lo que empezó a romper nuestra mentira, a ella, a nuestra pequeña Julia no podía culparla. Pero nunca se lo dije. Simplemente la distancia que había entre nosotros se amplió.
 



Los años pasaron. Durante una época quise creer que el tiempo curaría el error, que un día miraría a su hija y se enamoraría perdidamente de ella y quizás, solo quizás también lo haría de mí. Un sentimiento desesperado del que nunca se ha sentido querido, allí me encontraba. Frágil ante el inexistente atisbo de anhelo. Pero lo único que conseguimos fue alejarnos más. El yerro que sentí durante tanto tiempo se fue apaciguando y ante nosotros se manifestaron otros sentimientos, rencor y desconocimiento. En aquella etapa de descubrimiento al fin pude abandonar a la culpa. Empecé a darme cuenta de pequeños detalles, sonrisas que otros se ganaban y por el contrario las castas y ásperas miradas que a nosotros se nos ofrecía. Caricias veladas en escuetos saludos, que aguardaban más pasión del que nunca tuvimos. He de confesar que perdí el poco respeto que podía tenerle, odié los segundos de aire compartido y desprecié sentir que había sido una simplemente moneda, una oportunidad. Un iluso que creyó ser un monstruo.
Y el valor al fin me alcanzó.
—Amapola, tenemos que hablar. —Temblaba de miedo, pero esta vez no había ninguna mano que reconfortara. En realidad nunca la hubo.
—Ahora no puedo, he quedado que me recogería tu hermano, para llevarme… con tu madre. Ya sabes que los miércoles vamos al centro juntas.
—Hoy no irás.
—¿Perdona? —me miró después de meses sin hacerlo, con incredulidad, pero allí estaba, una mirada; lo que siempre deseé— No digas tonterías, me esperan.
—Hoy no irás —repetí— tenemos que hablar. Esto —nos señalé a ambos— no funciona, la realidad es que nunca lo ha hecho y ya no puedo seguir enamorado de una imagen proyectada, de esta mentira que hemos creado y de la culpa que me ha corroído durante diez años. Tú quisiste que aquello pasara, lo propiciaste. Nunca entenderé las razones ¿por qué? Dímelo.
—Tengo que irme, Fran me espera. —cogió el bolso a toda prisa, quería huir.
—¡No! —Grité y entonces lo supe, todo encajó. Todas sus sonrisas, sus palabras, sus gestos solo tenían un portador. Volví al pasado a aquellas tardes que venía a casa, las que creí que era por mí, los suspiros que lanzaba mirando hacia la casa. Todo se materializó. —Es de Francisco.
—¿El qué?
—La niñ… -No me dejó terminar.
—¿Qué? Cállate no digas eso. ¡Cállate!
Nunca comprenderé porque reaccioné con tanta tranquilidad, no entré en cólera ni arrebaté con todo lo que nos rodeaba, supongo que ante mí se liberó el remordimiento que tanto tiempo me había ahogado, por fin podía respirar y la condena de aquel niño que un día fui se apaciguó, se perdonó. Solo quería saber la verdad.
—¿Seguís viéndoos? —No contestó, pero su cara la delató.
—Dime entonces, ¿por qué no te casaste con él? ¿Por qué me engañasteis?
—Él… él no quería hacerse cargo y yo tenía miedo, ya sé lo que es vivir de un lado a otro, conformándote con cualquier cosa, y tú… tú me mirabas con añoranza, no podía, no quería…
—Entonces, solo se trataba de ti.
—Y el bebé, la niña merecía más de lo que yo tuve.
—¿Yo no merecía nada?
—Intenté quererte.
—No es verdad, no lo hiciste. ¿Por qué sigues con él?
—No fue inmediato, tardé meses en volver a aceptarlo. Pero es que yo, yo… le amo. —Ese fue el único momento en que la vi avergonzarse.
—Pero él no, te recuerdo que se casó con otra. —Fui cruel, pero la realidad era necesaria. Después de haber sido un peón, ni siquiera existía entre ellos algo que fuera real. Algo que merecería o justificara el dolor de otros.
—Sé lo que soy para él, pero igualmente lo acepto. —Le caían las lágrimas puede que por verse descubierta o porque todo ante ella se desmoronaba. Pero en ese punto solo veía que ya no era mi responsabilidad y lo sentía, pero durante todos estos años no tuvieron ningún reparo o lástima de lo que pudiera sentir.
Temí que esperara que todo siguiera igual, lo nuestro nunca existió y lo único que me importaba era la niña, mi hija, porque sí lo era, desde el momento en que me enteré del embarazo.
—Esto se ha acabado, si así me lo pides y por respeto a nuestra hija Julia, no explicaré las razones. Puedes ir a vivir y hacer con tu vida lo que quieras, pero no seguirás bajo este techo, tú lo has dicho; la niña merece más de lo que tú tuviste. Ahora eso sí, cuando veas a mi hermano dile que no quiero que volváis a acercaros a nosotros.
—¡Por favor! No digas eso, yo, lo haré mejor ahora. Cuidaré de ti y de la niña te lo prometo, pero no me dejes. —La realidad del futuro le sobrevino con ansiedad.
—¿Qué no te deje? ¿Cuándo hemos estado juntos? Una sola noche. De la que obtuve una penitencia de dolor e ignorancia, me hiciste creer que había cometido una atrocidad. Ya he pagado ese precio, Amapola. No estoy dispuesto a aceptar nada más. Pudiste decirme la verdad, no hubiera permitido que te quedaras sola. Pero tu elección fue someterme y maltratarme haciendo creer  lo peor. Y no solo eso, ¡joder! Es mi hermano. ¿Crees si quiera que quiera o pueda estar cerca de ti? Vete y te prometo que te seguiré respetando como la madre de Julia. Pero no te atrevas a pedir nada más. Nunca. —Se marchó.
No he vuelto a saber de ella, no se quedó en el pueblo, supuse que mi hermano se desquitó y la volvió abandonar a su suerte, para Francisco estar con Amapola nunca fue una opción. No le importó que ella lo antepusiera ante otros. Ante todo. Que su amor hacia él fuera de renuncia a los demás. No he vuelto a hablar con mi hermano, el egoísmo tiene diferentes capas, en él descubrí demasiadas, dudo que un día pueda perdonarlo. Nuestra hija dejó de preguntar por su madre a los pocos meses, los lazos que creó con ella fueron frágiles, nunca supo proveer y recibir amor. A veces me pregunto si es que no le enseñaron lo que significaba el amor, luego al revivir el tiempo que pasó con nosotros comprendo que confundió lo que éste simbolizaba. Por eso solo espero que allí donde esté, sepa cuidarse y valerse por sí misma. Ya no puedo guardarle rencor.
Han pasado muchos años, los recuerdos se entremezclan en este hoy, donde mi pequeña Julia cumple veintisiete años, es una mujer inteligente, independiente, amable y cariñosa. Estoy orgulloso de ver en lo que se ha convertido, pero sobre todo agradecido, porque ella, mi querida hija, ha roto ese círculo amargo donde el egoísmo residía con fuerza e imposibilitaba amar correctamente.
 

martes, 18 de septiembre de 2018

El top cinco de los paradigmas




Hay tantos tipos de persona como de clientes, así que he decidido que hoy voy a hablaros de estos últimos. Siempre desde el cariño, pero en clave de humor y con la exageración por delante, bueno, a veces la vida en sí es tan dramática que no es necesario ponerle mucho aliciente. Pero recordad que esta entrada está hecha con mucho afecto y para reírnos que en la época que vivimos buena falta nos hace. Y sobre todo es para aquellos que trabajan cara al público, todo mi apoyo; es para vosotros:


El ansiosito

Este suele ser un perfil muy peculiar así que lo mejor será representarlo: 

<Suena el teléfono> son las 8:59h 

—Buenos días, ¿dígame qué necesita?
—Soy___, necesito que___ me llame. Es muy urgente, tengo que obtener repuesta hoy mismo.
—Muy bien, no se preocupe en cuanto le pase nota a___, le llamará. 

Te dispones a colgar el teléfono mientras vas apuntando los datos de la llamada, cuando… 

<Vuelve a sonar el teléfono> 30 segundos más tarde. 

—Buenos días, ¿dígame qué necesita?
—Soy___, tengo que hablar con___.
—Disculpe, ¿usted no acaba de llamar hace un minuto? —La cortesía aunque a veces es complicado retenerla nunca debe perderse.
—Sí, y todavía no me ha llamado.
—Bueno, si, lo sé; no se preocupe tengo que pasarle la nota. Hoy sin falta se le proporcionará la información. 

No te da tiempo si quiera a mirar a la compañera para decirle, qué le pasa; que vuelve a sonar el teléfono, como ya te hueles que será la misma persona antes de cogerlo miras la centralita. Bingo, es ese número. Así que ya con un tono un poquito más agrio porque no puedes pasarte todo el día jugando a ese juego te diriges directamente a él. 

—Disculpe Sr.___, tiene que dejar un margen de tiempo para que avisemos a___, sino es imposible que se le pueda comunicar su reclamo. Estése tranquilo, hoy mismo le llamará.
—Pero es que es muy urgente, tengo que hablar con___.
—Lo sé, y lo hará; será precisamente___ quien le devuelva la llamada, no se preocupe. 
 

El don't worry be happy

Este suele ser un perfil que pasa bastante de todo, la vida hoy por hoy o por lo menos lo que viene a ser en el sector donde trabajo funciona a plazos, es decir hay días del mes que existen obligaciones que si no se cumplen pueden generar problemas, feos; horribles. Pues bien, este tipo de cliente está por encima del bien y del mal, no suele gustarle mucho que lo aprietes o le requieras documentación y si lo haces siempre te engaña con el —mañana mismo te lo envío— que es sinónimo a —espera un par de semanas, pero recuerda: tienes que ir detrás de mí e ir requiriéndomelo, necesito de esa atención— Una vez por fin te lo trae, a último momento; porque no podía ser de otra manera su comportamiento inicial varia. Desconozco las razones posteriores que lo impulsan a comportarse de ese modo, pero se transforma del doctor Jekyll al señor Hyde, al cabo de un par de horas te está pidiendo el resultado. Más bien lo exige. Allí es donde no sabes si reír o llorar, lo que si atesoras es la ansiedad del primer perfil.
 

El de la duda irrisoria

Este tiene un poco de los dos anteriores por una parte durante toda la semana ha pasado de ti, pero un viernes antes de que te marches para casa y puedas disfrutar del ansiado fin de semana, se le enciende la lucecita y te envía una consulta. Por tu parte, sabes que no deberías abrir el correo 2 minutos antes de irte, pero tienes que hacerlo, sino no te irás con la tranquilidad del trabajo de la semana finalizado. ¿Y qué te encuentras? Pues con nada más y nada menos que un correo de carácter urgente y una nimia pregunta, sin importancia vamos, cómo podría ser un problema matemático todavía no resuelto y claro, necesitas revisarlo con un argumento sólido, entendible y correcto. Es decir, que te acabas marchando mucho más tarde.


 

El ególatra

Todos precisamos de atención, todos. Es algo que en mayor o menor escala el ser humano necesita. Luego está este otro tipo de perfil y es el que lo necesita más que respirar. Suele oler cuando te encuentras en una situación complicada, como puede ser que estés en ese momento sola con varios frentes abiertos; porque la compañera está realizando gestiones, o quizás estés confeccionando un envío importante y cruzas los dedos para que la página no caduque o se bloquee. Entonces cual urraca acechadora, ¡zas! Aparece. Y da igual las veces que le digas, <disculpe> <un momento por favor> <ahora mismo lo atiendo> eso no lo limitará o sentirá lástima de ti, no, todo lo contrario le proporciona alimento y más ganas de seguir en su hazaña. En ese momento simplemente eres comidita para su estómago, quiero decir; ego.
 

Y el VIP

Este es el mejor de todos, le tengo una estima casi reverencial. Es un tipo de cliente que lo lleva todo al día, a tiempo; correctamente. Siempre atiende a tus reclamos que al final son los de él, sin ningún problema. La verdad es que son de un motivador que gratifica y que regala suspiros de agradecimiento. Como en la vida misma cuando alguien te saluda, te da las gracias o pide por favor. De esos.
 
Aunque para ser sincera se les quiere mucho a todos, porque como en las familias, siempre tiene que haber de todo un poco, eso marca la pauta y la diferencia. Bueno, a los ansiositos no tanto, la verdad.

Y vosotros, ¿os habéis cruzado con alguno de ellos? ¡Oh, no! Por favor, no me lo digáis, ¿sois uno de ellos? ;)
 
 

jueves, 13 de septiembre de 2018

Reseña: Irreal, como la vida misma - Josep Mª Panadés

A ver, cómo empiezo con esta entrada… bien, recuerden chic@s que reseñar no es lo mío, para esto y no hay más prueba de ello y es que las lecturas que he tenido en estos últimos dos años podría decirse que son recomendaciones de otros blogs, buenísimos por cierto ¿cuáles son? Pues fácil, los encontraréis a la derecha; allí, sí, sí; no hay pérdida, si los seguís seguro que no falláis en elección. Pero de ahora en adelante voy a permitirme el descaro de reseñar algunos libros de amigos y compañeros, ya lo hice una vez y tan mal no salió. Engañadme si es necesario, ;)

El autor de este libro no es otro que nuestro querido compañero JOSEP Mª Panadés, ¿dónde lo encontramos habitualmente? En su blog: http://jmretalesdeunavida.blogspot.com/, allí podréis disfrutar de relatos cortos y largos, aunque no se limita solo a eso, no, no, eso sería demasiado práctico y sencillo; también da otras opciones de lectura en su otro blog: http://jmcuadernodebitacora.blogspot.com/, donde encontramos reflexiones y vivencias personales.

Y ahora sin más dilación y con el libro entre mis manos os comento lo que sentí al leer su obra. Si hay algo que me gusta de un libro es sentir que los personajes son mundanos, que la historia que se está fraguando entre líneas tiene una parte de posibilidad. La sensación de que se abre un mundo de acontecimientos y que ese personaje y su comportamiento son sinceros, que se puede vivir a través de él y dentro de la ficción del relato (esperemos  que muchos de estos argumentos no sucedan) se perciba que el escenario tiene un porcentaje de casualidad, de vida. Supongo que es una manía personal, pero los matices y el fondo de las personas es algo que me apasiona. Y eso es justo lo que sucede en estos 55 relatos, uno puede ver y vivir por y para los personajes. Concebirlos cercanos, probables. Pero como no quiero desmenuzar las historias y soy muy capaz de ello, me limitaré a poner un fragmento; ya que últimamente ando aprisionada en el afán introspectivo lo he releído en varias ocasiones, si os parece en cuanto lo localicéis decid el título.

<<Se siente extraño, muy extraño, como si sufriera un desdoblamiento, no sabría cómo explicarlo. Es como si lo estuviera viendo todo desde fuera, de una forma extracorpórea, como si su cuerpo y su alma se hubieran separado por un momento y fuera ésta la que estuviera visionando, desde otro plano, la película de su vida>>

¿Lo veis? Como para no continuar leyendo.

Ya para terminar comentaré que lo mejor de leer relatos, es que cada historia es diferente a la anterior, por lo que es idóneo para hallar el final en cada capítulo; sobre todo si uno es un poco ansioso y cuando le gusta mucho un libro no puede parar hasta saber qué sucede. Esto nos permite más horas de sueño, todos en algún momento hemos perdido muchas de éstas. ¡Por un dormir, digno!

Así que lo recomiendo fervientemente. Cada relato contiene el sello indiscutible de Josep Maria, en ellos encontramos: drama, terror, suspense, romanticismo… Un gran abanico de géneros y sorprendentes giros que no esperamos. El del párrafo nombrado así lo demuestra... ya tenéis ganas de saber la razón, ¿verdad?




Por cierto, ¿a qué huele? Mmmm… ¡vaya! Ya me habéis pillado con el mazapán en la boca. Las navidades están a la vuelta de la esquina, ¿qué mejor regalo que un libro? Nada, de nada.


martes, 4 de septiembre de 2018

La hora del dolor

 


Fragilidad que se ampara en el desconsuelo. Aguarda salvaje, solitaria en el destierro de los sentimientos convulsos, ocasionados por la sutileza de la dejadez. Incomodidad que alumbra como una muestra contaminada del pasado. Sonrisas que se desnudan a destiempo, nostalgia de abrazos que difieren cautivos, perdidos. De aquél, aquél.
 
Aviva la mentira, subsiste entre calcomanías, en la hipocresía de los gestos que se alimentan del miedo. Ése que un día apareció y por alguna extraña razón ni quiso ni dejó que se marchara. No reniega de él, a veces le agradece las respiraciones que le concede; pesa, pero forma parte de este ahora indescifrable donde la culpa y el remordimiento le muestran lo que es. Una emoción perpetuadle, inanimada. Un triste holograma. Ser, sentir, perder; no, esta opción ya no existe. La comodidad quedó relegada e instituida como un mal hábito. Se estableció en un bando donde la ofensa quedó dilapidada.

Agudeza del destierro, pávida sombra. Un susurro, un canto a la niñez que recuerda la viveza y se adentra en un punto de no retorno. A aquél, aquél. Sueños lucidos, pesares sosegados en el silencio de la vergüenza. Hoy vuelve a mirar donde la oscuridad ansía con demora y lo que encuentra es el mismo eco desconsolado que nunca tendrá mañana. Que se abriga en la penumbra del llanto y vierte sin ternura su inquietud. Resguardada por la candidez de las consecuencias sigue siendo ese aquél inacabado.