martes, 17 de diciembre de 2019

Cuento invertido: La ratita presumida o mejor dicho, el juego de las vanidades






─Me lo habéis prometido ─todos callaron, expectantes, con cara de no haber roto nunca un plato, y creyendo que así conseguirían manipularla. Tenían razón.

─Si tata, pero tienes que entender que a nosotros nos interesa todo lo referente a la familia ─insistió con remilgo ─era la sobrina más pequeña, pero su voz se hacía escuchar más fuerte que las demás, reclamaba todo aquello que quería sin ninguna vergüenza.

─Lo sé, pequeñaja. Pero la semana pasada apenas dormimos unas horas y luego el domingo anduvisteis atolondrados, luego la yaya me riñe porque no descansáis, así que esta es la última vez, todos al catre, ¡venga! ¡colocaros! ─mirándolos con falsa autoridad intentó no en vano hacerse la interesante.


<<¿Os acordáis de las Navidades pasadas? Cuando la tía Gertrudis explicó aquella historia de la ratita presumida. ¿No? Ya veo, aunque os hagáis los despistados a mí no me engañáis, desde luego sois unos pilluelos de mucho cuidado, está bien; os diré que después de eso indagué un poquito sobre la historia, me pareció que el cuento tenía algunos flecos que no casaban, y recordaba que en el diario de nuestra tatarabuela había algunas anotaciones que no se tuvieron muy en cuenta, así que me puse a ello, pero os confieso que encontrar justo ese escrito fue una ardua tarea, en la que las telarañas acompañaron mis pesquisas, así que ahora os pediré que os mantengáis en silencio y escuchéis atentamente, ya que hoy descubriremos otra verdad velada entre mentiras.>>


Hace muchos, muchos años en una remota villa existió una acaudalada familia de ratones, en aquellos tiempos donde el mercadeo y los trapicheos no eran vistos o simplemente detectados como correspondía, esta familia consiguió hacerse un nombre, un hueco en la alta sociedad, se codearon con los que se creían que eran importantes, comieron y vistieron como si fueran uno más de ellos, eso sí, a costa del beneficio de otros, pero como siempre pasa o debería, hubo una denuncia y posteriormente un encarcelamiento, eso hizo que todas las riquezas y bienes fueran embargados y más tarde entregados a todos las víctimas que habían sufrido dichas estafas.

Y es ahí donde verdaderamente empieza la historia de nuestra ratita, una niña que había coexistido entre algodones, en la que solo obtenía atención, regalos y palabras de agradecimiento. Nunca una reprimenda. A la larga ese hecho la convirtió en una niña malcriada que estaba acostumbrada a conseguir todo lo que quería solo porque ella así lo decidía, el problema es que al no darle valor a las cosas, no entendía de esfuerzo y como tal la pataleta estaba asegurada. Y eso es lo que pasó, la familia venida a menos no pudo seguir sufragando todos los gastos que ella requería y al verse en una posición tan precaria decidió que en vez de ponerse a trabajar como todo ser honrado buscaría un marido con posibles.

Era toda una belleza. A corta distancia no solo la lindura la acompañaba, seguía conservando los ropajes de otros tiempos como el lazo rojo del que tanto se ha hablado, y que en verdad nunca se quitaba, así que vestía y se comportaba como una auténtica princesita, pero es que también sabía entretener y divertir a unos y otros, y eso hacía que el encanto fuera un juego asegurado. El primero en intentar cortejarla fue un gallo, el Sr. Quiquiriquí estuvo durante días señalándole lo bonita que le parecía, que con él madrugaría todas las mañanas, verían los primeros rayos de sol y le cantaría palabras de amor a cada momento. Como os imagináis nuestra ratita eso de madrugar le pareció de lo más ordinario, así que declinó la oferta al momento. Con este fuera de juego apareció un perro, el Sr. Guau viendo en que había fallado el anterior le prometió días interminables de sueño y modorra, que harían lo menos e indispensable, pero siempre con un amor, el suyo, del todo verdadero. Esa era la vida que ella deseaba, pero no para la de su marido, aspiraba a uno que ambicionara algo más que la desidia así que pasados unos días terminó por declinar la oferta de muy malos modos. Pasaron algunos meses en los que los posibles cortejos quedaron paralizados, se comentaba que ratita era una esnob y poco a poco todos aquellos que en algún momento se habían quedado embelesados por su belleza terminaron por detestar su exquisitez. Ella por el contrario creyéndose más que todos aquellos ignorantes siguió con su objetivo, esperando el día en que podría vivir como se merecía, entre tesoros.

Fue entonces cuando conoció o mejor vislumbró a un ratón, el Sr. Iiii, se presentó ante todo el pueblo menos a nuestra ratita, ese desplante hizo que la curiosidad de ella se despertara y quisiera saber más de este nuevo miembro de la comunidad, más tarde eso sí, cuando descubrió por otros que era un simple jornalero empezó a perder el interés, las aspiraciones que tenía eran otras, a parte, había sido un grosero. Pero por casualidades de la vida, siempre se lo encontraba, allí donde fuera él aparecía o a la inversa, ya no sabría qué decir, de lo que sí estaba segura es que despertaba en ella sentimientos que no sabía describir, y es que nuestra ratita estaba tan acostumbrada a ser el centro de atención que su diminuta cabecita no comprendía como alguien era capaz de ignorarla. Contra más pasaba éste, más se obsesionaba ella.

Así que el día que apareció un gato, el Sr. Miau, ratita respiró un poco más tranquila, éste vestía con clase, hablaba con una finura que solo proporciona la clase alta, se le veía que tenía posibles y el interés que le expresó era el que ella requería y merecía. El cortejo fue rápido y la boda no se hizo esperar. Se invitó a todo el pueblo, mostrándoles toda la riqueza y engreimiento que pudieran ansiar. Todos comentaron la suerte que estas dos almas tan iguales habían tenido al encontrarse y en cierta manera hasta se alegraron de que ratita al fin hubiera logrado su propósito. Ella egoístamente deseo que el Sr. Iiii también hubiera asistido a la boda, quería, necesitaba mostrarle lo fingidamente feliz que se sentía, pero no fue así, lo que tampoco esperó es que una vez pasados los meses su marido no fuera lo que ella estuvo esperando durante tanto tiempo, resultó ser un mentiroso, vago y presumido gato que no aportaba nada en el hogar y del que ratita sin esperarlo tuvo que hacer frente, y no solo eso, sino que un día desapareció con lo poco que tenían y con esa huida aparecieron ante ella muchas deudas de las que hacerse cargo, llegó un período que poco le importó de que trabajara siempre y cuando pudiera seguir adelante. Con los meses esa niña malcriada que un día fue acabó desapareciendo, convirtiéndose en alguien sensato y maduro. Y cuando ya se valía por ella misma y no necesitaba de otros recibió un mensaje del Sr. Iiii en el que le pedía una cita, ésta recordando todo lo pasado, simplemente la denegó.

Bueno, no fue así, pero podría haberlo sido, ¿no os parece? Desde ese mismo momento los señores ratones, simplemente fueron felices por ser ellos mismos y de sus propias capacidades, no ansiaron más de lo que tenían, porque con el amor les bastaba.


─¡Tata! ¡Tata! ¿Qué le pasa?

─Se ha dormido, creo que también deberíamos intentarlo, quizás mañana nos explique otra historia, ¿no os parece?

─Sííí ─gritaron todos.
 
Fin.

Anterior cuento: Cuento invertido: Los tres cochinitos, ;) ¡Gracias!
 

lunes, 9 de diciembre de 2019

El último viaje


 


No recuerdo a mi padre, se marchó de casa cuando apenas tenía cuatro años, eso hace que a veces me pregunte cómo uno es capaz de resguardar los primeros recuerdos y otros en cambio se almacenan en algún oscuro lugar del que no existe acceso.

Es como si una parte de mi hubiera sido arrancada el mismo día de su partida, ese día en que no evoco siquiera su sonrisa, olor, voz, un simple abrazo, pero si vienen a mi flashes como los sonidos de la vía del tren, el aviso del próximo destino, el llanto de mi madre, de sus ruegos requiriendo que no nos abandonara. Como me empujaba hacía ese hombre sin rostro. Nada sirvió. A partir de ahí, todo se volvió negro, o quizás siempre fue así, una mujer miserable, amargada que buscaba cualquier excusa para despreciar o culpar. La pequeñez de los momentos en los que se abrigaba, en el falso amor y en el rencor de saber que ese hombre se había marchado para no volver, con otra familia a la que entregar lo que ella demandaba, y sobre todo que no sería nunca la elegida. Yo solo fui una ficha a la que manejar, todo valía para retenerlo, aunque solo se tratara de unos escasos años de idas y frías salidas. Nunca existió amor, tampoco necesidad. Supongo que por esa razón fui una niña solitaria, sumisa, que intentaba no molestar, jugar en el silencio de la contemplación, la anciana Greta, nuestra vecina, se asemejaba a ese carácter, observador y reservado, hablaba poco, y cuando lo hacía era para revelar detalles sobre el pasado, así que no me sorprendió el día que decidió explicarme la historia de cómo se conocieron mis padres. Él era comercial, de los que van de puerta en puerta ofreciendo cualquier producto que uno pueda imaginar, no debió percibir el error que cometería al llamar a la puerta de mi madre, tampoco sé si llegó a venderle algo, pero sí que iniciaron una mísera relación, una aventura que hubiera tenido un rápido fin si no se hubiera hecho público el embarazo.  Por eso sé que cuando ya no le serví a su propósito me detestó con más fuerza. Hizo que creciera con una animadversión a los trenes, estaciones ferroviarias o cualquier pase en el que existiría alguna vía, la razón, el odio al abandono, a la culpa, a la necesidad de señalar a un objeto para no hacerlo sobre ella misma, sobre él. Durante un tiempo quise anclarme en esas emociones, a esa enfermedad, buscando un punto de conexión, necesitaba  y pensaba, que era la única manera de conseguir su cariño. Me amparaba en la desdicha de creer que si me parecía a ella, llegaría el día que no necesitaría vivir en aquel recuerdo, en él, su marcha, y seríamos felices.

Con el tiempo ese inexistente lazo se fue rompiendo, la incomprensión y la escasa respuesta hizo que me descubriera sublevándome. Empecé coleccionando recortes de trenes, los guardaba como un tesoro, y los admiraba cada noche antes de dormir, esperando ansiosa el día que ella los encontrara, quería, necesitaba, ver su reacción, me hacía sentir rebelde, mezquina, feliz y un algo que todavía no era capaz de describir. Sabía lo que podía provocar ese secreto, pero no me importaba, era mío.

Durante años logré pasar tan desapercibida que mi sola presencia no formaba parte de aquel plano, nunca lo descubrió y sentí rechazo, incomodidad y rabia. Greta la observadora, sí notó el cambio del que me estaba despertando y así me lo hacía saber  <<Niña, tu mirada no es limpia. Algo tramas y no es bueno>> Yo sonreía y fingía que no entendía lo que quería decirme. Pero lo sabía, dentro de mi habitaba una necesidad mayor, el odio se alimentaba de más odio, ya no tenía que intentar parecerme a ella, poco a poco, simplemente me convertí en una versión peor. Jugaba a desestabilizarla, a incomodarla. Me gustaba ver que tenía ese tipo de poder, no era como ella, no gritaba, ni exigía, no, yo cavilaba, cada paso, movimiento y palabra era tan mesurada que la perturbaba sin darse cuenta desde donde le provenía el golpe. Por las noches inducida por el primer sueño le ponía sonidos de locomotoras, silbatos, al cabo de unas semanas empezó a estar más irritable de lo costumbre, su agitación se hizo más presente, más visible, dejó de dormir. Allí debí detenerme, pero verla empeorar, hacía que me sintiera bien, con una paz que me impedía parar, disfrutaba viéndola caer, hundirse y me justificaba, sí, lo hacía, por el dolor que me había infringido desde que nací. Así que seguí. Pero llegó el momento en que ese juego empezó a aburrirme, trastornarla se convirtió en algo demasiado sencillo, necesitaba de otros nuevos alicientes.

Fue entonces cuando recibió la nota: Cande, cometí un error al marcharme. Nunca debí subir a ese tren. Llegaré a las once de la noche. Estaré esperándote en la vía número cuatro. Te necesito.

No miró el remitente, tampoco se fijó en la letra, solo vio lo que anhelaba, ese día anduvo como loca haciendo planes, repitiendo sin parar que ella sabía que llegaría el día que regresaría. Así que no me esperó, ni vio venir el empujón que le di justo antes de que pasara el tren, el último. Ahora sé cuál es mi cometido, y esto solo acaba de empezar.   


 
Relato presentado en el: EL TINTERO DE ORO, concurso literario mensual.



jueves, 28 de noviembre de 2019

Obra inacabada




Burbujeaste ante mí, exasperada por la atención que otros no quisieron darte. Oliste la desesperación que habitaba en este juego inmundo de necesidades. Y yo, yo, me presté a ti, poseíste mis actos, deslizándote tan adentro que apretabas y ahogabas. Disfrutabas al saber qué poder se te había entregado. Fiel siervo, perro enamorado de lo que solo podré decir que tocó miseria. Y es que te amé, nada más verte, lo hice. Qué iluso, pueril e insostenible tener que creer que después de tanto tiempo se dibujaría ante mí un borroso trazo, etérea apariencia en la que me anclé, a ella, a los dos. Arrastrándome al creer que lo habíamos logrado. Triste mezquindad. Pero erraste, no debiste traicionar el amor, el nuestro, podía, sí, lo hice, permitir tus juegos sucios, pero era solo por la cobardía de creer que sino pecaba me abandonarías, pero tu insano egoísmo erigió otros escenarios en los que no quisiste hacerme partícipe, no iba, no podía permitir que jugaras con otros como lo hacías conmigo, todo eso nos pertenecía, era nuestro vínculo, lo único de lo que me proveíste y me negué a soltarlo. Poco importaron tus suplicas, justificaciones, la verdad es que en ese momento te vi pequeña, me diste pena, repulsión, por el contrario, yo, quedé liberado, por una vez sentí cual era mi dictamen, el renacimiento del conocimiento. He de agradecértelo, sí, gracias a ti sé cuál es mi camino. Tú siempre serás la primera, la mejor, me reconociste en el momento exacto en el que todo empezó, lo comprendiste, el despertar de tu obra, la mía, y entonces sonreíste.  
 

 

Relato presentado en el: EL TINTERO DE ORO, concurso literario mensual.

lunes, 18 de noviembre de 2019

La escritura, vosotros y un: ¡GRACIAS!

 
 


Parece mentira, que yo, fielmente sierva del Grinch, me vea escribiendo una entrada de retroceso, en la que la cercanía de la Navidad nos acoge en sus garras y con ella no solo muestra los buenos propósitos, sino los errores cometidos.

De tanto en tanto me dejo acoger por el silencio, los que me leéis desde hace tiempo, bien que lo sabéis, me resguardo en un mundo interior del que la emoción se mantiene latente, pero privada. Vendría a ser algo así como la necesidad de un duelo, y no logro o alcanzo sobrevenirlo si no es en soledad.

Seguramente y lo entiendo, vaya si lo comprendo, estas pausas hayan causado molestia, enfado o incomprensión por eso os pido disculpas, la primera entrada después de tanta carencia, dije todo lo contrario, que no las pediría, pero erré, porque no se trataba de pedir disculpas a vosotros sino a mí misma. Como sabéis soy muy de flagelarme. Por eso, y también porque no me importa rectificar, darme cuenta cuando me equivoco, ni siquiera afrontar la realidad de una elección inexacta, pero ante todo hay una cosa que no podría soportar y es provocar dolor con algo tan bello como la palabra.

Y es que la escritura libera, pero a veces también muestra y eso que nos es enseña es corrosivo, doloroso. Aviva un tipo de sufrimiento que se resguarda en la emoción y bloquea el paso de tal manera que uno no alcanza caminar y seguir, haciendo que se pregunte, ¿seguir el qué?

Cuando abrí el blog, madre mía, parece que haya pasado una eternidad y no es así, fue en el año 2015, la intención del mismo, si esta existía, fue la de hacer pequeñas reflexiones, eso me llevó a conocer un mundo totalmente nuevo, amplio y si de algo estoy cien por cien segura maravilloso, he sido muy afortunada al toparme con todos vosotros los que estáis y los que por una razón u otra ya no están tan presentes. Para lo que no lo sepáis, me costó mucho tirarme a la piscina y abrir el blog, casi ni lo hago, si no llega a ser por mi gran amiga Maria creo que esto no llega a suceder, no puedo saber si me hubiera arrepentido porque lo que no se vive no puede echarse de menos, pero lo que sí sé, es que hubiera sido un gran error. Poco a poco fui introduciendo, cuentos, relatos, poesía y hasta fijaros que valiente puede ser una: alguna reseña de libros, eso hizo que las reflexiones fueran quedando apartadas, silenciadas, para la introspección privada, solitaria. Ya no se desmenuzaba el dolor, se quedaba allí, segregado, latente, en la oscuridad más amordazada.

Sé cuáles son mis faltas, también soy consciente de mi carácter, de mi forma de actuar, de los errores cometidos, de lo que puedo mejorar (y de lo que debo) uno de mis mayores problemas (vaya sí lo es) la timidez y el bloqueo que esto supone, si a eso le sumas la crítica y terquedad que habita en mí (como buena capricornio), lo hace, porque no decirlo, todo más complicado. También puedo decir que soy emocional, cínica, que me rio de mí misma e intento tirar balones fuera a todo lo que se aprecia insustancial, aunque a veces no lo logre. También sé que a mis 34 años me sigo emocionando como a una niña, a veces excesivamente infantil, otras muy soñadora en la que agradezco y aprecio el cariño, también conozco el miedo, aunque no deje que este se visualice, creo que si se reciben malas noticias, si no se habla constantemente de ellas, no se les da valor, importancia, nombre, éstas a larga fenecen.
 
Por eso hoy quiero hablaros del 2018, porque cuando algo ha transitado, asimilado, debemos liberarlo, hay etapas en la vida en la que las buenas intenciones, la visión positiva, el restar importancia, el seguir, forma una extraña y perturbadora bola que uno no puede digerir, no sabe lo que sucede, pero siente que algo no va bien, nota inestabilidad, falta de algo que no tiene nombre, a la vez que sobran muchas otras y es entonces cuando con todas estas emociones dispares, hay una crisis. Uno se sobrepasa. No sabe gestionar correctamente los tiempos, en eso como sabéis, soy una experta. Para mí ese año e inicio de este, fue eso, un exceso de un todo y un nada, de una etapa no cerrada. Y es que cuesta decir adiós a las personas que amamos, darse cuenta que ya no volverás a estar con ellas, que ese hecho te deja muy adentro una brecha que el tiempo disimula, pero no cura. Esa es la encargada de que tu carácter, tus faltas, se agraven o difuminen, se contemplen desde fuera y digan: estás herida. A partir de ahí sobre ti se ciernen miedos que desconocías, y constantemente te recuerdan que es difícil liberarse de ellos. Y es que ese dolor siempre ha estado allí, dormido, profundo y relegado; pero allí. Perdí a mi padre muy joven, demasiado, en un momento donde la adolescencia brota cruel, donde uno no es consciente de lo efímero del tiempo. Pero no quiero, ni la intención de esta entrada es que su recuerdo se empañe, no se lo merece, él no. Todo lo contrario, solo visualizarlo me arranca una sonrisa y hace que mi alma brille con  alegría. Así que os explicaré que a partir de ese momento, en mi familia llevamos un control un poquito más exhaustivo, de ahí mi fobia a los médicos, (siento si hay alguno por aquí, pero no puedo evitarlo) la cuestión es que hace unos cuatro años, el resultado de éstas fue negativo, y terminé con un pase exclusivo a salas de espera, pruebas, médicos y tiempo, acabó bien, muy bien, solo tengo que seguir con los controles anuales, como todo el mundo, así que todo está perfectamente. Pero los meses de incertidumbre, de comerse la cabeza, de pensar y visualizar el peor escenario. ¿Alguien sabe parar esos pensamientos negativos? Yo no.

Lo que sucede con las brechas no cerradas es que llega un día que de repente aun habiendo pasado mucho tiempo, se despiertan con un solo zas, que te dice: sigues herida. Pueda que suceda en un momento que sientas estrés en el trabajo, poca o nula gestión de tiempo, has recibido algún input negativo, o cualquier cosa, la más insignificante que puedas imaginar, pero eso hace que vuelvas a caer. Soy consciente de que esa etapa nunca podré cerrarla, no solo porque forma parte de mis vivencias, mi identidad, es más, porque nació del verdadero amor; lo más bello que tenemos. Pero sí puedo decir que se puede trabajar, aprender a gestionar esas caídas, conociendo, interpretando y admirándonos bien adentro, sin prejuicios, sin el recelo de ver más allá, no esperando lo correcto, porque nada lo es, ahí uno, en cierta manera puede anticiparse, liberarse, respirar.

Por eso siempre recomiendo la palabra. Escribir un diario, llevar una libreta encima en la que se puedan apuntar frases, ideas, tonterías; ayuda. Porque la palabra, es, eso: sanadora. No hay que temer lo que nos muestre, al final, lo único más aterrador que podremos visualizar será nuestro propio reflejo, y eso tampoco puede ser tan malo, ¿no? ;) Y sobre todo si uno necesita ayuda, porque no consigue gestionarlo, que la pida. Sin miedo, ni vergüenza.

Perdonad por la largura de esta divagación, termino, ya ¡palabra! Llega diciembre, familia, amigos, comida, regalos, más comida, amor, empacho... En mi caso puedo decir que se termina un año del que me siento bien, más completa, más certera. Más yo que nunca. Tanto yo, yo, yo (¡qué egocéntrica!) me delata, ¿no os parece? Creo que mis letras se están dibujando hacia una nueva etapa que cada vez veo más real, concibo un algo que no hoy, ni mañana, pero sí un quizás, una posibilidad que está latente. Gran parte de este más, es sin duda gracias a vosotros, vuestra comprensión, afecto. Y vuestras manos que acogen maravillosamente en este camino. Y no es por nada, pero a mí las manos, me encantan, :)

Os mando un gran abrazo cargado con todo mi cariño, y os agradezco que me permitáis autodescubrirme, aprender, mejorar y ser libre en este pequeño gran mundo en el que tantos transitamos.

Ahora es cuando lo estropeo, pero permitídmelo, no, mejor: ignoradme, no lo puedo evitar:

…puede que nos quiten la vida, pero jamás nos quitarán... la libertad
<William Wallace>


lunes, 11 de noviembre de 2019

La voz de Ingrid


Vacío que permanece sin vocablos, ni constancia. Silencio perturbado por la disculpa. Se muestra, decide que no quiere mantenerse hermética, callada. Explosiona en la reserva de su dejadez. Insidia de un mañana sin esperanza. La palabra habita enfermiza, procurándole un poder capaz de raspar la fortaleza. Miedo mostrado con saña, un ciclo que se despide sin oportunidades. Años  resguardada, permisión de un tiempo en el que se procuró olvido. Recuerdos reprimidos. Empeño por no nombrar. Pero no. Se desencadena, diluye bajo el mando de un egoísmo insano, alejando, consumiendo, exorcizando. Se evade del camino con la única verdad existente. Pérdida e incredulidad, hoy ha de decir adiós.

─Jaime, la niña. Han vuelto a llamar del colegio, esta vez ni siquiera he podido excusarla. Cada vez va a peor, y yo, yo… te lo juro cariño, me avergüenza decirlo, pero le tengo un miedo absoluto.

─Vamos Cande, son cosas de críos, no vayas hacer un mundo. Es más activa que el resto, eso mismo le pasaba a mi hermano Matías, tampoco es tan grave.

─Te recuerdo que tu hermano ha pasado más tiempo en la cárcel que siendo un ciudadano modelo, y no, no es como él. Ella es diferente… ¡mierda! Calla, calla, ya llega el autobús y no quiero que note nada raro, solo faltaría que se diera cuenta de lo que estamos hablando, la última vez no hizo más que observarme durante horas con una extraña sonrisa, a saber que estaba pensado, todavía se me eriza la piel al recordarlo. Así que conversa tú con ella, pregúntale, a ver qué razón nos da para que tengamos que volver a concertar cita con el tutor.

Naturaleza desestabilizada, aterradora muestra del precio para ser escuchada, repercusión y pauta de una eternidad que va acompañada del pecado, sucio, por la repulsa del odio y abandono. Regresa atrás, a veces, eso es alimento.

─Padre, madre. Buenas tardes.

─Mmm… Sí, sí, buenas tardes, hija.

─¿Sucede algo madre? La noto angustiada.

─¿Qué? No, claro que no. Tu padre, sí, él quiere hablar contigo. Voy a poner una lavadora, adiós.

─Padre, debería llevar a madre a un especialista, no creo que sea sano estar siempre tan exaltada. ¿No le parece?

─Ingrid, ayer hablamos de que no nos hablaras con tanto respeto, somos familia, hija. De esta manera solo haces que mamá se inquiete más, ¿no te parece?

─Comprendo, padre, intentaré mejorar mi conducta.

─No, quise. Pfff… olvídalo. A ver, han llamado del colegio, ¿qué ha pasado esta vez? Recuerda que ya te han echado de cinco centros, y hemos tenido que cambiar de ciudad varias veces, no podemos estar siempre yendo de un lado a otro, pequeña.

─Lo siento, padre. Pero esos niños no hay quien los soporte, a parte, no debieron coger mis cosas, ni siquiera rozarlas con sus sucias manos, pero ya lo he solucionado, dudo que lo vuelvan a intentar.

─¿Qué hiciste, hija?



Escondida, al acecho, coexistiendo en el centro de la miseria, allí, donde todo empezó y anida la oscuridad, es y será ama y señora de su voluntad. La temeridad emprende un nuevo camino y éste todo lo reclama.

─Me hice escuchar papá, siempre dices que todos tenemos voz y derecho, solo que yo he encontrado una manera más divertida de hacerlo.
 

lunes, 4 de noviembre de 2019

Cuento invertido: Los tres cochinitos


─Porfa, porfa, vuelve a contárnoslo.
─Está bien, pero será la última vez, ¿entendido?
─Sííí ─contestaron todos mis sobrinos.


Existe un viejísimo cuento en el que se hace víctima a tres malhechores, así que os pediré que estéis muy atentos a mis palabras ya que en ellas se haya la autenticidad de un secreto mal compartido, del que hoy descubriremos la verdad.
Siempre se ha dicho que el culpable de aquel fatídico día fue un lobo hambriento, nunca se valoró que pudieran ser otros los que cometieron las faltas, ninguna pregunta de más, nada; podríamos decir que egoístamente se le excluyó al no hacerle partícipe de su propia leyenda. Solo reconociéndose una versión de los hechos, tres idénticas transcripciones que se sostenían y por mala fortuna testimoniaban, dándose por válidas, eso concluyó en un juicio rápido y a una cazuela hirviendo como castigo. ¿Imprudencia? ¿Negligencia? Realmente, ¿qué sucedió?
Nuestra tatarabuela justa como pocas, nunca creyó la versión expuesta, es más, a la familia le confió que estos tres tocinitos de cielo no tenían nada. No hay más que recordar la escena de la película Hannibal, ¿apacibles? ¡Ja! La cuestión es que durante un período de tiempo estuvo investigando entre los círculos más cercanos de ambas partes, los que se hacían llamar víctimas y la del fiero lobo, después de mucho tiempo del que tuvo que hurgar entre todo aquel silencio que se sostenía entre cuchicheos y mentirijillas, lo descubrió.
La sorpresa fue mayúscula y es que por increíble que pueda parecer, el lobo de sanguinario no tenía nada, todo lo contrario, se asemejaba más a un gatito de angora ya que era vegano.
Eso le supuso ser la mofa de estos tres sujetos y como empezaréis a sospechar sus comportamientos fueron extremadamente crueles, no teniendo suficiente con meterse con el pobre animal, decidieron ir más allá. Como sabían que hicieran lo que hicieran, nunca les hincaría el colmillo en sus magras carnes, le robaban todo lo que encontraban en su despensa: verduras, frutas, legumbres… dejándosela siempre vacía y si se quejaba, lo maltrataban. Sí, lo que escucháis. La cuestión es que llegó un momento en que éste no pudo aguantarlo más y decidió que les devolvería el escarmiento, solo una vez, para que aprendieran la lección.  
 
 
Pero su ingenuidad era tal, que nada salió como debía.
En aquel momento los tres hermanos se encontraban en un proceso lentísimo de rehabilitación, hacía años que habían recibido unas casitas en herencia, otra de las mentiras que se añadió a la historia, hicieron creer que estaban construyéndose nuevos hogares, pero era todo falso, así también pudieron estafar al seguro. Imaginaos que seres más espantosos. Al ser trillizos el legado les tocó un poco a suerte, y para no decir que todo era falso señalaremos que sí existió una casita de paja, un hogar por cierto nada confortable, que le tocó al más perezoso. Éste con tal de no arrimar el hombro era capaz de cualquier trapicheo, siendo el que más inquina profesaba hacia nuestro pobre lobo. El siguiente con menos fortuna recibió la casita de madera, más lustrosa que la anterior, pero con el poco manteamiento que le dedicaba se hallaba carcomida y podrida por algunas zonas. Resulta que el cochinito poseía cero personalidad, por lo que siempre cumplía con todas las órdenes que le requerían sus hermanos, sin preguntarse si obraba bien o mal. Y ya por último el más afortunado, el de la casita de ladrillo, creyéndose ser el mejor ya que a raíz del bien obtenido su nivel adquisitivo había aumentado, se le subió a la cabeza, eso hizo que sus malos comportamientos se avivaran y resultaran excusados al creerse superior a todos los demás.
Ante la desesperación, el lobo hizo correr la voz de que su primo de los Highlander iba a pasar el verano en la pequeña villa, era mentira, ni siquiera tenía familia por aquella zona, pero aun así y viendo que los villanos al enterarse del chismorreo empezaron a portarse mejor con él, siguió con el bulo. Explicando a quien quisiera escucharlo historias de su magnánimo primo, de lo valiente y valeroso que era, de como le gustaba el solomillo al punto, cada vez sintiéndose más seguro añadía más y más valía a este primo misterioso. El problema de la mentira es que llega el momento en que esta se descubre. El verano se inició y allí solo se escuchaban historias, pero nadie aparecía, cada vez que le preguntaban, rehuía la respuesta y al sentirse acorralado empezó a notársele la farsa. Así pues, los tres hermanos enfadados y creyéndose estafados. Juraron vengarse.
Ese mismo día quedaron a medianoche para dirigirse hacia la encantadora casita del lobo, con la intención de pegarle un buen susto, lo que pasa es que estos brabucones ni siquiera se fijaron que justo esa noche había luna llena, y éste por muy bonachón que fuera, esos días donde el satélite se mostraba entero se volvía un poco loco. Diréis, pero si era vegano, y sí, creía fielmente en su decisión de no utilizar productos animales, pero continuaba recordando el sabor de un buen filete. Acaso eso, ¿alguna vez se olvida ?
Así que no esperaron su reacción, tampoco acabar acorralados, ni que intentara comérselos, ya no diremos el miedo que pasaron hasta poder esconderse en la casita de ladrillo, porque huir, correr y destrozar todo a su paso temiendo lo peor, fue justo lo que sucedió. Ese día se llevaron el sobresalto de su vida. Un buen escarmiento, si no fuera por una pequeña traba y es que toda esa escena la vio el típico vecino cotilla, ese que siempre está pendiente de todo, pero no para bien. Resultó ser el viejo buitre de la villa, como buena ave carroñera aceptó bajo mano un buen cheque y terminó corroborando la versión de estos tres delincuentes. Eso fue lo que sucedió, entre los cuatro tejieron una mentira tras otra hasta que el lobo sin poder hacer nada para impedirlo, acabó con un castigo que no merecía.


─Y ahora que ya sabéis lo que ocurrió aquel engañoso día, todos a la cama.
─Noooo, otra vez porfa, tata. ¡Porfi!
─Pero habíamos quedado… si es que sois unos pillos, de acuerdo, pero luego a dormir. 

 

Fin.

miércoles, 30 de octubre de 2019

El encargo



─Merche, el teléfono. 
─¿Qué? Ah, es que no reconozco el número. Seguro que es publicidad.
─Pero ha sonado como veinte veces, ¿y si es importante? Venga, cógelo.


─¿Diga? 
─Por fin, ¡joder! ¿El trabajo está hecho?
─Perdone, de qué habla, ¿quién es?
─Pero, pero… ¿Es una mujer?
─Hasta donde yo sé, diría que sí. 
─Pensé que este tipo de trabajos requería fuerza bruta, sangre fría, cosa de hombres, bueno no importa, déjelo…
─¿Me está faltando el respeto? Sabe, hoy es mi día libre y estoy intentando desconectar, pero no me deja. No entiendo que le ha dado para acosarme e incordiarme con sus llamaditas, le aseguro que el almuerzo me está sentado como un tiro, por no decir que no he podido mantener una conversación decente con mi cuñada, para que también tenga que aguantar que me insulte. Esto es el colmo.
─Escuche, disculpe, es que… estoy muy nervioso, he seguido todas las instrucciones que me dio por correo electrónico, eliminar los mensajes, deshacerme de todas las pruebas que nos vinculaban y conducir sin rumbo durante horas para poder llamarla desde un número de prepago. Usted me prometió que una vez recibiera el ingreso haría el trabajo y me informaría. Eso fue anteayer, no he recibido ninguna noticia, por favor; dígamelo. ¿Lo ha hecho?
─Mire, señor. No sé de qué trabajo habla y tampoco quiero saberlo. Pero como me vuelva a llamar, le aseguro que voy directa a la policía.  


─¿Quién era? 
─Un ingenuo. ¿Quieres ir de compras?
 



Relato presentado en el: EL TINTERO DE ORO, concurso literario mensual.
 

jueves, 24 de octubre de 2019

El quebranto de Cayetana


Añoranza del pasado, incorpórea belleza. Sutilezas de otros tiempos. Retrospecciones que desencadenan plenitud en este hoy que se alimenta de los constantes cambios. Recuerdos capaces de emocionar y proporcionar alimento al espíritu. La pérdida. El ayer. Las preguntas que no tienen respuesta, que no prestan a la calma. Cayetana amó, pero no supo perder. En secreto admiraba todo aquel capaz de continuar con su vida, sin cuestionar las razones que los habían llevado a esa situación, en cambio ella solo deseaba volver atrás, descaminar sus pasos para revivir e intentar hacerlo mejor o quizás solo para sentir que importaba. De ahí los errores cometidos, lo que más tarde no tuvo que suceder.
 
―Mamá, este es el cuarto mensaje que os dejo en el contestador. Por favor, devolvedme la llamada. Es urgente, de verdad. Esta vez si lo es. Tengo, tengo… que daros una importante noticia. Sí, justo eso. Necesito, yo, yo… solo llamadme, ¿vale?
 
Pero esa llamada nunca obtuvo respuesta. Por más que insistió, por más mensajes que dejó, nunca le fue devuelta.
 
 

Día 11.
 
<<Es el momento>> <<Tengo que hacerlo>> <<De hoy no pasa>> Como un mantra, Cayetana se repetía esas frases una y otra vez. Llevaba sin saber nada de sus padres cerca de dos semanas, tampoco había logrado comunicarse con los pocos amigos que le quedaban. Después de su última relación, todo había ido a menos, con la partida de Emilio, llegó el fracaso. Por primera vez sintiéndose enamorada confió plenamente en sus sentimientos y en esa relación, era todo nuevo, intenso, ansiado y con una incomprensión desmedida fue agarrando todo lo que transcurría a su paso, no le importó renunciar a su esencia, a lo que representaba, tampoco a su mundo, en su mente solo visualizaba la cimentación de un conjunto, pero lo que no percibió, de lo que no se dio cuenta es que las bases de éste tenían una única dirección; él. Cuando ya no quedó nada de lo que ella simbolizaba, la relación fracasó. Quedando desolada, se alojó en la desconfianza de no verse capaz de creer en nada, en nadie, esa fue una de las razones que la llevó a apartarse de todo y todos. No fue inmediato, el proceso lento pero seguro en la que poco a poco se iba reconfortando en la tristeza hizo que estás emociones  se fueran sublevando, ganando terreno, hasta que llegó el momento en que no le permitieron seguir con su vida. Perdió el trabajo, uno del que tiempo atrás sintió orgullo, ya que empezó nada más terminar los estudios y con los años se ganó el respeto de sus superiores, alcanzando así un cargo de más responsabilidad. Los conocidos se fueron apartando, la primera etapa fue la pena y esta anduvo acompañada de consejos y comprensión, más tarde aconteció el rencor, ¿por qué seguía en aquella situación? Ya era hora de salir a flote, no era la primera relación que fracasaba. Cayetana lo sabía, pero ante la confusión no hallaba consuelo, solo desventura. Así que con el tiempo y para no tenerse que justificar fue cerrándose en un caparazón de desazón y ahogo. Construyéndose un mundo en el que coexistía la penumbra y la indiferencia, un lúgubre hogar a puerta cerrada del que pocos tenían permitido el acceso. 
 
Día 15.
 
<<Puedes hacerlo>> <<Hazlo>> Llevaba dos días intentándolo, agarrando con fuerza el bolso, como si este pudiera salvarla. Sin ingresos, el sustento dependía en gran parte de la bondad de sus padres y Maite, su mejor amiga de la infancia. Eran los únicos que todavía la tenían presente, los que la cuidaban y procuraban que no muriera de hambre. Pero llevaba muchos días que no podía contactar con ellos, y la vergüenza de su situación le impedía llamar a otros para pedir socorro. ¿Qué les diría? Que llevaba meses recluida en aquella casa, que tenía pavor a salir a la calle, y que la vieran, la juzgaran. No podía, ya había perdido demasiado. Lo único que le quedaba era la dignidad y su olvido. Así que allí estaba, camuflada en la valentía que no quería surgir, en el miedo atroz a afrentarse a la realidad y es que no podía salir, le era imposible. Pero no tenía alimentos, en su despensa apenas quedaba nada. ¿Cuántos días podía sobrevivir una persona sin comer? Si tuviera internet podría averiguarlo, así por lo menos certificaría el día y hora de su muerte. Pero, no; triste realidad en la que se amparaba. Había sido una mujer con proyecciones claras, capaz, desde el principio supo lo que quería estudiar, donde quería trabajar, unos padres generosos y amigos que creyó los mejores, su vida siempre había estado encauzada, era perfecta. No se reconocía. Y lo peor es que no podía culparlo a él, Emilio y su abandono, por más que quisiera señalarlo era ella la que se destruyó desde el principio y eso hacía que no fuera capaz de superar las mentiras, el egoísmo y la manipulación de los últimos tres años. Era un castigo a sí misma por permitir que la moldeara a su antojo y cuando ya no quedaba ni una brizna de su esencia, este se marchara alegando que no podía conformarse con tan poco. Darse cuenta, ser consciente de que todo lo que hizo solo tenía un propósito, que ella se lo permitió, fue el desencadenante que hizo que algo dentro de Cayetana se rompiera. Y ahora, ¿qué quedaba? ¿Quién era? No había siquiera partida a la que dirigirse. No podía hacerlo. Solo oscuridad. <<Mañana, sí; al día siguiente lo volveré a intentar>>
 
Día 18.
 
Lo sabía. Cogió el teléfono, dejaría el último mensaje a sus padres. Sentía cercano su final. Le dolía y notaba como el aire que inhalaba era el último. La pesadez de sus miembros, el adormecimiento de pensamiento era el aviso de que el final cercaba sobre ella. Intentó marcar el número, pero fue incapaz, no lo recordaba, era como si su mente también fuera consciente de que ya no había continuidad. La culpabilidad de pronto la afrentó, sus padres, ellos siempre la habían querido, sin límite, sin importar cuantos errores había cometido, el perdón era anclado por su amor. Por más que lo probó, no pudo. <<¡No! Ellos se merecen más de mí>> Con ese pensamiento se arrastró hacia la puerta, gastando los últimos vestigios de energía para pedir ayuda, pero no tenía fuerzas y por más que lo intentaba, no  lo conseguía. Era imposible, moriría allí como una cobarde que se había dejado vencer por el miedo, recluida en su propia cárcel imaginaria, esas paredes que en otra época la habían visto reír ahora se alejarían de ella con pena e incomprensión.  <<¡No!>> No podría despedirse, no les diría cuanto lo sentía. La inmensidad de ese hecho fue el que le proporcionó el último impulso, al ponerse en pie, abrió y salió.
 
―¡Hija! ¡Hija! Por fin. Cogedla, cogedla. Por dios, ¡Juan! Llamad a una ambulancia, ¡rápido! Tranquila pequeña estamos contigo. Todo irá bien.
 
Acunada en los brazos de su madre, miró por última vez hacia su celda y con hilo de voz dijo. ―Sacadme de aquí, yo, yo no quiero volver. No quiero.
 
―No lo harás cariño, llevamos días esperando a que salieras. Pobrecita mi niña, lo siento tanto, siento que no hayamos hecho nada, pero tenías que ser tú quien abriera esa puerta. Ahora eres libre.