—Sigue ahí.
La inclemencia del tiempo no priva ni adormece el
sentimiento de apego, de la miseria de residir en la penumbra, de admirar la
obra que otros ejecutaron. Magnánima, y a la vez insustancial. Late como un corazón
desprovisto de atención. Repercute en la necesidad de escucha. Desaparecieron
otras épocas donde la desconfianza imposibilitaba saltar esa barrera, donde la
permanencia era un modo de visionar el todo.
—Me da lástima.
A ella se la produjo la primera opresión, las miradas calumniadoras,
el temor a tener voz, ahora estaba vacía, ya no se anclaba en expectativas que renuncian
fácilmente con un perdón. Los secretos son hilos que se expanden, la omisión de
los actos; recintos enfangados.
—¿A qué temes pequeña?
Comprendió que los castigos son ceremonias de buena ventura,
enseñanzas. Su presencia es un recordatorio del pasado, de lo que hizo, en lo
que se convirtió.
—Es peligrosa. No te acerques.
Cuando todavía tenía fe, gritó. Lo que sucedió
aquel día la privó de esa libertad, intentó explicarlo a unos y otros, pero
nadie quiso escucharla. Era más sencillo descartarla, silenciarla, que visionar
la realidad. El mal uso de un apellido, el suyo estaba en desuso, no tenía
valor. Hay monedas que no lo tienen. Ella era un céntimo, un simple círculo;
diminuto. Se puede esconder, y nadie lo echará en falta. Se puede caer y, aun
así, nadie se agachará a recogerlo.
—Lleva meses aquí. Ni siquiera habla.
Quizás en otro tiempo. Aquellos dedos acusatorios que la
sentenciaron, canalizando la venganza en nombre de la posición y no del deber
hoy sería responsable de otros tormentos, pero no de los que había sido
juzgada.
—Los de arriba nos han avisado que debemos ignorarla, es
una orden. Paso de perder los privilegios por esta tipa. Vámonos.
Todos se alejan, como una infección silenciosa, apesta en
podredumbre. Hasta en este lugar donde la luz se provee de lobreguez nadie ni
nada permanece a su lado. Inclemente como un ser desconectado de la vida. Alimaña
que busca cobijo, pero sabe, reconoce que nunca hallará consuelo.
—Me quedo.
El amor hace que se cometan sacrificios, se usa como escusa
rigiéndose en la justificación. Ilusa flor enamorada, Mario, mi querido amor, él
lo era todo, una galaxia que absorbía la esencia de lo que nos rodeaba, un
agujero negro, taimado y engañoso. Ciega, medié en creencia. Firmé documentos
en nombre de ese ser que adoraba, no vi la traición. ¿Cómo verla? ¿Cómo esperar
otro desenlace? Uno se acoge a la devoción para más tarde coexistir en el
rechazo.
—¿Quieres explicarme tu historia?
Debo pedir perdón, pero solo por no ver quién era, pero no
por lo que pagaré mientras exhale cada aliento de desdicha, no por la oscuridad
que me acompañará el resto de la existencia. Lo único que queda de esa burla es
saber que no volverá a menospreciar al monstruo en el que me convirtió. Y él lo
supo, sí, cuando estas manos sin valor lograron adormecerlo, vio de lo que era
capaz por él. Solo por él.
—Vamos, Clara, deja de insistir.
—¿No ves cómo le cambia la cara cuando le hablo? Pero
tienes razón, mejor marchémonos, no merece la pena.
Todo se rige por el recelo, injusticia y control, somos un
rebaño adiestrado, el coste de navegar a la deriva es demasiado alto y el miedo
un aliado que se adentra en las entrañas. No importa, ya no, un día yo amé, lo
hice con tal certeza que rehusé de otros posibles. Ahora no podrán quebrantarme
porque, aunque sea en una falsa neblina; le vencí.
∞
Hola, a todos.
1, 2, 3… activando modo ironía.
Un relato ideal para San Valentín, o como en mi caso,
le tengo preferencia a Sant Jordi, ¿quién no escogería un libro?
Romanticismo al límite de la desazón, ¿verdad? :)
Si habéis llegado hasta aquí: MIL GRACIAS.
Besos y abrazos.