Como en una prominencia, las sirenas de un coche patrulla la
transformaron.
—Corre, corre. —Insistió agarrándola con furia.
—No.
—He dicho que corras, ¡joder! —Pero no lograba moverla.
—¡Estúpida! Aquí te quedas, pero más te vale que no salga mi nombre o te juro
que te mato, ¿lo entiendes? Vendré a por ti.
Pero Carolina no quería escapar, anhelaba afrontar cada
parche malogrado, trabas del destino, como risa siniestra que asume aquello que
se hizo, dijo, mancillando a su paso cada falta cedida. Impregnada de preguntas
que nunca adquirirían una respuesta. Soluciones.
Últimamente en su pequeño universo cohabitaba esa palabra.
La mantenía alerta, desconfiada, sujeta ante el impulso de arreglar todos los
desastres cometidos. Y sabía que no debía seguir con Marcos, uno de tantos,
otro caos en su hábitat de imperfecciones. Y se quedó, por primera vez afrontó,
no culpó, simplemente retuvo el ansia de huida. Las chapuzas, pequeños golpes
destartalados que cometía por cuatro billetes húmedos de miseria y pena, no lo
valían, nada lo valía. Ni la necesidad de ingesta de todo el alcohol que
birlaban en aquellos atracos, gasolineras, pequeñas tiendas 24 horas. Fue
verlo, a él, a su pequeño Ángel y todo cambió. No debió entorpecer su
crecimiento, ella todo lo que tocaba lo consumía, dañaba en llanto. Pero no
pudo evitarlo, demasiados años de renuncia, de no mirar atrás, de dar por hecho
que su labor era de otros, sintiéndose libre, sin destino que la condicionara,
poco le importó abandonarlo, y ahora, qué esperaba, la bondad de otros, la de
su propio hijo.
No fue así, claro que no. La primera justificación fue
declararse culpable, pagar una pena, pasar días en un infierno de abstinencia,
cuando dejó de sufrir llamó a casa de sus padres. Le colgaron. Insistió, creyéndose
un modelo a seguir, un perdón obligado, la línea dejó de existir. Soluciones,
soluciones. La palabra martilleaba, dolía, prejuzgaba. Probó por otras vías,
cartas y más cartas que enviaba desde la cárcel, la ilusión se desvanecía
cuando se las devolvían intactas. Con los meses recibió una advertencia de su abogado
de oficio.
—Por tu bien, Carolina, no insistas más, van a terminar
hablando con el juez y eso recrudecerá tu pena.
—Pero es mi niño. —Nadie la entendía, no comprendían ese
agujero que la devoraba con crudeza.
—Hazte un favor, deja que pase el tiempo, que se habitúen a
esta nueva situación y te prometo que de aquí unos meses intercederé a tu
favor.
—¿Me lo prometes?
—Sí.
Ella lo creyó, hasta que apareció otro abogado, colapsó,
promesas huecas, vacías, nadie tenía palabra. Todos mentían. Le querían quitar
lo único que era suyo. Algo había cambiado, la obsesión le impedía
concentrarse. La compañera de celda dio el aviso, se pasaba las noches en vela,
hablando entre susurros, nadie quería estar cerca de ella, la temían. Empezaron
a medicarla, en su perturbación entendía que querían acallarla, amordazar esa
verdad que a nadie le interesaba ni importaba, aprendió trucos, habilidades
para no tomarse las pastillas, eso la volvía más agresiva, cada ataque o
comportamiento errático sumaba más tiempo de condena. Pasaron otros abogados,
ninguno permanecía. Y Carolina solo repetía, soluciones, soluciones,
soluciones. Al final cedió, dejó atrás cada parte rota, la encadenó y acalló,
porqué encontró el escape que ansiaba, en su mente hoy juega con su pequeño Ángel,
como en una visión que la ancla en otras posibilidades, provocando que las voces
de su cabeza se suspendan momentáneamente.
Hola, a todos.
La cosa se complica y este mes tampoco podré estar tan
presente como desearía, la vida, ¿nos metemos con ella? Venga, sí, sí, ;)
Escribí este relato hace un tiempo, no llegué a colgarlo por
la dureza del mismo. Pero intentaré seguir este 2025 con el patrón en el que he
andado vegetando, es decir, sin miedo.
Gracias por vuestro tiempo.
Besos, y abrazos.