El ritual de cada
día, suena el despertado, lo lanzo con toda la furia que posee alguien con muy
mal despertar, caótico, terrible, odioso; el mío. Y es que las mañanas tienen
un serio problema conmigo o quizás sea a la inversa, la cuestión es que somos
enemigas declaradas. Soy de ese tipo de persona que hasta que no se toma un par
de cafés y pasa el tiempo suficiente para que estos hagan efecto, cualquier
sonido me produce aversión, envío rayos láser invisibles que pueden fundir a
cualquier ser vivo, así que aprovecho y aviso <<Silencio, no respondo,
que a nadie se le ocurra dirigirme la palabra>> Y no, no es una
patología, es una realidad, no me agrada transformarme en Belcebú o Chucky. Eso sí, una vez pasado el trance
diabólico, soy un amor. Muy dulce, sí, sí.
Aunque hoy me
siento pesada, extraña, me dirijo al baño a refrescarme, pensando que voy a
tener que cambiar la marca del brebaje, necesito uno más fuerte. O quizás sea
por la pizza de anchoas, no es la mejor elección para cenar, debería dejar de
pedirla. Sigo rumiando cuestiones altamente transcendentales. Mientras espero
que el agua fría obre un milagro, porque es como si sufriera un desdoblamiento
y estoy segura que no bebí. Encima hoy tengo una importante reunión con el
nuevo inversor. Y ha de salir bien, no puedo permitir que el jefe supremo, el
Sr. Guerrero, me vuelva a amenazar con despedirme. Como si él fuera capaz de
llevar la empresa sin esclavos, fieles y desesperados adeptos. <<Respira,
respira>> <<Aséate, y tómate otro café>>
—¡¡¡AHHHHH!!!
—Chillo ante el espejo.
—¡Quién cojones! ¡AHHHHH! —Vocifero de nuevo.
Esta vez pataleando y dando brazazos al aire. Nada.
Estoy sola, no hay
nadie más en el lavabo, bueno sí, alguien hay, pero no tengo ni idea de quién es.
Me acerco al espejo, el reflejo no engaña. ¿Qué carajos?
¿Esta soy yo? ¿Qué
le ha pasado a mi cara? Parezco un señor de unos 50 años con barba descuidada,
un repasito con la máquina le haría un favor. La toco. <<Vale>> Esto
debe ser un sueño, uno de esos que parecen reales, como cuando eres pequeño y
volabas y luego al despertar creías que tenías superpoderes. Vuelvo a mirarme al
espejo. Qué ojos más tristes, transmiten pesadumbre, pobre hombre. ¿Qué le debe
pasar? ¿A él? Y yo, ¡qué! ¿Por qué no me despierto? <<Vale>> Repito de
nuevo, no pasa nada, nada, de nada. Echo otra ojeada, el rostro sigue siendo el
mismo, empiezo a sentir pánico, un rápido pensamiento pasa por mi espesa neurona,
¿y el resto del cuerpo? <<Vale>> esta palabra empieza a ser un
mantra. Un vistacito rápido, sí, eso.
—¡Mierda!
Parezco un
experimento parcheado, las manos siguen siendo las mías, la manicura bien
cuidada de rojo bermellón así lo demuestra y los pies con sus uñitas a conjunto
también, pero los brazos y las piernas son tan peludas como la cara. ¿Qué es
este hombre, un lobo? Vuelvo a mirar el reflejo, no estoy preparada para
seguir. Venga, venga despierta. Empiezo a prometer cosas que sé que es
imposible que cumpla, no soy tan buena como he dicho al principio, pero si
salgo de esta, seré más amable, no me quejaré, buscaré una ONG o fundación a la
que contribuir, haré cualquier cosa, pero por favor que esto termine ya. Cierro
los ojos y cuento 1, 2, 3… ¡Ya! Nada.
Como esta pesadilla
no termine pronto en tres días encontrarán mi cadáver en la cama. Dirán: pobrecilla,
pero mírala por lo menos tuvo una muerte dulce, ni siquiera se enteró, una
leche; padecí un maldito ataque de corazón.
Un momento, esta
cara me suena, venga, venga piensa. ¿Dónde la he visto antes? ¡No! No puede
ser, es… es la del repartidor. Dijo algo, ah sí, recuerdo que no le di propina,
pero es que llegó 5 minutos tarde y otra cosa que detesto es a los impuntuales.
No le gustó, ¿qué me dijo?
—Te crees
importante, ¿verdad?
—¿Perdone?
—Si no tuvieras esa
bonita cara, la vida para ti no sería tan fácil, así que te voy a hacer un
favor que a la larga me agradecerás.
—Mire, tengo hambre
y poco tiempo que perder, así que lárguese si no quiere que llame a su empresa
y le exponga a su jefe lo que me parece el servicio ofrecido.
—Que así sea.
Y se marchó, si que
fui un poco impertinente, pero nada del otro mundo, ¿por qué me hizo esto? ¿Por
una miserable propina? ¡Quiero mi cara y mis extremidades de vuelta!
∞
Han pasado siete
meses desde aquella mañana, aquel día no fui al trabajo, la verdad es que no he
vuelto a ir. Al Sr. Guerrero mis excusas ya no le valían y finalmente tuve que dimitir,
¿cómo iba a presentarme en el trabajo? <<Hola, soy Angustias. Soy yo, la auténtica,
fíjate lo que me ha hecho un mal virus, qué fuerte, ¿verdad? >> Hubiera
terminado internada en un centro psiquiátrico. Intenté localizar al repartidor,
pero el muy <<respira>> pues eso, que renunció al día siguiente de
entregarme la pizza de anchoas, solo escuchar la palabra anchoa, me produce
palpitaciones. Voy cambiando de pizzerías, cada día pido y solicito que vengan
repartidores diferentes a cambio de una buena propina, no preguntan la razón, supongo
que el dinero ya les vale, pero no he tenido suerte en esta búsqueda y el poco
dinero que tenía ahorrado se está esfumando. Pronto tendré que salir al mundo,
quizás así un día vea de pasada mi cara y pueda reclamarla. Hasta entonces, os
recomiendo la Calzone del restaurante de la Plaza Mayor, pero pedidla con
huevo, está para morirse del gusto.
Atentamente, La Parches.