miércoles, 30 de octubre de 2019

El encargo



─Merche, el teléfono. 
─¿Qué? Ah, es que no reconozco el número. Seguro que es publicidad.
─Pero ha sonado como veinte veces, ¿y si es importante? Venga, cógelo.


─¿Diga? 
─Por fin, ¡joder! ¿El trabajo está hecho?
─Perdone, de qué habla, ¿quién es?
─Pero, pero… ¿Es una mujer?
─Hasta donde yo sé, diría que sí. 
─Pensé que este tipo de trabajos requería fuerza bruta, sangre fría, cosa de hombres, bueno no importa, déjelo…
─¿Me está faltando el respeto? Sabe, hoy es mi día libre y estoy intentando desconectar, pero no me deja. No entiendo que le ha dado para acosarme e incordiarme con sus llamaditas, le aseguro que el almuerzo me está sentado como un tiro, por no decir que no he podido mantener una conversación decente con mi cuñada, para que también tenga que aguantar que me insulte. Esto es el colmo.
─Escuche, disculpe, es que… estoy muy nervioso, he seguido todas las instrucciones que me dio por correo electrónico, eliminar los mensajes, deshacerme de todas las pruebas que nos vinculaban y conducir sin rumbo durante horas para poder llamarla desde un número de prepago. Usted me prometió que una vez recibiera el ingreso haría el trabajo y me informaría. Eso fue anteayer, no he recibido ninguna noticia, por favor; dígamelo. ¿Lo ha hecho?
─Mire, señor. No sé de qué trabajo habla y tampoco quiero saberlo. Pero como me vuelva a llamar, le aseguro que voy directa a la policía.  


─¿Quién era? 
─Un ingenuo. ¿Quieres ir de compras?
 



Relato presentado en el: EL TINTERO DE ORO, concurso literario mensual.
 

jueves, 24 de octubre de 2019

El quebranto de Cayetana


Añoranza del pasado, incorpórea belleza. Sutilezas de otros tiempos. Retrospecciones que desencadenan plenitud en este hoy que se alimenta de los constantes cambios. Recuerdos capaces de emocionar y proporcionar alimento al espíritu. La pérdida. El ayer. Las preguntas que no tienen respuesta, que no prestan a la calma. Cayetana amó, pero no supo perder. En secreto admiraba todo aquel capaz de continuar con su vida, sin cuestionar las razones que los habían llevado a esa situación, en cambio ella solo deseaba volver atrás, descaminar sus pasos para revivir e intentar hacerlo mejor o quizás solo para sentir que importaba. De ahí los errores cometidos, lo que más tarde no tuvo que suceder.
 
―Mamá, este es el cuarto mensaje que os dejo en el contestador. Por favor, devolvedme la llamada. Es urgente, de verdad. Esta vez si lo es. Tengo, tengo… que daros una importante noticia. Sí, justo eso. Necesito, yo, yo… solo llamadme, ¿vale?
 
Pero esa llamada nunca obtuvo respuesta. Por más que insistió, por más mensajes que dejó, nunca le fue devuelta.
 
 

Día 11.
 
<<Es el momento>> <<Tengo que hacerlo>> <<De hoy no pasa>> Como un mantra, Cayetana se repetía esas frases una y otra vez. Llevaba sin saber nada de sus padres cerca de dos semanas, tampoco había logrado comunicarse con los pocos amigos que le quedaban. Después de su última relación, todo había ido a menos, con la partida de Emilio, llegó el fracaso. Por primera vez sintiéndose enamorada confió plenamente en sus sentimientos y en esa relación, era todo nuevo, intenso, ansiado y con una incomprensión desmedida fue agarrando todo lo que transcurría a su paso, no le importó renunciar a su esencia, a lo que representaba, tampoco a su mundo, en su mente solo visualizaba la cimentación de un conjunto, pero lo que no percibió, de lo que no se dio cuenta es que las bases de éste tenían una única dirección; él. Cuando ya no quedó nada de lo que ella simbolizaba, la relación fracasó. Quedando desolada, se alojó en la desconfianza de no verse capaz de creer en nada, en nadie, esa fue una de las razones que la llevó a apartarse de todo y todos. No fue inmediato, el proceso lento pero seguro en la que poco a poco se iba reconfortando en la tristeza hizo que estás emociones  se fueran sublevando, ganando terreno, hasta que llegó el momento en que no le permitieron seguir con su vida. Perdió el trabajo, uno del que tiempo atrás sintió orgullo, ya que empezó nada más terminar los estudios y con los años se ganó el respeto de sus superiores, alcanzando así un cargo de más responsabilidad. Los conocidos se fueron apartando, la primera etapa fue la pena y esta anduvo acompañada de consejos y comprensión, más tarde aconteció el rencor, ¿por qué seguía en aquella situación? Ya era hora de salir a flote, no era la primera relación que fracasaba. Cayetana lo sabía, pero ante la confusión no hallaba consuelo, solo desventura. Así que con el tiempo y para no tenerse que justificar fue cerrándose en un caparazón de desazón y ahogo. Construyéndose un mundo en el que coexistía la penumbra y la indiferencia, un lúgubre hogar a puerta cerrada del que pocos tenían permitido el acceso. 
 
Día 15.
 
<<Puedes hacerlo>> <<Hazlo>> Llevaba dos días intentándolo, agarrando con fuerza el bolso, como si este pudiera salvarla. Sin ingresos, el sustento dependía en gran parte de la bondad de sus padres y Maite, su mejor amiga de la infancia. Eran los únicos que todavía la tenían presente, los que la cuidaban y procuraban que no muriera de hambre. Pero llevaba muchos días que no podía contactar con ellos, y la vergüenza de su situación le impedía llamar a otros para pedir socorro. ¿Qué les diría? Que llevaba meses recluida en aquella casa, que tenía pavor a salir a la calle, y que la vieran, la juzgaran. No podía, ya había perdido demasiado. Lo único que le quedaba era la dignidad y su olvido. Así que allí estaba, camuflada en la valentía que no quería surgir, en el miedo atroz a afrentarse a la realidad y es que no podía salir, le era imposible. Pero no tenía alimentos, en su despensa apenas quedaba nada. ¿Cuántos días podía sobrevivir una persona sin comer? Si tuviera internet podría averiguarlo, así por lo menos certificaría el día y hora de su muerte. Pero, no; triste realidad en la que se amparaba. Había sido una mujer con proyecciones claras, capaz, desde el principio supo lo que quería estudiar, donde quería trabajar, unos padres generosos y amigos que creyó los mejores, su vida siempre había estado encauzada, era perfecta. No se reconocía. Y lo peor es que no podía culparlo a él, Emilio y su abandono, por más que quisiera señalarlo era ella la que se destruyó desde el principio y eso hacía que no fuera capaz de superar las mentiras, el egoísmo y la manipulación de los últimos tres años. Era un castigo a sí misma por permitir que la moldeara a su antojo y cuando ya no quedaba ni una brizna de su esencia, este se marchara alegando que no podía conformarse con tan poco. Darse cuenta, ser consciente de que todo lo que hizo solo tenía un propósito, que ella se lo permitió, fue el desencadenante que hizo que algo dentro de Cayetana se rompiera. Y ahora, ¿qué quedaba? ¿Quién era? No había siquiera partida a la que dirigirse. No podía hacerlo. Solo oscuridad. <<Mañana, sí; al día siguiente lo volveré a intentar>>
 
Día 18.
 
Lo sabía. Cogió el teléfono, dejaría el último mensaje a sus padres. Sentía cercano su final. Le dolía y notaba como el aire que inhalaba era el último. La pesadez de sus miembros, el adormecimiento de pensamiento era el aviso de que el final cercaba sobre ella. Intentó marcar el número, pero fue incapaz, no lo recordaba, era como si su mente también fuera consciente de que ya no había continuidad. La culpabilidad de pronto la afrentó, sus padres, ellos siempre la habían querido, sin límite, sin importar cuantos errores había cometido, el perdón era anclado por su amor. Por más que lo probó, no pudo. <<¡No! Ellos se merecen más de mí>> Con ese pensamiento se arrastró hacia la puerta, gastando los últimos vestigios de energía para pedir ayuda, pero no tenía fuerzas y por más que lo intentaba, no  lo conseguía. Era imposible, moriría allí como una cobarde que se había dejado vencer por el miedo, recluida en su propia cárcel imaginaria, esas paredes que en otra época la habían visto reír ahora se alejarían de ella con pena e incomprensión.  <<¡No!>> No podría despedirse, no les diría cuanto lo sentía. La inmensidad de ese hecho fue el que le proporcionó el último impulso, al ponerse en pie, abrió y salió.
 
―¡Hija! ¡Hija! Por fin. Cogedla, cogedla. Por dios, ¡Juan! Llamad a una ambulancia, ¡rápido! Tranquila pequeña estamos contigo. Todo irá bien.
 
Acunada en los brazos de su madre, miró por última vez hacia su celda y con hilo de voz dijo. ―Sacadme de aquí, yo, yo no quiero volver. No quiero.
 
―No lo harás cariño, llevamos días esperando a que salieras. Pobrecita mi niña, lo siento tanto, siento que no hayamos hecho nada, pero tenías que ser tú quien abriera esa puerta. Ahora eres libre.
 

 
 

martes, 1 de octubre de 2019

Legado maldito

 
 
 
Nací en el seno de una familia excéntrica y compleja, así que cuando pude, me largué. No penséis que soy egoísta o que sienta vergüenza de mi procedencia, pero cuando uno crece rodeado de amuletos, rezos y rituales, por más que se intente, la mente racional impide sobrellevarlo, la única posibilidad era irme. Y así lo hice. Desaparecí, me alejé de todas ellas; ah, es verdad, que no lo sabéis, vivía rodeado de tías y hermanas, pero la que movía los hilos era la abuela María. Esa mujer no era muy dada a la palaba, aunque claro, tampoco lo necesitaba, en las pocas ocasiones que abría la boca sus órdenes se cumplían a rajatabla y esos ojos, qué mirada; os juro que te ponía los pelos de punta. Era como si supiera todo lo que anidaba en tu alma. Tus secretos más oscuros se descubrían ante ella, y bueno, la mente es cosa privada. A parte había algo en su trato que denotaba la cero estima que me tenía, era como si supiera algo que el resto de los mortales desconocía y al mismo tiempo le desagradara saberlo. Otro apunte insólito es que en la familia no hay hombres. Ninguno, solo yo. Extraño, ya que todas han tenido descendencia. En una ocasión se lo pregunté a mi madre, todavía sigue presente el pisotón que me dio, un misterio que hacía que mi poca hombría temblara de miedo.
 
A partir de mi huida, perdón, quise decir marcha; proyecté cada paso minuciosamente, cambié mi nombre y busqué un lugar en el que pudiera mantener un perfil bajo, no es que pensara que vendrían a buscarme, pero así me sentía más seguro. De ahí el ataque de pánico que tuve hace nueve días.
 
Juan, la abuela ha muerto. Tu herencia.
                                 Con amor, Mamá.

Una muñeca, una horripilante muñeca con los mismos ojos que esa maldita mujer. La tiré a la basura, lo que no esperaba era que al despertarme la encontraría al otro lado del colchón. Quizás poseo un sonambulismo tardío o me he vuelto loco, pero tengo aprensión al pensar que pueda dirigirse hacía mí a pasitos chiquitos. Para no arriesgarme me he dado por vencido, la llevo conmigo a todos sitios y le hablo. Fijaros que hasta le estoy cogiendo aprecio. Eso sí, últimamente he notado algunos cambios. Por ejemplo, le expliqué a Mery; disculpad, no os lo he dicho, la llamo así en honor a la abuela, pues eso, que hace dos días le comenté que hay un compañero que está haciéndome la puñeta y desde entonces nadie sabe nada de él. Por lo demás, todo bien, hasta estoy empezando a creer que podría reconciliarme con la familia.
 
       
Relato presentado en el: EL TINTERO DE ORO, concurso literario mensual.