martes, 17 de diciembre de 2019

Cuento invertido: La ratita presumida o mejor dicho, el juego de las vanidades






─Me lo habéis prometido ─todos callaron, expectantes, con cara de no haber roto nunca un plato, y creyendo que así conseguirían manipularla. Tenían razón.

─Si tata, pero tienes que entender que a nosotros nos interesa todo lo referente a la familia ─insistió con remilgo ─era la sobrina más pequeña, pero su voz se hacía escuchar más fuerte que las demás, reclamaba todo aquello que quería sin ninguna vergüenza.

─Lo sé, pequeñaja. Pero la semana pasada apenas dormimos unas horas y luego el domingo anduvisteis atolondrados, luego la yaya me riñe porque no descansáis, así que esta es la última vez, todos al catre, ¡venga! ¡colocaros! ─mirándolos con falsa autoridad intentó no en vano hacerse la interesante.


<<¿Os acordáis de las Navidades pasadas? Cuando la tía Gertrudis explicó aquella historia de la ratita presumida. ¿No? Ya veo, aunque os hagáis los despistados a mí no me engañáis, desde luego sois unos pilluelos de mucho cuidado, está bien; os diré que después de eso indagué un poquito sobre la historia, me pareció que el cuento tenía algunos flecos que no casaban, y recordaba que en el diario de nuestra tatarabuela había algunas anotaciones que no se tuvieron muy en cuenta, así que me puse a ello, pero os confieso que encontrar justo ese escrito fue una ardua tarea, en la que las telarañas acompañaron mis pesquisas, así que ahora os pediré que os mantengáis en silencio y escuchéis atentamente, ya que hoy descubriremos otra verdad velada entre mentiras.>>


Hace muchos, muchos años en una remota villa existió una acaudalada familia de ratones, en aquellos tiempos donde el mercadeo y los trapicheos no eran vistos o simplemente detectados como correspondía, esta familia consiguió hacerse un nombre, un hueco en la alta sociedad, se codearon con los que se creían que eran importantes, comieron y vistieron como si fueran uno más de ellos, eso sí, a costa del beneficio de otros, pero como siempre pasa o debería, hubo una denuncia y posteriormente un encarcelamiento, eso hizo que todas las riquezas y bienes fueran embargados y más tarde entregados a todos las víctimas que habían sufrido dichas estafas.

Y es ahí donde verdaderamente empieza la historia de nuestra ratita, una niña que había coexistido entre algodones, en la que solo obtenía atención, regalos y palabras de agradecimiento. Nunca una reprimenda. A la larga ese hecho la convirtió en una niña malcriada que estaba acostumbrada a conseguir todo lo que quería solo porque ella así lo decidía, el problema es que al no darle valor a las cosas, no entendía de esfuerzo y como tal la pataleta estaba asegurada. Y eso es lo que pasó, la familia venida a menos no pudo seguir sufragando todos los gastos que ella requería y al verse en una posición tan precaria decidió que en vez de ponerse a trabajar como todo ser honrado buscaría un marido con posibles.

Era toda una belleza. A corta distancia no solo la lindura la acompañaba, seguía conservando los ropajes de otros tiempos como el lazo rojo del que tanto se ha hablado, y que en verdad nunca se quitaba, así que vestía y se comportaba como una auténtica princesita, pero es que también sabía entretener y divertir a unos y otros, y eso hacía que el encanto fuera un juego asegurado. El primero en intentar cortejarla fue un gallo, el Sr. Quiquiriquí estuvo durante días señalándole lo bonita que le parecía, que con él madrugaría todas las mañanas, verían los primeros rayos de sol y le cantaría palabras de amor a cada momento. Como os imagináis nuestra ratita eso de madrugar le pareció de lo más ordinario, así que declinó la oferta al momento. Con este fuera de juego apareció un perro, el Sr. Guau viendo en que había fallado el anterior le prometió días interminables de sueño y modorra, que harían lo menos e indispensable, pero siempre con un amor, el suyo, del todo verdadero. Esa era la vida que ella deseaba, pero no para la de su marido, aspiraba a uno que ambicionara algo más que la desidia así que pasados unos días terminó por declinar la oferta de muy malos modos. Pasaron algunos meses en los que los posibles cortejos quedaron paralizados, se comentaba que ratita era una esnob y poco a poco todos aquellos que en algún momento se habían quedado embelesados por su belleza terminaron por detestar su exquisitez. Ella por el contrario creyéndose más que todos aquellos ignorantes siguió con su objetivo, esperando el día en que podría vivir como se merecía, entre tesoros.

Fue entonces cuando conoció o mejor vislumbró a un ratón, el Sr. Iiii, se presentó ante todo el pueblo menos a nuestra ratita, ese desplante hizo que la curiosidad de ella se despertara y quisiera saber más de este nuevo miembro de la comunidad, más tarde eso sí, cuando descubrió por otros que era un simple jornalero empezó a perder el interés, las aspiraciones que tenía eran otras, a parte, había sido un grosero. Pero por casualidades de la vida, siempre se lo encontraba, allí donde fuera él aparecía o a la inversa, ya no sabría qué decir, de lo que sí estaba segura es que despertaba en ella sentimientos que no sabía describir, y es que nuestra ratita estaba tan acostumbrada a ser el centro de atención que su diminuta cabecita no comprendía como alguien era capaz de ignorarla. Contra más pasaba éste, más se obsesionaba ella.

Así que el día que apareció un gato, el Sr. Miau, ratita respiró un poco más tranquila, éste vestía con clase, hablaba con una finura que solo proporciona la clase alta, se le veía que tenía posibles y el interés que le expresó era el que ella requería y merecía. El cortejo fue rápido y la boda no se hizo esperar. Se invitó a todo el pueblo, mostrándoles toda la riqueza y engreimiento que pudieran ansiar. Todos comentaron la suerte que estas dos almas tan iguales habían tenido al encontrarse y en cierta manera hasta se alegraron de que ratita al fin hubiera logrado su propósito. Ella egoístamente deseo que el Sr. Iiii también hubiera asistido a la boda, quería, necesitaba mostrarle lo fingidamente feliz que se sentía, pero no fue así, lo que tampoco esperó es que una vez pasados los meses su marido no fuera lo que ella estuvo esperando durante tanto tiempo, resultó ser un mentiroso, vago y presumido gato que no aportaba nada en el hogar y del que ratita sin esperarlo tuvo que hacer frente, y no solo eso, sino que un día desapareció con lo poco que tenían y con esa huida aparecieron ante ella muchas deudas de las que hacerse cargo, llegó un período que poco le importó de que trabajara siempre y cuando pudiera seguir adelante. Con los meses esa niña malcriada que un día fue acabó desapareciendo, convirtiéndose en alguien sensato y maduro. Y cuando ya se valía por ella misma y no necesitaba de otros recibió un mensaje del Sr. Iiii en el que le pedía una cita, ésta recordando todo lo pasado, simplemente la denegó.

Bueno, no fue así, pero podría haberlo sido, ¿no os parece? Desde ese mismo momento los señores ratones, simplemente fueron felices por ser ellos mismos y de sus propias capacidades, no ansiaron más de lo que tenían, porque con el amor les bastaba.


─¡Tata! ¡Tata! ¿Qué le pasa?

─Se ha dormido, creo que también deberíamos intentarlo, quizás mañana nos explique otra historia, ¿no os parece?

─Sííí ─gritaron todos.
 
Fin.

Anterior cuento: Cuento invertido: Los tres cochinitos, ;) ¡Gracias!
 

lunes, 9 de diciembre de 2019

El último viaje


 


No recuerdo a mi padre, se marchó de casa cuando apenas tenía cuatro años, eso hace que a veces me pregunte cómo uno es capaz de resguardar los primeros recuerdos y otros en cambio se almacenan en algún oscuro lugar del que no existe acceso.

Es como si una parte de mi hubiera sido arrancada el mismo día de su partida, ese día en que no evoco siquiera su sonrisa, olor, voz, un simple abrazo, pero si vienen a mi flashes como los sonidos de la vía del tren, el aviso del próximo destino, el llanto de mi madre, de sus ruegos requiriendo que no nos abandonara. Como me empujaba hacía ese hombre sin rostro. Nada sirvió. A partir de ahí, todo se volvió negro, o quizás siempre fue así, una mujer miserable, amargada que buscaba cualquier excusa para despreciar o culpar. La pequeñez de los momentos en los que se abrigaba, en el falso amor y en el rencor de saber que ese hombre se había marchado para no volver, con otra familia a la que entregar lo que ella demandaba, y sobre todo que no sería nunca la elegida. Yo solo fui una ficha a la que manejar, todo valía para retenerlo, aunque solo se tratara de unos escasos años de idas y frías salidas. Nunca existió amor, tampoco necesidad. Supongo que por esa razón fui una niña solitaria, sumisa, que intentaba no molestar, jugar en el silencio de la contemplación, la anciana Greta, nuestra vecina, se asemejaba a ese carácter, observador y reservado, hablaba poco, y cuando lo hacía era para revelar detalles sobre el pasado, así que no me sorprendió el día que decidió explicarme la historia de cómo se conocieron mis padres. Él era comercial, de los que van de puerta en puerta ofreciendo cualquier producto que uno pueda imaginar, no debió percibir el error que cometería al llamar a la puerta de mi madre, tampoco sé si llegó a venderle algo, pero sí que iniciaron una mísera relación, una aventura que hubiera tenido un rápido fin si no se hubiera hecho público el embarazo.  Por eso sé que cuando ya no le serví a su propósito me detestó con más fuerza. Hizo que creciera con una animadversión a los trenes, estaciones ferroviarias o cualquier pase en el que existiría alguna vía, la razón, el odio al abandono, a la culpa, a la necesidad de señalar a un objeto para no hacerlo sobre ella misma, sobre él. Durante un tiempo quise anclarme en esas emociones, a esa enfermedad, buscando un punto de conexión, necesitaba  y pensaba, que era la única manera de conseguir su cariño. Me amparaba en la desdicha de creer que si me parecía a ella, llegaría el día que no necesitaría vivir en aquel recuerdo, en él, su marcha, y seríamos felices.

Con el tiempo ese inexistente lazo se fue rompiendo, la incomprensión y la escasa respuesta hizo que me descubriera sublevándome. Empecé coleccionando recortes de trenes, los guardaba como un tesoro, y los admiraba cada noche antes de dormir, esperando ansiosa el día que ella los encontrara, quería, necesitaba, ver su reacción, me hacía sentir rebelde, mezquina, feliz y un algo que todavía no era capaz de describir. Sabía lo que podía provocar ese secreto, pero no me importaba, era mío.

Durante años logré pasar tan desapercibida que mi sola presencia no formaba parte de aquel plano, nunca lo descubrió y sentí rechazo, incomodidad y rabia. Greta la observadora, sí notó el cambio del que me estaba despertando y así me lo hacía saber  <<Niña, tu mirada no es limpia. Algo tramas y no es bueno>> Yo sonreía y fingía que no entendía lo que quería decirme. Pero lo sabía, dentro de mi habitaba una necesidad mayor, el odio se alimentaba de más odio, ya no tenía que intentar parecerme a ella, poco a poco, simplemente me convertí en una versión peor. Jugaba a desestabilizarla, a incomodarla. Me gustaba ver que tenía ese tipo de poder, no era como ella, no gritaba, ni exigía, no, yo cavilaba, cada paso, movimiento y palabra era tan mesurada que la perturbaba sin darse cuenta desde donde le provenía el golpe. Por las noches inducida por el primer sueño le ponía sonidos de locomotoras, silbatos, al cabo de unas semanas empezó a estar más irritable de lo costumbre, su agitación se hizo más presente, más visible, dejó de dormir. Allí debí detenerme, pero verla empeorar, hacía que me sintiera bien, con una paz que me impedía parar, disfrutaba viéndola caer, hundirse y me justificaba, sí, lo hacía, por el dolor que me había infringido desde que nací. Así que seguí. Pero llegó el momento en que ese juego empezó a aburrirme, trastornarla se convirtió en algo demasiado sencillo, necesitaba de otros nuevos alicientes.

Fue entonces cuando recibió la nota: Cande, cometí un error al marcharme. Nunca debí subir a ese tren. Llegaré a las once de la noche. Estaré esperándote en la vía número cuatro. Te necesito.

No miró el remitente, tampoco se fijó en la letra, solo vio lo que anhelaba, ese día anduvo como loca haciendo planes, repitiendo sin parar que ella sabía que llegaría el día que regresaría. Así que no me esperó, ni vio venir el empujón que le di justo antes de que pasara el tren, el último. Ahora sé cuál es mi cometido, y esto solo acaba de empezar.   


 
Relato presentado en el: EL TINTERO DE ORO, concurso literario mensual.