Llevo dos días que me despierto de golpe, agitada, con una sensación de pérdida foránea, ¿será un aviso?
Como buena pesada debo decir que esto ya lo he explicado, pero como todo guarda encriptación o mi incoherencia así lo dicta, vuelvo a la carga, hasta casi
rozar la treintena era una marmota, es uno de los motes que me pusieron mis
amigas. Que se tiene que dormir de pie: se hace. Que la postura puede
provocarte una contractura irreversible: qué más da. Que el gato de tu amiga
decide dormir 12 horas encima de tu cabeza: adelante. ¡Oye! Te puede
asfixiar: exagerados. Uy, mira, una mesa: ¡qué madera más blandita!
La cuestión es que, la fortuna se acotó y ahora el insomnio
es mi mejor amigo, y con él, de alguna manera simbólica tuve que decirle adiós a
otros.
La repetición.
Cuando era pequeña soñaba continuamente que volaba, al despertarme seguía
sintiendo la misma ingravidez y más de una vez pensé: es real. Por suerte, el ser humano es un animal que se aferra a la
vida como una garrapata, y no me impulsó al salto final.
A lo largo de la vida he repetido sueños, porque soy terca
hasta cuando descanso las temibles 4 horas, me gusta recrearme, hay goce en la
reproducción, sabes hacia dónde vas y cómo termina la historia. De un modo
perverso uno se valida en ese agónico conocimiento.
En este último periodo he soñado con serpientes, de todo
tipo y forma. Las primeras les tenía rechazo, un poquito de repulsión, y hasta
las mordidas me escocían. La última vez una anaconda extra esponjosa me rodeaba el cuello, no pesaba nada, y la lucía como un accesorio. No he vuelto a soñar
con seres viscosos. Supongo que nos despedimos como corresponde, dentro de la
cordialidad que proporciona la aceptación.
La realidad es que siempre he estado medio adormecida, me he
construido a mí misma como una experta que se amolda a la circunstancia, cediendo sus posibilidades frente a otros. En nombre del apego, de la obligación,
del qué o quién. Y en esta última etapa (una que inició sobre el
2022 y espero que termine antes del 2045), comprendo que debí (y excluyo el
quizás que estaba incorporado), considerarme. Lo mejor de reconocerse es que
se dan pasos, minúsculos y paralizantes, pero se dan.
Como digo la repetición es la seña, y emplearlo no es ningún sacrificio, así que seguiré con el mismo patrón establecido. Hay sucesos que no se pueden quebrantar, harán que las creencias de inicio se ramifiquen en direcciones opuestas, en mi caso, existe algo punzante que sigue presente, sin opción a replica, la oportunidad de crear un vínculo pleno o distinto con mi padre. No hablo desde la pena, aborrezco ese tipo de intimidación, pero es una certeza y opino que si se muestra acota poder, murió cuando yo era joven, él lo era; así que cuando miro atrás sigo haciéndolo con ojos de niña. Por eso sujeto inflexible a la palabra, al diálogo dentro del respeto, tolerar que quizás lo que se exponga no se regirá en base a nuestro propio criterio.
Os aseguro que la madriguera, mi origen, es donde más a
salvo y amada me he sentido, la economía como la mayoría de las de la época de
los 80 era lo que era, pero el valor que no es otro que el amor, estaba intacto,
y eso provoca que sea más consciente de que las relaciones, como nosotros: evolucionamos. Con este presente me saldría una frase de esas que chirrían,
pero bueno; perdonadme: no nos demos por vencidos. Qué ironía, que lo diga esta fustigadora que tantas
veces se siente una mediocre.
Y, sí, es una de las razones por las que siempre
vuelvo atrás, una y otra vez.
Los sueños
Nunca impondré mis pensamientos, sobrevivimos con exceso de coacción,
pero sí explicaría una historia; una de renuncia. Si las evidencias no hubiesen
abandonado este escenario y en una de esas se cubrieran de perseverancia, señalaría
a más de uno que pulula en este mundo lleno de aire, y les suplicaría que
expusieran su verdad, para que el resto aprendiéramos de ella. La historia sea
cual sea, es una vuelta de tuerca, es memoria, valor para no regresar allí. Por una vez estaría bien que los sueños no supuraran nostalgia.
Así que empezaré dando voz a mi padre, lo haré como cuando quiero mostrar la magnitud, desde fuera, como una espectadora,
porque esta puede exponer lo bonito, pero también lo trágico; es la única
manera que sé que es certero, cuando se aceptan
todas las aristas.
Hablo poco de él, sigo siendo esa niña que se malogró a sí
misma. Pues bien, Manuel o Manolo, como lo llamaba todo el mundo, tenía un
fuerte carácter, una mala leche increíble y un sentido del humor retorcido. Su
risa era fuerte, como la de un animal salvaje, era cariñoso y familiar. No se
avergonzaba de quién era y menos de mostrarlo al mundo. Todo lo contrario, era
su baluarte. Siempre quería que fuéramos los cuatro de aquí para allá, como
si supiera que el tiempo es efímero y debe aprovecharse. Pero también tenía un
lado emocional que abanicaba con una delicadeza hermosa, y lo revelaba con su
poesía, sobre todo a mi madre. Fue un soñador, uno de esos
donde los cimientos son muy frágiles y los techos altos, pero era invencible. Vaya
sí lo era, nunca se rindió y ese mensaje es uno de los legados que nos dejó a mi hermana y a mí: valentía. Arriesgar cuando lo que te rodea es
caos y pérdida. Escasez. Levantarse continuamente, aunque la esperanza se
desvanezca ante tus ojos.
Durante décadas lo ignoré, es más, lo acordoné en el
desarraigo. El miedo, las carencias, el control, el no poder permitirse caer;
se condensa y precisa de otros actos para acallarlos.
De nuevo casi lo olvido, casi.
Leyendo lo
ResponderEliminarque hablas
de tu padre,
me da a mí,
no sé, que
quiza , no
era apreciado,
en un sitio
que no fuera
tu casa
Ya sabemos,
ResponderEliminaren España,
no gustan
la gente que
nos tratan
"de tu a tu",
lo más
probable,es
que con su
manera de
ser, lo hiciera,
la foto, muy
bonita.
Dime qué pensabas en ese momento, con esa extraña contorsión de muñeca. :))
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