Poco deberíamos decirnos, las despedidas son agrias,
incómodas, repletas de pretextos inundados en la pérdida. Desgastamos los
cartuchos, creando hasta desfallecer miles de puntos suspensivos que se han
desfigurado entre suspiros, melancolía de un sueño incompleto.
Volvemos una y otra vez a inicio, casilla impenetrable, una
que no nos corresponde, pero allí nos agarramos. ¿Por qué? Es entonces cuando aborda
la perversidad, absoluta malicia, de erigir tormento a aquel que se supone que respetas,
pero la realidad es que condenas. Vencidos y corroídos por una mentira, impregnados
en lo nefasto.
El día que me preguntaste, ¿qué nos unió? Allí tuvimos que
despedirnos, intentar ser aliados, no disipar el aprecio que aún conservábamos,
pero yo contesté <<Lealtad>>. Y perduramos, como condenados a
muerte, viviendo entre rescoldos de un afecto que hoy no lo encuentro certero. Nunca
fuimos valientes. Ninguno de los dos. Es cómodo el hábitat forjado, la
incertidumbre y la falta de apego establecen un ecosistema despótico en el que
resguardarse, asentados en la renuncia de la subsistencia.
Nos exigimos más, horas, infinidad de ellas, iniciamos a
oscuras y regresamos de la misma manera, los festivos se difuminan, dejan de
existir, el goce se marchita. Se pierden fechas en el calendario, el contacto
humano se esparce pidiendo entre pretextos compresión, bondad, pero los
rescoldos son quejas, y más quejas, <<Lo necesito>>,
<<¡Ya!>>, <<Es
urgente>>, <<Plazos, plazos, plazos>>. Es lo único que cuchichean,
hasta eso se nos arrebata, la cordialidad.
A cambio se nos cede insomnio, una toma de café desproporcionada,
migrañas, comer a deshoras, y meses en el calendario extraviados. Pero no
temas, seguiré a tu lado, con todo el odio y amor que te corresponde, mi más venerado
gobernante, aquí estaré, como perro fiel seré tu más perpetua y sirvienta
amada.
Hola, a todos.
Necesitaba gimotear, así que aquí está este minúsculo
desahogo en forma de sátira negruzca, ;) No me lo tengáis en cuenta o sí,
quejaos, quejaos. Iba a escribir una lista de lamentos, pero leí a Kirke y su
fantástico cuento, Un techo bajo el que cobijarse,
y no he podido más que inspirarme.
Muchas gracias por vuestro tiempo.
Besos, y abrazos.