jueves, 27 de junio de 2024

El arte del salivazo o el berrinche de Shiloh

 


La voz enterrada, eso es lo que tiene Shiloh, ni un pequeño rugido le nace. Se esfuerza, berrea, patalea, pero nada, solo externaliza muecas. Como una muñequita, títere de brazos que se amolda al resto. Para no molestar, para no perjudicar, para no existir.

Se despierta, si se pudiera decir que duerme cuando ni las tinieblas acompañan al mundo. Efectúa los rituales impuestos, café, regar las plantas, café de nuevo. Las ojeras reivindicativas exaltan como otra contorsión a sumarle. Revisa los correos, las urgencias de otros que más que eso son señuelos para que éstos no sientan sus propias carencias. Bebe más café. Trabaja tantas horas que no recuerda el último minuto en el que dispuso espontaneidad. Y de repente un bosquejo le nace, algo fugaz, cargante, pero el mensaje se repite durante los días con insistencia.

Si su santa vecina la escuchara pronunciar esas palabras, se santiguaría mil veces. Hasta intentaría exorcizarla. Así que ella se mantiene callada, reincidente en acciones. Pero esa murga ha accedido en su sistema como un virus y no cede. Empieza a condicionarla, a temerse.

La rutina importuna, la exigencia restringe. Coartada desde inicio, un hilo de voz asoma, como canto de sirena, hipnotizando a unos y a otros, porque lo que nunca expresó, ahora parece explosionar sin tregua.

La gente se pone las manos en la cabeza, se queja, no mira hacia atrás, no, el valor es el ahora. Solo ven que el chollo ha finalizado, ya no se contestan mensajes a deshoras, no se realizan recados que no corresponden, los días festivos existen. Y no decir lo que sale por esa boquita. Escupitajos y palabrejas poco nobles, pero ayudan para que deserten espantados.

La primera noche de sueño reparador sentencia la metamorfosis. Han desaparecido los cadáveres.


viernes, 21 de junio de 2024

La inclemencia de la elegida

 


Al verla un fuego interno coreó súplica, rompió, retumbó miseria. Una contemplativa que anidaba temor al balbuceo, de no ser capaz de expresar ninguna frase coherente, de avergonzarme más de lo que estaba en su presencia. Exquisita representación que se efectuaba en mi cabeza, adulada por la noche, visualizaba los aleatorios escenarios. Tú y yo. En el crepúsculo abrigado por la posibilidad, como telarañas invisibles. Nunca nombrada, era pecado, secreto que solo concebía el deseo de hacerlo, apetito que no saciaría esta obsesión en la que se celaba anhelo. Hambre que no es permitida aplacar.

<<Me viste, sí, lo hiciste>> Pero ajena miraste en otra dirección, una opuesta a este místico conjunto. Nunca comprendiste lo que es la verdadera indigencia. Fatalidad de una pasión no correspondida, inaccesible perdedor de aquel que siente el todo y le corresponden con vacío. Castigo. Encogimiento que obtuvo burlas, cosquilleos de sentimientos nunca formulados. Y ahora, en esta sala deshabitada, en aquel remoto pasado, exiges una clemencia que no te pertenece. Ruegas amor por nosotros, por mí. No sabes que solo soy un proscrito. Un ser no reconocido al que robaron sus dones. Un día fui el todo, nombrado como Arcángel Chamuel, a él debiste implorarle piedad.


martes, 11 de junio de 2024

Realidad o creación. La Matrix del buen comer

 


Todo empezó hace unas semanas, solo fueron pequeños detalles, ningún cambio brusco, pero sí hicieron darme cuenta de que mi marido, no lo era. El primer día me trajo un ramo de rosas; no él, un repartidor. En la nota ponía <<Para la mujer más bella del mundo>>. Recuerdo como todas mis compañeras se alegraron con aquella envidia no sana, sonrisa que se asemeja más a mueca que a verdad. Me sorprendió y al mismo tiempo dudé. Nunca me había regalado flores y después de 20 años casados, era chocante. Pero pensé, quizás lo ha visto de otro compañero, y no ha querido ser menos. Francisco siempre tuvo eso, a parte de ser extremado roñoso, nunca quiso que nadie se le subiera a la chepa. El lema: yo más, lo llevaba impregnando en su ADN.

Pero cuando a los pocos días llegué a casa y él ya estaba ahí, y no solo eso, había preparado una cena sibarita, ahí sí se me puso la mosca detrás de la oreja. Lo tantee, y nada. No se percibía preocupación en sus respuestas, era como si todo siguiera igual, pero no, ya que ese ser no era él. De eso estaba segura, pero lo dejé pasar. A una le gusta que de vez en cuando la cuiden, le digan qué bonita está cuando se termina de levantar con pelos de loca, le preparen un desayuno digno de reyes, vayan a buscarla al trabajo y la inviten al cine, vamos, que ni mi primer novio se esforzó tanto por conseguir el ansiado beso.

Pero todo tiene su parte negativa, y es que después de tantos años cada uno por su lado y dios en la de todos, ese apego que poseía mi nuevo marido, empezó a molestarme, me sentía acosada, sí, acosada es la palabra. Atosigada con hermosos mensajes, con detalles que nadie le había pedido, esa toxicidad estaba corrompiéndome. Así que lo encaré.

 

—Francisco, tenemos que hablar.

—Claro, mi vida. Dime.

—¿Dónde está mi marido?

—¿Qué dices, Juani? Justo enfrente. Sabes, he pensado que el fin de semana que viene vayamos a la playa.

—¿A la playa? ¿De fin de semana? ¿Para gastar dinero? Eso mismo, ¡dinero! Tú no eres mi marido. Él es un tacaño, un ávaro que no recicla por el medioambiente, lo hace para no gastar. Y ahora vas a manos llenas. ¿Quién eres? ¿Eh? ¡Contesta!

 

No dijo ni mu, simplemente siguió mirando la web de viajes con una sonrisa bobalicona que ponía los pelos de punta. De repente, fui consciente de que la vida concebida hasta la fecha era una mera mentira. Quizás sea cierto que vivamos en un tipo de Matrix que a uno lo mangonean con distintos tipos de representaciones, pero tonta no soy. Así que estoy con ojo de halcón pendiente de cualquier cambio significativo. Eso sí, a Francisco le permito con recelo todo sea dicho, que siga con su nueva identidad, despilfarrando el dinero como si no hubiese mañana, porque seamos sinceros me encuentro en la gloria, nunca hemos comido tan rico como ahora. Pero no me engaña, no.

A finales de esta semana y mediados de la otra estaré incomunicada, no desaparecida, pero no podré conectarme, así que será imposible leeros. 

Mientras tanto, cuidaos bien y sed felices, no os lo pido; ¡lo exijo! ;)

Besos, y abrazos.


viernes, 7 de junio de 2024

¿Amor? Maraña o credo

 


—¿Crees en el amor?

—¿Cómo dice?

—Que si crees en el amor.

—Disculpe, pero no le conozco y su pregunta es bastante personal.

 

La secuencia inicia en un edificio, suscitando incomodidad, para que los sujetos que tengan la intención de instalarse huyan de allí con las mismas prisas que demanda respirar.

María lleva horas esperando, no la dejan escapar, por alguna razón que no comprende durante horas la mantienen retenida, viendo como otros llegan más tarde y tienen esa premisa a su favor. Además, debe tolerar a ese hombre, que no deja de mirarla con cara de asesino en serie, para añadirle que la incordie con preguntas que no quiere responder.

 

—Es por hacer algo, conversar hará que el tiempo sea más quebradizo.

—Será para usted. —murmura.

—Mi abuela siempre decía que tenía oído de murciélago.

—Pufff, mire que es pesado. Hagamos un trato, si de vez en cuando parpadea, hablaremos, pero nada de preguntas insidiosas. No me agrada que invadan mi privacidad. Ni la chachara. Ni ya puestos, el aire que inhala.

—Lo intentaré. Pero tengo un problema en los párpados, mi abuela siempre… —lo corta.

—¡Basta! Y deje de nombrar a su abuela, por dios. Es incómodo. 

—Vale, vale; que quejica. Y entonces, ¿crees en el amor?

—¿De qué clase?

—Bueno, me he fijado que no lleva anillo, y durante horas no ha utilizado el móvil.

—Ya, no hace falte que lo jure; no me ha quitado ojo. Le recomiendo que no lo haga, es incómodo y bastante molesto. A la gente no le agrada sentirse acechada.

—¿Te das cuenta que siempre me contestas a la juliana? Y no solo eso, no dejas de socavarme, y por favor, tutéame, con el tiempo que llevamos aquí y puesto tu agrio carácter esta debe ser la relación más larga que habrás tenido.

—¿No estará intentando ligar conmigo? Lo siento, pero no es mi tipo. Y soy considerada, no como usted que se toma unos privilegios que nadie le ha cedido.

 

En la sala se asienta una tercera persona, estableciendo un silencio cargante que se rompe con el aviso de que ésta última pase a la habitación número 4.


—No entiendo que nos hagan esperar tanto. El resto también tenemos vida.

—¿Estás segura? Dudo que ni las víboras se te acerquen.

—¡Serás! Y deja de tutearme, maleducado.

—Vale, perdone. Y bien, si o no. Contésteme y la dejo en paz. Palabra.

—Pues sí, creo en el amor. Mi Potito es la cosita más preciada del mundo.

—No me jodas, ¿Potito? Ja, ja, ja. ¿Qué es? ¿Un perro?

—Pues no. El pobre siempre tuvo problemas con la comida, todo le sentaba fatal. De ahí su nombre. Ha sido complicado encontrarle una dieta adecuada. ¿Quiere verlo? Tengo fotografías. 

 

Se acerca a la chica, y antes de ver la imagen nota un pequeño pinchazo, no le da tiempo a reaccionar cuando cae desplomado.

 

—¡Por fin! María, cada vez tardas más en conseguir los objetivos.

—No es culpa mía, el tío solo miraba. Hasta me ha hecho dudar si era un inspector de sanidad.

—No digas tonterías, este sitio es impenetrable. Y con la excusa de las entrevistas de trabajo dignas, aquí solo aparece gente desesperada.

—Da igual, ¿y los otros? ¿Hemos cubierto remesa?

—Si, tranquila. El Sr. Potito tiene todos los órganos solicitados. Con el último sujeto ya no tendremos que trabajar hasta de aquí 1 año.

—Ay, Luis. Qué ingenuo eres.

 

Otro cuerpo se amontona al anterior, y María echa cuentas de lo que le pagará el único amor al que venera, el dinero.