Si vinculo una canción a la primavera me vendría la de los
Delinqüentes: La primavera trompetera ya llegó, ya me despido del abrigo… Como sabéis soy de pueblo, y la fiesta mayor o la llevas en la sangre o eres un ser
desnaturalizado. El mal en persona. Hasta el más díscolo cae ante la desolación
social, :)
La cuestión es que en mi caso esto va de la mano a los
plazos, ¡malditos! A trabajar como un ser encadenado y sin aspiraciones, un
renegado de una sociedad apocalíptica y corrupta, cómo me gusta exagerar o
quizás no tanto. Lo que sí es verdad es que no podré estar tan presente y
depende como vaya, simplemente no estaré, esta última semana ha empezado la bajada asistencial, ;) Y no es que no quiera: es
imposible.
He aprendido, tarde, la terquedad es una de mis faltas, que
debo tolerar, aunque no apruebe, que las situaciones van como van.
Así que si durante ese trance, llamado: gran
parte de abril, estoy incomunicada, desterrada de ésta y vuestras casas, pensad
que no es por goce, es por miseria, y que cuando llegue a la madriguera
oficial, si os sirve de consuelo seré la de la pintura de Ramón Casas, una
joven, no tan joven, decadente.
Ay, solo de pensar lo que me espera, me dan
ganas de entonar: Protégeme señor con tu espíritu. ¡Bah! Lo dejo, mi
humor es malísimo.
Si necesitáis cualquier cosilla podéis enviarme un correo o señales de humo, prometo tener el radar de infrarrojos activado, :)
Los que leéis mi Gaveta, he dejado una última entrada.
Recuerdo la primera vez, está grabada en mi membrana como
una escena a cámara lenta, mis vísceras nada más verte hicieron clic, por un instante
pensé que estaba sufriendo un ataque de corazón, la angustia era tal, que tuve
que sostenerme en aquel mugriento taburete.
Como un ser celestial que ha venido a este mundo a salvar al
resto, entraste a ese bar, y yo fiel en creencia, ansié que escrutaras en mi
dirección, porque sabía, lo supe, que en cuanto nuestros ojos se enlazaran,
verías la conexión, que nos reconocerías como seres que han venido a este mundo
a estar juntos. Pero no lo hiciste. Ayudaste a esa que te acompañaba a
sacarse la chaqueta, lo que más me dolió, fue cuando le colocaste el pelo
detrás de la oreja, ese acto íntimo desquebrajo otra pulsación que andaba enajenada.
Te observé tan fijamente que al final te diste por enterado,
el bombeo era máximo, el resplandor bajo, nimio; apartaste la mirada y os
marchasteis. ¿Qué viste? ¿Qué? La verdad, la convicción, el deseo que pulsaba
entre dos cuerpos implorantes, almas viejas que en otra vida debieron ser
profetizadas como únicas.
En esa ocasión, no me importó que renegaras, quizás me
resquemó, pero adiviné que estaba a otro nivel, uno superior al tuyo, que
debía de algún modo permitir que tomaras una pausa ante el desconcierto, para más
tarde actuar acorde a los planes que estaban establecidos. No lo hiciste.
Tampoco me preocupó, ahora que sabía quién eras, te seguía como un ser
hambriento, conocía todo de ti, tus horarios, amigos, familia, y dónde vivías. Lo
que sí me molestó es que continuaras con esa mujer. A cuentagotas ese lamento
se iba multiplicando, las barreras que alzabas cada vez eran mayores, la
distancia imperturbable; que me llegara una orden de alejamiento, fue lo que
propició que rebosara un vaso repleto de condescendencia.
Ahora me perteneces, sigues sin entenderlo, veo en tus
ojos angustia, recelo y desesperación, por la pérdida, por no descifrar cómo has
llegado a éste, nuestro hogar, pero también sé que con el tiempo vislumbrarás que todo lo he hecho por amor. El nuestro. Llegará el momento, que el anhelo
que siento se consumará, y entonces me mirarás con la misma necesidad que lo
hago yo.
Hasta ese día, estaré custodiándote, compréndelo; este escenario
es el único posible.
∞
Hola, a todos.
Otro relato bastante truculento, continúo con la construcción
de personajes criminales.
‘‘El viejo mundo está
muriendo y el nuevo aún lucha por nacer: ha llegado la hora de los monstruos.’’
Antonio Gramsci
Todo empezó con pequeños cortes de electricidad, duraban
segundos a veces minutos, tintineaba y se desvanecía. Después nos adheríamos a
la normalidad. No hicimos nada, los de arriba, los que gobiernan con promesas
de un pueblo certero, insistían sin tregua que todo era normal, que no debíamos
preocuparnos, así que la comodidad en la que residíamos nos anclaba a continuar
bajo el manto de un silencio apaciguado.
Poco a poco iniciaron las mutaciones, pasamos de minutos a
horas. Siempre me creí una persona desarraigada, desconectada más allá de cubrir
las necesidades básicas, pero cuando las pierdes, cuando te las arrebatan, allí
uno es consciente de que está acostumbrado a riquezas que no le da ningún valor,
solo las extraña cuando desaparecen.
Aterrizó el día en el que nos negaron el agua corriente, la
luz en ese momento la desconectaban sobre las 6 de la mañana y vacilabas al
pensar si podrías usar de nuevo algún suministro. La comida empezó a ser un
lujo no asequible a cualquier paladar, los saqueos, robos y angustia repoblaban
aquella sociedad dormida. La brutalidad era la respuesta a ese silencio de inicio.
Era un caos, habitábamos con dolor, temor de que te agredieran por una porción.
Por simplezas que antes desechábamos como si no tuvieran valía, ahora en cambio,
lo eran todo. Ya no servían las palabras, ni discursos de que todo iba bien, la
comprensión se esfumó. La ira creció ante la inconsistencia de la indiferencia.
Para entonces seguía viviendo sola, pero el miedo es una
llama que crece silenciosamente, posándose dentro como una enfermedad. Cerraba
las puertas y ventanas con todo el mobiliario que todavía conservaba de los
trueques que utilizaba para subsistir.
Entonces apareció, él, se hizo llamar el Mesías, y lo
creímos, ante la desesperación uno quiere, se obliga a manifestar cualquier forma,
verdades veladas, y ese hombre expresaba las palabras exactas. La
radicalización fue inminente o te unías o eras el repudio, formando parte de
ese estrado inalcanzable para la gente corriente. Y me soldé, no me quedaban
fuerzas para batallar, tenía hambre, desesperación, vivía rodeada de una
miseria que iba más allá de las carencias con las que me amparaba.
Lo seguimos como corderos, acabando en un paraje, despoblado
y decrepito, hasta los animales habían renunciado a esta sociedad marchita. Éramos
nómadas sin rumbo que se dejan llevar por el mensaje de prosperidad de un
salvador. Creándose entre nosotros un lazo, uno que el tiempo fue cercando y
haciendo imposible despedazar.
Han pasado muchos años o puede que no, el tiempo en este
momento es relativo, en este hábitat salvaje los meses se contemplan como
lustros, lo que sí sé es que me siento como una anciana, mi cuerpo, mi alma han
envejecido en esta nada que nos envuelve y rebosa. El camino hasta llegar aquí
fue arduo, muchas veces quise renunciar, volver a ese momento donde el horror y
dolor atenazaban mi aliento, la incertidumbre a lo desconocido me hacía anhelar
aquello que me era familiar, otras, como ahora, en estos pocos suspiros que me
restan para decir adiós, doy las gracias.
Nunca dije nada, callé como una cobarde que nada tiene, pero
si lo puede perder todo; siempre supe que no era un enviado, pero oré por y con
él, le entregué todo lo que tenía por el bien común. Renuncié a cualquier
objeto material e inmaterial, y lo agradezco, porque hoy, a las puertas de
abandonar este escenario, mis ojos aun estando cansados, pueden vislumbrar un
verdor que ciega y brama esperanza, y esta luz, ésta, nunca la podré olvidar.
∞
Hola, a todos.
Conocéis al marciando: Miguel Pina, sí,
verdad. Pues si entráis en su blog descubriréis una crítica esperanzadora,
bonita de verdad, y es la incitadora para que escribiera estas cuatro letras.
Miró en todas direcciones, quizás más tarde se arrepentiría.
Demasiadas relaciones fracasadas, todas nacidas de la dependencia, para no
sentir soledad, abandono, necesidad de formar parte de algo, de alguien. Una
familia. De no ser más que un vago consuelo que se alimenta de desconfianza y
se abriga en severidad. Exhaló, experimentó miedo, acecho de que los errores la
recibieran, exigiéndole retorno. Estaba sola. Glorificó ese instante con un
suspiro que le nació del alma y le dio fortaleza para continuar. Iba a coger un
autobús que la dejara en la ciudad más cercana, más tarde cuando sintiera la
seguridad de la lejanía, haría autostop.
Durante semanas había estado hurtando dinero por aquí y
allí, pocas cantidades que no llamaran la atención, no quería arriesgarse, no
podría soportar la falta de estima, un nuevo golpe supondría la pérdida
definitiva.
Era una presa manipulable, fácil de manejar, no tenía donde
ir, nunca lo tuvo; se fue de casa muy joven, diecisiete años recién cumplidos,
con su novio, el inicio de cada traspiés, era amable, y la quiso, pero el
primer insulto sonó a represalia, luego, todo lo que ocurrió floreció en el horror.
Y llegó Ernesto, cuando lo conoció era agradable, quizás
algo mayor, pero la miraba como siempre deseó; con amor. En poco tiempo, todo
cambió, controlaba y acaparaba cada movimiento, no le gustaba sus amigas,
tampoco la forma en la que vestía, poco a poco fue dándole todo, restó aquello
que pudiera ofenderlo. El amor duele. Los celos son puñales. <<Él me
quiere>>. Así paulatinamente hasta quedar una sombra antepuesta a otra.
Por alguna razón no fue ella la que dio por finalizada
aquella historia, la dejó en un terreno de las afueras, con el fraude de un
proyecto, y ella quiso creerlo, verlo; una casita con jardín, puede que un
huerto, niños, los distinguió y hasta los abrazó en la nostalgia de un posible,
pero allí no había nada de valor, solo ella. Aguardó, mostrando lo bien
amaestrada que estaba, repitiéndose entre temblores <<No me dejará
>> No regresó.
De aquel pasado rememoró unas cuantas noches en un albergue,
antes, pero, acabó en una comisaría para denunciar la desaparición. Por la
matrícula lo encontraron borracho en un bar, eso le informó el agente. En su
interior algo malo se engendró, que la culpaba de las malas decisiones y éstas se
daban la mano con otras, y así, hoy, con treinta y dos años nació de sus peores
elecciones; la mejor.
El cambio no fue inminente, hay fases de duelo, en los que
se regresa al primer escalón, subiendo y bajando con un vaivén de odio, repudio
y victimismo. De querer volver a aquella estancia en la que se creía resguardada,
y en momentos de debilidad anclarse a otro sujeto, sin rosto, ni promesas.
Y apareció Natalia, su compañera de piso, uno cochambroso,
mezquino como las emociones en las que se ligaba, y volvió a concebir consuelo,
anhelo, procedencia. Pero la desnutrición con el tiempo aporta otros
sentimientos menos nobles, un odio visceral, un apetito vehemente nacido del
desamparo.
—¡Rocío! Chica, haz ruido que un día me matas del susto.
—Perdona —Murmuró, pegándole una última calada al cigarro.
—¿Qué has dicho? ¡Bah! No importa. Deberías dejar de fumar,
por las noches te escucho toser. Me preocupas…—no la dejó terminar.
—Sí, sí. Adiós.
—¡Eh! Estamos hablando —chilló mientras veía como ésta
bajaba los escalones a toda prisa. Hacía meses que convivían y todavía no había
conseguido mantener una conversación, era impenetrable. —Terminarás cediendo.
Lo hizo, cedió. Una golosina, una nota en el frigorífico
<<Te he dejado macarrones. Espero que te gusten>>. Pequeños
detalles que provocaban que las escamas en las que se protegía fueran cayendo
lentamente. Le explicó sus miserias, y de repente se vio reflejada,
comprendida, como si su vida no fuera tan distinta a la de otros. Como si el
dolor pudiera comprenderse, compartirse. Los sentimientos empezaron a
bifurcarse. Hasta que llegó el día, la prueba final. El desenlace.
—Tienes que ayudarme, te juro que no quería que esto pasara,
tienes que creerme, pero no dejaba de atosigarme, de enviarme mensajes,
aparecía en el trabajo, exigiéndome que volviera con él. La encargada ya me
había avisado que si volvía me echaba, ¡recuerdas!, ¿recuerdas que te lo
expliqué? Qué hago, Rocío, ¡tienes que ayudarme!
—Tranquila, dime qué ha pasado.
—No lo sé, se me ha ido la cabeza, es como si mi mente se hubiera
desconectado, le veía mover los labios, pero no lo escuchaba, y algo dentro de
mí se ha despertado, el rencor trepaba como una bola de repugnancia, no sé cómo
ha sucedido, un segundo más tarde tenía entre las manos el gato del coche y…, solo
podía pensar que perdería el trabajo y al otro estaba en el suelo rodeado de
sangre. ¡Lo he matado! No quiero ir a la cárcel por ese malnacido, no lo
merezco, tú sabes que no.
—¿Dónde está el cuerpo, Natalia?
—En el maletero. El coche está en el descampado. ¿Qué
hacemos? —Se estremeció por la pregunta que sentenciaba lo que ambas sabían.
—Vamos a deshacernos del cuerpo.
∞
A las pocas semanas, su compañera apareció con otro hombre,
en los meses que le siguieron empezaron los problemas, al año, un nuevo
cadáver. Esta vez fue Rocío quien apretó el gatillo.
—Cuando apareciste para el anuncio, supe que eras la
indicada. Mi anterior compañera se rajó, ¿puedes creerlo? Una cobarde, nosotras
somos diferentes, no volveremos a permitir que nos destrocen la existencia. Por
cierto, el otro día en el pub conocí a un tío, me dijo que se llamaba Ernesto, ¿averiguamos
si es tu ex?
Y así, simplemente con un nos que se proyectaba como
una raíz, Rocío encontró la familia que siempre codició.
Hola, a todos.
Hoy os traigo un relato largo. Así que, si habéis llegado
hasta aquí, ¡MIL GRACIAS!
Y pedid tanda para la tortilla de patatas, me sale
riquísima, y no lo digo yo, no, tengo pruebas que certifican mis palabras. ¿Algún
notario en la sala? ;)
Cada semana regreso a este parque, me quedo fijo, como una
planta silvestre que en algún momento decidió echar raíces, escuchando gritos,
risas, a veces si me quedo amarrado más tiempo del permitido, veo como Nacho me
hace señales para que me una a los juegos, ahí es cuando se fisura el
duermevela con el que contemplo la escena.
La ilusión nos empobrece, empequeñece, como seres que han venido a este mundo a descubrirlo desde ángulos imperfectos,
aristas que nos maltratan en el constante desdén. Amar, bello verbo, melodía
que nos zambulle en el ideal de un adormecimiento. Y se regresa a la primera
fragancia, el olor inconfundible de la seguridad. El tacto y suavidad con el
que se ansiaba su reencuentro. De la existencia sin la pretensión del miedo. De
un ahora que sin remordimiento busca sus razones. Y entregué, como debe ser, no
en la lejanía contemplativa. Pero como un lazo invisible, también deserté,
abandoné, viviendo en una continua bipolaridad de razón y sentimiento, fluctuando
en ella con una facilidad no comprendida, ni tampoco requerida. Se me llamó
egoísta en demasiadas ocasiones. Y, yo, cruel en raciocinio pregunté que era
exactamente esa palabra, su significado, traicionando las explicaciones. La
culpa.
Mis manos, como el espíritu, las fui moldeando a las necesidades primarias, llegué a ser el mejor amigo, el mejor hijo, el mejor amante, más tarde, el
repudio. El encogimiento. Pero la juventud era la ventaja en la que vegetaba
sin temor a que un nuevo día me la arrebatara, y lo hizo. No sé como sucedió,
un día desperté y todo había cambiado.
Últimamente solo encuentro consuelo entre estos cuatro
columpios, y rememoro con un anhelo que roza la locura los primeros amores,
besos tiernos, desesperados. También el rechazo, la pérdida. Aquellos amigos
que hoy no están. Todo ha quedado en simples avatares que se anclaron a la
memoria.
Una vez leí que las personas con alzhéimer recuerdan más el
pasado que el presente, la respuesta era metódica, aséptica, fría: simple en
contexto, la enfermedad afecta la parte del cerebro responsable de los recuerdos
recientes, en realidad creo que es porque el ayer siempre será más profundo,
liviano, emotivo. Y de algún modo, aunque nos perdamos en este camino llamado vida,
siempre nos quedará un ayer menos trémulo, más venerado.
Me casé joven, como se hacían las cosas en otra época que
hoy se remonta prehistórica, el desgaste fue aflorando a la lentitud de un buen
guiso, quizás podríamos haber dejado ese mal sabor de boca, ser francos, pero
nos permitimos añadir más años a una ecuación que nunca tendría solución. Y en
esa decadencia conocí a una mujer, era bella, risueña, ensalzaba cada parte que
había quedado marchita. Cometí el error de no ser franco, valiente,
menos humano. Y las perdí. Dañé la confianza de ambas, quebré la mía.
Después de eso, peregrino en libertad, me envolví en otras
tantas historias, a cuál menos certera, la dicha solo florecía en los instantes
de éxtasis, del sueño de un posible. Luego, la suciedad nos impregnaba
transitando en lo lúgubre de esta soledad.
Es la hora, al fin noto aquello que durante estaciones ha
estado entumecido, ha llegado el momento de decir adiós. Hoy será la última vez
que venga a este parque, y no porque deje de cobijarme en el recuerdo, más bien
porque la penitencia, el castigo, ha terminado. Es la hora de decir adiós.
Tal vez solo sea un necio, pero en este despertar me anclo en
la esperanza de un imposible, porque este viaje, éste, es a mí a quién
corresponde abrazarlo.
∞
Hola, a todos.
Hoy traigo un relato duro o melancólico, lo sé, últimamente ando algo convulsa,
así que mis letras me acompañan en sentimiento, pero espero que percibáis ese
grito de esperanza, de volver a empezar. El ser humano tiene una asombrosa
capacidad de anclarse y fortalecerse en la culpa, siendo muchas veces extremadamente
verdugo consigo mismo.
—Jamás lo entenderás, eres como una lagarto, tienes el
corazón entumecido.
—Y, ¿me dirás por quién berreas?
—¡Eres cruel! Te gusta regodearte de mis desgracias.
—No, venga, Juli. Explícamelo.
—Por Martín, oh… con lo majo que es. Ese energúmeno ha
puesto en redes que sale con una tal Vicenta, ¿te lo puedes creer?
—Bueno, no erais nada, así que…
—¡Cállate! Me enviaba señales, dejaba indirectas, me hacía
sentir un pétalo delicado, para qué, para que hoy cambie su estado en redes. ¡Lo
amaba!
—Claro, porque es guapo.
—¡No! Por su profundidad. Era todo perfecto, hasta que ha
aparecido esa tiparraca. Nos ha truncado el final feliz. Pero quién está
llorando, ¿quién? ¡Yo! Y ellos, haciéndose fotos y bien agarraditos de las
zarpas. Me ha destrozado.
—Acabarás olvidándolo, recuerda al repartidor de pizza, según
tú, te guiñaba el ojo, y el pobre lo que tiene es un tic, o el del bar, según
tú, el café te lo decoraba por otras razones, o también…
—Según tú, según tú. Déjalo. No me comprendes. Además, eres
como un crío de parvulario, que tira de las coletas o pega mocos para hacerse
notar… Dios mío, acabo de darme cuenta, los que se pelean se desean, estás loco
por mí, toda la vida teniendo a mi alma gemela presente y yo, añorándola. No es
que seas mi tipo, pero… ¿Jorge? ¿Dónde estás?
<<Cómo ha podido desaparecer de esta manera. Se ha
esfumado, ¡será cabrito!>>
Ay, ayy, ayyyy.
Palabras: 250.
El TINTERO DE ORO, nos invita a participar en el
siguiente reto: ESCRIBE UN RELATO AL DESAMOR, y como los últimos
escritos han sido un continuo lamento, la verdad, la cosa empezaba a ser oscura
y tenebrosa, hoy le pongo un puntito de humor, ;)
‘‘Mi madre rezaba cada día para lavar su tristeza,
para obtener el pan
temporal de su miseria
y ganarse el cielo,
dócilmente.’’
Liliam Jiménez
Rehusé de ella. De sus enseñanzas. Miedos. La ineptitud con
la que resbalaba. La servidumbre con la que imploraba cada migaja. Era pequeña,
siempre la vi minúscula, anhelante, enlazándose a hombres con la promesa hueca
del sustento. Mis hermanos, ellos y yo, éramos simplemente el producto de cada
deshonra.
No temí decir adiós a aquella subsistencia, nunca le
pregunté las razones que la llevaron a esas circunstancias, poco o nada me
importaba. No me encarnaba, no seguiría ese camino destinado a la miseria. Así
que escalé, me esforcé, no prostituí mis sentimientos, ni tampoco mi cuerpo en
base a la utopía de ese todo. Empecé desde abajo, sufrí hambre, frío;
precariedad, pero si miraba atrás, la veía a ella, a mi madre, con una promesa
firme nutrí cada desventaja, me impregné de soberbia y visualicé la meta.
Durante ese trance creí fervientemente que mi testimonio era
legítimo. Y más, cuando vino a buscarme, apareció en el momento que alcancé una
posición decente, la repudié. Lloró. Pero mi alma era densa. No hubo compasión.
No sentía ningún lazo que nos atara. Solo veía a ese pequeño ser que permitía y
permitió sinsabores, que se arrastró ante la nada. Y sentencié que su modo de
existir no me custodiaba.
Los años pasaron, trepé todo lo que me fue permitido. Pero
había un tope invisible, uno que no se palpa, pero ahí está, entre rescoldos de
una sociedad que cohabita en el embuste de un cambio perpetuo, no importó las
horas, el trabajo, tampoco la renuncia que todo eso le acompañaba, había
llegado a una meta que era inexistente para otros. Ella ya no estaba en esta
esfera, su cuerpo, como su vida, alimentó alimañas menos voraces. Pero no así
la esencia de comprender, de por primera vez ver, que no éramos tan distintas
como profesaba. Que existen paralelismos incorpóreos difíciles de extirpar. Que,
de un modo más silencioso, aquella mujer, sigue materializándose entre el
desapego y la indefensión.
∞
Nuestra compañera, Nuria de Espinosa, me ha invitado a
participar en la CONVOCATORIA JUEVERA: Mujeres.
He de decir que la semana pasada sufrí una especie de
bloqueo, y creí que permanecería en él eternamente, así que dudé si podría
formar parte. Así que gracias, Nuria, necesitaba un pequeño empuje.
Aquí os dejo el link, por si os interesa, o como me ha
pasado a mí, las letras divagaron entre mil historias y ninguna quería
asentarse, aquí tenemos la solución:
Lo único que te pido a cambio es que, cuando hables conmigo,
cuides tus palabras. Que tus palabras sean justas. Que sean del tamaño de tus
sentimientos. Porque si tú me dices no, para mí es no. Y si me dices llueve,
para mí está lloviendo. Y si me dices amor, para mí es amor.
<<Rosario Castellanos>>
∞
Llueve, en esta habitación se desgarra el lamento de aquello
que pudo nutrirnos, y por el contrario nos demoramos en descifrarlo.
Recuerdo el primer amor, la primera vergüenza, como con vacilación
unas manos se palpaban con torpeza, impregnados del desconcierto que supone el
reconocimiento. Los inexpertos primeros besos, incómodos y al mismo tiempo parían
una latitud imperecedera. Las miradas, no lo sabíamos, pero ellas eran las que
alimentaba nuestra alma. El pulso se desbocaba en el ensayo por alcanzar la
adultez. Qué ingenuos e ilusos fuimos, con qué prisa quisimos recorrer las
estaciones.
Ese primer apego, inofensivo, fugaz; desapareció. Y entonces
brotó la compulsión, el fervor, la necesidad animal, ya no valía el
reconocimiento, impulsaba el salvajismo y llegaste tú, con tus juegos, con esa
indecisión que lejos de frenarme, me atraía como una larva.
Creí que serías el amor verdadero, el de para siempre, la
mentira con la que fui segmentada desde la niñez, lo deseé, no razoné, era
instintivo, pero debí darme cuenta, nunca fui tu igual.
Era cariño, compañía, un escudo al que refugiarse, y me
esforcé, dios sabe que lo hice, años y más años soportando desplantes,
frustraciones, malas contestaciones; obligaciones. Qué error se comete al creer
que al querer le corresponde esa palabra. Permití en nombre de la ternura, toda
esa ignorancia. Eludiendo como se me degradaba en posiciones donde tus suelas
pisoteaban con fervor mis sentimientos. Pero no fue tu culpa, o puede que en
algo si la tuvieras, debiste soltarme, pero no, como sabemos, era cómoda esa inexactitud
concebida.
Hoy miro atrás e interpreto a la muerte desde otra
perspectiva, comprendo que hay símiles, otras guadañas, porque aquella que fui,
penó lentamente, se extinguió en cada poso, en la inseguridad de no saberse
amada.
Créeme cuando te digo que lo único que pido, es que, si
me dices amor, para mí es amor.
Esta historia se remonta a otra época, una lejana en años,
pero no así en tejido. Quizás en este ahora se reconozcan entre nosotros, esos
seres narizones, pero en el pasado era algo difícil, es más, se les perdonaba
con una facilidad pasmosa por la fragilidad que albergaban. Y diréis, lo que le
sucede a esta narradora es que es una tóxica desaprensiva que habla desde el
rencor del abandono, no os equivoquéis, erráis en creencia. Fracasáis. Aquí un
alma cándida despegada de todo odio, un ser ante todo salomónico os abrirá los
ojos. Revertirá cada patraña explicada desde inicio y os hará ver, como vuestro
mesías que mi verdad es terrenal y empíricamente la única. No me idolatréis más
tarde, sé que será complicado no hacerlo, pero…
—¡Silencio! ¡Qué vergüenza, Hada azul!
—Cállate tú, Gepetto de las narices, como si tu situación no
fuera imposible desde que ese tunante te robara todos los ahorros.
Viejo cascarrabias, no te das cuenta que si lo denunciamos con esto de los
videoblogs podremos cenar esta noche. A él y a su secuaz, Don conciencia dice
el tío, timadores eso es lo que son, pero con esto voy a ensuciar sus nombres,
eso lo juro por todas las varitas mágicas del universo.
—Shhh… baja la voz. ¡Oh! Mi pobre y roto corazón, sé que tienes
razón, con todo el amor que le di a mi pequeño, y así me lo paga, dejándome en
la indigencia, pero solo intenta apartar un poco ese ego tan esplendoroso, provocas
rechazo, Hada, das repelús.
—Déjame, ya verás como en nada tenemos un montón de
seguidores, tu permanece aquí quietecito y pon cara de pena. ¡Bah! Esa ya la
tienes. Venga, calladito, y recuerda mantente en tu papel, esto debemos
escenificarlo perfectamente.
¿Lo veis? Este es el grado de manipulación en
el que nos tuvo abducidos, nuestro estimado Gepetto todavía conserva las
secuelas de su falsa estima. Todo iba bien, cuando solo quería formar parte de
un todo, algunos dirán que fue por culpa de Pepito y sus sucias artimañas, como
le hablaba al oído en nombre de la razón, como lo manipuló para ser un quinqui
degenerado. Pero no vieron como iba evolucionando, como con mentiras creaba una
espiral conspiradora, tejida lentamente desde el fondo de nuestros corazones,
para más tarde pisotearlos. Y sí, yo lo amé, después de décadas en las que
no me permití que otro ser adquiriera ese poder sobre mi cuerpo. Digo, vida. Le
entregué gustosamente cada partícula primaria, le di todo aquello que él me
pidió, exigió, era pasión, pura, enternecedora, ambos empezábamos de cero. Era
arrollador, fuego, todavía tengo las secuelas de esas luces cósmicas grabadas
sobre la piel. <<Ufff, qué calor>> <<Mmmm…>>
—¡Ejem, ejem! ¡Hada, por todos los polvos milagrosos del
universo! Esto cada vez se está poniendo más candente.
—Ah, sí, sí, perdón, Gepetto. Intentaré eliminar esta parte.
Para más tarde descubrir la terrible verdad, se aprovechó de
ser una novicia en temas tan terrenales como la carne. Y el muy cabrito, en
cuanto vio que un ser sin vida la creaba, nos abandonó y desvalijó, sí, lo hizo, más
allá de despedazar cada sentimiento, a nuestro querido abuelo le robó lo poco que
tenía, a mí, el muy ignorante, la varita mágica, que si la sostuviera, ay, si
vuelve a caer en mis manos, os aseguro que ese enano lo vuelvo a convertir en un
títere de madera. A Dios pongo por testigo de que jamás volveré a pasar hambre;
a no, que esa era otra historia. Porque apetito, ay, cuánto anhelo está
corroyéndome.
Fin.
∞
¡Hola, a todos!
Hoy os traigo un cuento invertido, lo he revisado y el
último lo publiqué, en el siglo pasado, bueno, no tanto, permitidme que exagere,
apenas recuerdo el 2019, ;)
La ratita presumida o, mejor dicho, el juego de las
vanidades:
Mil gracias por vuestro tiempo, y sobre todo por todo el
cariño que siempre me cedéis. Supongo que ando tan convulsa que necesitaba
escribir desde el cinismo, y reír entre imposibles. ¿Me acompañáis? :)
Poco deberíamos decirnos, las despedidas son agrias,
incómodas, repletas de pretextos inundados en la pérdida. Desgastamos los
cartuchos, creando hasta desfallecer miles de puntos suspensivos que se han
desfigurado entre suspiros, melancolía de un sueño incompleto.
Volvemos una y otra vez a inicio, casilla impenetrable, una
que no nos corresponde, pero allí nos agarramos. ¿Por qué? Es entonces cuando aborda
la perversidad, absoluta malicia, de erigir tormento a aquel que se supone que respetas,
pero la realidad es que condenas. Vencidos y corroídos por una mentira, impregnados
en lo nefasto.
El día que me preguntaste, ¿qué nos unió? Allí tuvimos que
despedirnos, intentar ser aliados, no disipar el aprecio que aún conservábamos,
pero yo contesté <<Lealtad>>. Y perduramos, como condenados a
muerte, viviendo entre rescoldos de un afecto que hoy no lo encuentro certero. Nunca
fuimos valientes. Ninguno de los dos. Es cómodo el hábitat forjado, la
incertidumbre y la falta de apego establecen un ecosistema despótico en el que
resguardarse, asentados en la renuncia de la subsistencia.
Nos exigimos más horas, infinidad de ellas, iniciamos a
oscuras y regresamos de la misma manera, los festivos se difuminan, dejan de
existir, el goce se marchita. Se pierden fechas en el calendario, el contacto
humano se esparce pidiendo entre pretextos compresión, bondad, pero los
rescoldos son quejas, y más quejas, <<Lo necesito>>,
<<¡Ya!>>, <<Es
urgente>>, <<Plazos, plazos, plazos>>. Es lo único que cuchichean,
hasta eso se nos arrebata, la cordialidad.
A cambio se nos cede insomnio, una toma de café desproporcionada,
migrañas, comer a deshoras, y meses en el calendario extraviados. Pero no
temas, seguiré a tu lado, con todo el odio y amor que te corresponde, mi más venerado
gobernante, aquí estaré, como perro fiel seré tu más perpetua y sirvienta
amada.
∞
Hola, a todos.
Necesitaba gimotear, así que aquí está este minúsculo
desahogo en forma de sátira negruzca, ;) No me lo tengáis en cuenta o sí,
quejaos, quejaos. Iba a escribir una lista de lamentos, pero leí a Kirke y su
fantástico cuento,Un techo bajo el que cobijarse,
y no he podido más que inspirarme.
Como en una prominencia, las sirenas de un coche patrulla la
transformaron.
—Corre, corre. —Insistió agarrándola con furia.
—No.
—He dicho que corras, ¡joder! —Pero no lograba moverla.
—¡Estúpida! Aquí te quedas, pero más te vale que no salga mi nombre o te juro
que te mato, ¿lo entiendes? Vendré a por ti.
Pero Carolina no quería escapar, anhelaba afrontar cada
parche malogrado, trabas del destino, como risa siniestra que asume aquello que
se hizo, dijo, mancillando a su paso cada falta cedida. Impregnada de preguntas
que nunca adquirirían una respuesta. Soluciones.
Últimamente en su pequeño universo cohabitaba esa palabra.
La mantenía alerta, desconfiada, sujeta ante el impulso de arreglar todos los
desastres cometidos. Y sabía que no debía seguir con Marcos, uno de tantos,
otro caos en su hábitat de imperfecciones. Y se quedó, por primera vez afrontó,
no culpó, simplemente retuvo el ansia de huida. Las chapuzas, pequeños golpes
destartalados que cometía por cuatro billetes húmedos de miseria y pena, no lo
valían, nada lo valía. Ni la necesidad de ingesta de todo el alcohol que
birlaban en aquellos atracos, gasolineras, pequeñas tiendas 24 horas. Fue
verlo, a él, a su pequeño Ángel y todo cambió. No debió entorpecer su
crecimiento, ella todo lo que tocaba lo consumía, dañaba en llanto. Pero no
pudo evitarlo, demasiados años de renuncia, de no mirar atrás, de dar por hecho
que su labor era de otros, sintiéndose libre, sin destino que la condicionara,
poco le importó abandonarlo, y ahora, qué esperaba, la bondad de otros, la de
su propio hijo.
No fue así, claro que no. La primera justificación fue
declararse culpable, pagar una pena, pasar días en un infierno de abstinencia,
cuando dejó de sufrir llamó a casa de sus padres. Le colgaron. Insistió, creyéndose
un modelo a seguir, un perdón obligado, la línea dejó de existir. Soluciones,
soluciones. La palabra martilleaba, dolía, prejuzgaba. Probó por otras vías,
cartas y más cartas que enviaba desde la cárcel, la ilusión se desvanecía
cuando se las devolvían intactas. Con los meses recibió una advertencia de su abogado
de oficio.
—Por tu bien, Carolina, no insistas más, van a terminar
hablando con el juez y eso recrudecerá tu pena.
—Pero es mi niño. —Nadie la entendía, no comprendían ese
agujero que la devoraba con crudeza.
—Hazte un favor, deja que pase el tiempo, que se habitúen a
esta nueva situación y te prometo que de aquí unos meses intercederé a tu
favor.
—¿Me lo prometes?
—Sí.
Ella lo creyó, hasta que apareció otro abogado, colapsó,
promesas huecas, vacías, nadie tenía palabra. Todos mentían. Le querían quitar
lo único que era suyo. Algo había cambiado, la obsesión le impedía
concentrarse. La compañera de celda dio el aviso, se pasaba las noches en vela,
hablando entre susurros, nadie quería estar cerca de ella, la temían. Empezaron
a medicarla, en su perturbación entendía que querían acallarla, amordazar esa
verdad que a nadie le interesaba ni importaba, aprendió trucos, habilidades
para no tomarse las pastillas, eso la volvía más agresiva, cada ataque o
comportamiento errático sumaba más tiempo de condena. Pasaron otros abogados,
ninguno permanecía. Y Carolina solo repetía, soluciones, soluciones,
soluciones. Al final cedió, dejó atrás cada parte rota, la encadenó y acalló,
porqué encontró el escape que ansiaba, en su mente hoy juega con su pequeño Ángel,
como en una visión que la ancla en otras posibilidades, provocando que las voces
de su cabeza se suspendan momentáneamente.
Hola, a todos.
La cosa se complica y este mes tampoco podré estar tan
presente como desearía, la vida, ¿nos metemos con ella? Venga, sí, sí, ;)
Escribí este relato hace un tiempo, no llegué a colgarlo por
la dureza del mismo. Pero intentaré seguir este 2025 con el patrón en el que he
andado vegetando, es decir, sin miedo.