jueves, 21 de agosto de 2025

Los incomprendidos. Soñadora irreverente




Llevo dos días que me despierto de golpe, agitada, con una sensación de pérdida foránea, ¿será un aviso? 

Como buena pesada debo decir que esto ya lo he explicado, pero como todo guarda encriptación o mi incoherencia así lo dicta, vuelvo a la carga, hasta casi rozar la treintena era una marmota, es uno de los motes que me pusieron mis amigas. Que se tiene que dormir de pie: se hace. Que la postura puede provocarte una contractura irreversible: qué más da. Que el gato de tu amiga decide dormir 12 horas encima de tu cabeza: adelante. ¡Oye! Te puede asfixiar: exagerados. Uy, mira, una mesa: ¡qué madera más blandita!

La cuestión es que, la fortuna se acotó y ahora el insomnio es mi mejor amigo, y con él, de alguna manera simbólica tuve que decirle adiós a otros.

 

La repetición.

 

Cuando era pequeña soñaba continuamente que volaba, al despertarme seguía sintiendo la misma ingravidez y más de una vez pensé: es real. Por suerte, el ser humano es un animal que se aferra a la vida como una garrapata, y no me impulsó al salto final.

A lo largo de la vida he repetido sueños, porque soy terca hasta cuando descanso las temibles 4 horas, me gusta recrearme, hay goce en la reproducción, sabes hacia dónde vas y cómo termina la historia. De un modo perverso uno se valida en ese agónico conocimiento. 

En este último periodo he soñado con serpientes, de todo tipo y forma. Las primeras les tenía rechazo, un poquito de repulsión, y hasta las mordidas me escocían. La última vez una anaconda extra esponjosa me rodeaba el cuello, no pesaba nada, y la lucía como un accesorio. No he vuelto a soñar con seres viscosos. Supongo que nos despedimos como corresponde, dentro de la cordialidad que proporciona la aceptación.

La realidad es que siempre he estado medio adormecida, me he construido a mí misma como una experta que se amolda a la circunstancia, cediendo sus posibilidades frente a otros. En nombre del apego, de la obligación, del qué o quién. Y en esta última etapa (una que inició sobre el 2022 y espero que termine antes del 2045), comprendo que debí (y excluyo el quizás que estaba incorporado), considerarme. Lo mejor de reconocerse es que se dan pasos, minúsculos y paralizantes, pero se dan.

Como digo la repetición es la seña, y emplearlo no es ningún sacrificio, así que seguiré con el mismo patrón establecido. Hay sucesos que no se pueden quebrantar, harán que las creencias de inicio se ramifiquen en direcciones opuestas, en mi caso, existe algo punzante que sigue presente, sin opción a replica, la oportunidad de crear un vínculo pleno o distinto con mi padre. No hablo desde la pena, aborrezco ese tipo de intimidación, pero es una certeza y opino que si se muestra acota poder, murió cuando yo era joven, él lo era; así que cuando miro atrás sigo haciéndolo con ojos de niña. Por eso sujeto inflexible a la palabra, al diálogo dentro del respeto, tolerar que quizás lo que se exponga no se regirá en base a nuestro propio criterio.

Os aseguro que la madriguera, mi origen, es donde más a salvo y amada me he sentido, la economía como la mayoría de las de la época de los 80 era lo que era, pero el valor que no es otro que el amor, estaba intacto, y eso provoca que sea más consciente de que las relaciones, como nosotros: evolucionamos. Con este presente me saldría una frase de esas que chirrían, pero bueno; perdonadme: no nos demos por vencidos. Qué ironía, que lo diga esta fustigadora que tantas veces se siente una mediocre.    

Y, sí, es una de las razones por las que siempre vuelvo atrás, una y otra vez.

 

Los sueños

 

Nunca impondré mis pensamientos, sobrevivimos con exceso de coacción, pero sí explicaría una historia; una de renuncia. Si las evidencias no hubiesen abandonado este escenario y en una de esas se cubrieran de perseverancia, señalaría a más de uno que pulula en este mundo lleno de aire, y les suplicaría que expusieran su verdad, para que el resto aprendiéramos de ella. La historia sea cual sea, es una vuelta de tuerca, es memoria, valor para no regresar allí. Por una vez estaría bien que los sueños no supuraran nostalgia.

Así que empezaré dando voz a mi padre, lo haré como cuando quiero mostrar la magnitud, desde fuera, como una espectadora, porque esta puede exponer lo bonito, pero también lo trágico; es la única manera que sé que es certero, cuando se aceptan todas las aristas.

Hablo poco de él, sigo siendo esa niña que se malogró a sí misma. Pues bien, Manuel o Manolo, como lo llamaba todo el mundo, tenía un fuerte carácter, una mala leche increíble y un sentido del humor retorcido. Su risa era fuerte, como la de un animal salvaje, era cariñoso y familiar. No se avergonzaba de quién era y menos de mostrarlo al mundo. Todo lo contrario, era su baluarte. Siempre quería que fuéramos los cuatro de aquí para allá, como si supiera que el tiempo es efímero y debe aprovecharse. Pero también tenía un lado emocional que abanicaba con una delicadeza hermosa, y lo revelaba con su poesía, sobre todo a mi madre. Fue un soñador, uno de esos donde los cimientos son muy frágiles y los techos altos, pero era invencible. Vaya sí lo era, nunca se rindió y ese mensaje es uno de los legados que nos dejó a mi hermana y a mí: valentía. Arriesgar cuando lo que te rodea es caos y pérdida. Escasez. Levantarse continuamente, aunque la esperanza se desvanezca ante tus ojos.

Durante décadas lo ignoré, es más, lo acordoné en el desarraigo. El miedo, las carencias, el control, el no poder permitirse caer; se condensa y precisa de otros actos para acallarlos.

De nuevo casi lo olvido, casi.




jueves, 7 de agosto de 2025

Las hebras. Destino o azar

 



Planta de maternidad.

 

—¡Oh! Jaime. Mira nuestro bebé, le sale del dedo meñique dos hilos, ¿te lo puedes creer? El amor está conectado a él.

—¡Córtalos!

—No.

—Te lo suplico. No podemos permitir que viva en el desamparo.

—Ni hablar. Sería una locura, una pérdida irrecuperable. Este regalo que le han cedido es algo metafísico, valioso y exquisito, no se puede renegar del destino.

—Eso es azar, Bego, y resulta perturbable que la felicidad plena corresponda a una conexión. ¿No ves que es una estafa? ¡Una mentira! Como un susurro inconexo que se va segmentado en el ADN de cualquier iluso, no, qué digo, instigado para que crea en él. Se volverá loco buscándolo.

—¿Cómo puedes ser así? Me das lástima, estás corrompido por el fracaso. Sobrevives como un individuo moribundo, y esto provoca que no te abras a esta bendita posibilidad.

—¿Cómo la nuestra? ¿Cómo nosotros? Míranos y dime si ha merecido la pena. Hazlo, por favor, otro desenlace será desastroso y no podré perdonarte. Lo peor es que cuando él lo descubra tampoco lo hará.

A los pocos años aquellas diferencias los separarían definitivamente.


23 años más tarde.

 

No lo hizo, su madre no cortó las pequeñas hebras que lo conectaban a otro núcleo, uno que supuraba nostalgia y desazón. Cuando se creía inmune se resquebrajaba permitiendo que algún que otro sujeto se adentrara en su propia validación. Nunca salía bien, más tarde llegaban los llantos, represalias, desgarros, desesperación, y volvía a verse abocado a la soledad. ¿Qué le pasaba? Era como si le faltara una pieza.

Entonces conoció a Mónica, y ávido de deseo, apostó todo lo que era para agarrarse a esa verdad como única. Pasaron los años, muchos de ellos con baches que socavaban y se despreciaban en la realidad. Rozaron tanto el perdón que al final quedó difuso e irreversible. Y llegó un punto que el final era tan penitente y certero como aquel adiós que se dijeron con frialdad.


Otros 18 años sujetos al declive.

 

—Ay, mi pequeño, con la bonita pareja que hacíais.

—Mamá, es imposible que siga siendo tu pequeño —rió antes de volver a ponerse serio— Nunca fuimos felices, siempre nos faltó algo o peor, nos amoldamos a ese vacío que termina germinando rechazo. Es mejor así.

—No digas tonterías siempre serás mi bebé, y lo sé, cariño; pero sabes qué, esta no es la única oportunidad que tienes para encontrar el amor. Piensa que ha sido como una prueba.

Y le explicó la historia de su nacimiento. Orgullosa, insensible, con una indolencia casi mecánica, como si su obra no tuviera repercusiones, entonces comprendió la razón del agujero que siempre lo acompañaba, del que hasta ese momento se sentía responsable, por no dar más, por no saber hacerlo. Las barreras que siempre alzaba para protegerse. Para no herir. Y cuando terminó de relatarlo lo hizo con una sonrisa, como si le cediera un premio. Un salvoconducto.

—¿Por qué no hiciste caso a mi padre? Y más sabiendo cómo terminó vuestra historia. Dímelo, mamá, necesito que me contestes con sinceridad.

—Siempre anhelé que me quisieran, lo nuestro nunca funcionó, pero tú tienes una segunda oportunidad, hijo, ¿no lo ves? Opciones, algo que muchos nunca tendrán.

Y la vio vulnerable, por una vez comprendió que la altivez era una máscara en la que se escondía, solo era un ser deseoso de un afecto que le fue negado. No pudo perdonarla, no inmediatamente, porque tomó decisiones en su nombre, la omisión puede ser más perjudicial que una mentira, si hubiera conocido el qué, el ciclo de su vida sería distinto.  

 

Actualidad.

 

Los años pasaron, pero no en la añoranza, aprendió que la soledad escogida no es un castigo, y cuando menos lo esperaba apareció su gran amor, un cachorrito que llamó chincheta, y lo acompañó con un cariño imposible de doblegar.

 

 

He roto con la tragedia, ¿eh? Si es que los perros tienen ese poder. Y no lo digo porque sea como Eleanor Abernathy, la loca de los gatos de los Simpson, pero versión perruna, no qué va. Iba a escribir un relato de humor, pero nada, que me ha salido un dramón insalubre, así que mejor terminarlo con un buen amigo, de esos que están siempre cerquita.

Si habéis llegado hasta aquí, os lo agradezco mil.

Muchos besos, y algún que otro abrazo.