Un misterioso sonido lo dirige hacia la antesala. Ella, sí; su suerte de la noche. Un
viejo tocadiscos que conoció de otros tiempos, despierta de su abandono con un
leve gruñido; óxido, como todo lo que les rodea. Suenan los acordes de Floyd
Lee y su desgarradora voz. Es entonces cuando empieza la íntima danza, lánguidos
movimientos, cadencia, sensualidad que se pavonea. Solos, los dos, nadie más
puede admirar la belleza de ese momento. Ella se gira y lo mira, sus ojos; brillan
bajo los focos de la oscuridad y él como si de una fuerza inexplicable tratara
se acerca fascinado.
—Hola muñeca, te vi sola; en
aquella mesa. —Señala la dirección. No hay esfuerzo, ni tampoco pretensión.
—Lo sé —asiéndole
del cuello le susurra—No hablemos, hoy no; por favor. Muévete cariño y si te
portas como yo espero, te prometo que esta noche nunca la olvidarás.
Durante minutos
solo se escucha la música, movimientos rítmicos, respiraciones que ansían su
fin. La palabra aquí no ampara el recuerdo del todo, no es necesaria, ni útil.
De repente es consciente de su suerte y la rectitud del miedo lo abriga con
fuerza, los demonios son celosos, merodean en la inconsciencia, desalentados,
truncados, acechan en la viveza y corroen en desapego, no puede perder esta
oportunidad.
—No vivo muy lejos.
¿Te apetece tomar la última copa en mi casa?
—Tienes mucha
prisa. Estoy bien aquí, no debes preocuparte, yo ya te escogí; no iré a ningún sitio sin ti.
No le preocupa que pueda leerlo con tanta facilidad, con un suspiro se recupera, mudando
del malestar y conquistando de nuevo a la fortuna. Pero no lo entiende. ¿Por qué
esperar? Desea besarla, acariciarla, tocarla y no lo hará en presencia de
otros. Eso le pone nervioso. Hace muchos años que se siente así; perturbado,
desubicado, solo.
—Hace demasiado
tiempo que estás aquí. —Le dice.
Debe estar
perdiendo facultades, no puede permitirse ser tan transparente, nadie debería verlo tan de cerca, ni
saber quién es, sus pensamientos le pertenecen. Su oscuridad no es compartida.
—Quizá, pero contigo sé que lo olvidaré todo.
Con una risa le
hace saber que no puede engañarla, que poco importa lo que diga o haga, ella
está allí por las mismas razones.
—Entonces, ¿por qué
te engañas?
—No te entiendo,
¿qué quieres decir?
—Ya lo sabes. —Exhala pesarosa.
—No dime. —Algo le dice que no debería insistir.
—En fin, creí que esta noche no sería como las otras. ¿Lo recuerdas? Si, lo haces. No sé porque siempre lo niegas, nuestra justa sentencia. Cada madrugada lo rememoramos y más tarde simplemente desaparecemos. Nadie nos recuerda, no existimos, somos una pesadilla de un tiempo que se perdió entre sombras, con mentiras y angustia, un mal pensamiento. Estamos predestinados a revivir la misma escena una y otra vez, hasta que nos perdonemos y sabemos que eso nunca, nunca sucederá. Así que Carlos, hazme un favor; hoy no hablemos, por un instante solo quiero bailar.
—No dime. —Algo le dice que no debería insistir.
—En fin, creí que esta noche no sería como las otras. ¿Lo recuerdas? Si, lo haces. No sé porque siempre lo niegas, nuestra justa sentencia. Cada madrugada lo rememoramos y más tarde simplemente desaparecemos. Nadie nos recuerda, no existimos, somos una pesadilla de un tiempo que se perdió entre sombras, con mentiras y angustia, un mal pensamiento. Estamos predestinados a revivir la misma escena una y otra vez, hasta que nos perdonemos y sabemos que eso nunca, nunca sucederá. Así que Carlos, hazme un favor; hoy no hablemos, por un instante solo quiero bailar.
—¿Cómo sabes mi
nombre? ¿A qué estás jugando? ¡Suéltame! ¡Suéltame, joder! No sé de qué hablas. Te he dicho que me sueltes. Estás loca, ¡loca!
—Shhh… tranquilo,
ya empieza. Atento, reconoce lo que hicimos.
La entrada del primer rayo de luz los volvió unos espectadores, ante ellos se proyectó a dos jóvenes que entraban en el bar, iban armados, sin ninguna lógica ni razón empezaron a disparar a todos los parroquianos, reían, chillaban, disfrutaban de la masacre, pero cometieron un error; una bala fue directa al conducto de gas y lo hizo explosionar. En ese momento la secuencia se precipitó, el crepitar del fuego lo corroyó todo a su paso, los gritos fueron la única seña de un tiempo en el que existió vida.
—Hasta mañana querido amor, espero que llegue el día en que podamos decirnos adiós.