Aquella sala olía a
moho. Habitación oscura, incomunicada, sucia y vacía en alma. No era la sala,
no, era ella. Restó diez años a su tiempo y vio lo que en verdad había ganado,
nada. Sumó sus pérdidas y fueron aquellos malditos diez años. Pertenencias
cero, un coche que bien podría llevar ya al desguace, quizás en chatarra sacara
beneficio, y una planta.
La condenada planta,
un regalo de su última pareja. Iba acompañada por un dardo envenenado. <<Natalia,
no puedes tener nada a tu cargo, no sé como sobrevives a ti misma.>> Lo
que él no sabía, ni nunca averiguaría es que la rabia que sintió hacía sus
palabras obraron a favor de aquella maceta con hojas.
No le dijo ninguna
mentira, del último puesto de trabajo la echaron por faltar varios días, sin
excusas, pero, ¿qué sabían ellos? Siempre tuvo problemas de sueño, no
descansaba bien por las noches. Su familia, bueno, eso sí era un tema aparte,
sus padres se avergonzaban de ella, cabe decir que era lo opuesto a su hermana,
pero prefería ser una indigente que conformarse a casarse con un hombre como su
cuñado.
¿Y ahora qué? En su
lista de contactos no tenía a nadie al que no hubiera pedido algún favor en el
pasado. Sola. Esa palabra retumbó en su cabeza y le hizo ser consciente del
caos que la alcanzaba. Pero, ¿y si? Podría intentar que su hermana, no, lo
desechó al momento, la miraría por encima del hombro como si fuera una
apestada, se olió, sí, una buena ducha le sentaría muy bien. Ideas, ideas.
Siempre había sido una abnegada para las soluciones, en el colegio la escogían
la última en todas las actividades, eso la marcó y borró de su mente el
esfuerzo que representaba.
Buscó en el bolso
algunas monedas, un café, con una buena taza seguro que vería más luz en este
parco camino. Pero la suerte hacia tiempo que la había abandonado. Mientras cavilaba
qué hacer, se le cruzó un vecino, holandés o eso le dijo, la miraba con
lascivia, una imagen cruzó por su cabeza, solo esperaba que la necesidad no la
llevara a tan baja escala.
—Me ha dicho un
pajarito que Marcos, se ha marchado para no volver.
—Siempre tan
gracioso François, solo a ti se te podría ocurrir ser desagradable con una
cancioncita. ¿Quieres algo?
—Venga mon amour, no seas fierecilla, ese
hombre era poco para ti, yo podría cuidarte mejor, eh Belle, ¿oui?
—No te lo tomes a
mal pero antes me quito de en medio, así que desaparece de mi vista, ¡lárgate!
—Me gustan
enfadadas —pasándose la lengua sobre los dientes, continuó— ya volverás y te
domaré, sabes que tengo razón lionne.
—Sueña con ello,
cucaracha.
—Venga, venga, petite, no te sulfures. —poniéndole
varios billetes en el bolsillo
de la tejana, le dijo— Un pequeño adelanto de lo que devendrá, no me gustan tan
flaca.
Lo miró a él, luego
al bolsillo, y volvió a mirarlo. Dudó, pero no tenía nada a lo acogerse, y por
fin una idea surcó en su mente, no iba a venderse tan fácilmente.
—¿Ves aquella
chatarra de allí? Es tuya por el dinero, no esperes más de mí.
El regusto vomitivo
de aquella conversación le dio el estímulo necesario. Siempre le pasaba lo
mismo, se mantenía dormida durante largos periodos de tiempo y una vez que la
amenaza o limitación de otros sobrevolaba sobre ella, actuaba. <<Desastre,
desastre>> Pensó para sus adentros. Un buen desayuno, eso terminaría por
enseñarle el camino.
Al entrar en la
cafetería, vio un cartel en el se precisaba personal.
—Hola, buenos días.
¿Todavía buscan a alguien?
La señora entrada en
años y carnes, la observó, una mirada evaluativa, sintió la hondura
especulativa y no dudó en que pudiera descubrir sus más oscuros secretos.
—Eso depende,
¿tienes experiencia?
—Bueno… la verdad,
es que no mucha, pero me esforzaré sin con ello gano el puesto.
—Mira guapa, no te
engañaré, no creo que des el perfil, siéntate, desayuna que buena falta te hace,
y luego ya hablaremos.
Al terminar, se
levantó y pagó la cuenta, dejando una generosa propina. Fue a despedirse.
—¿Ya te vas? ¿No
habíamos quedado en charlar?— Eso descolocó a Natalia, pero volvió a su mesa.
—No te he visto
nunca por aquí y eso es muy extraño, soy mayor pero nunca olvido una cara. Por
cierto mi nombre es Candela.
—Yo soy Natalia.
—Encantada, mira
niña este trabajo no creo que sea adecuado para ti, pero he visto que llevas
una planta, muy bien cuidada, por cierto.
—Ah, bueno, sí, no
se preocupe.— Haciendo el intento de levantarse.
—No he terminado. Mi
hijo tiene un vivero, no muy lejos de aquí. Lo negará pero sé que necesita
personal, y su carácter es…— quedó callada— bueno, podría decirse que no es
agradable en trato, eso hace que el personal no dure mucho, exige que sus
plantas sean tratadas con delicadeza. Por lo que puedo ver, tú tienes buena
mano, te aferras a ella como si nada te quedara— poco sabía cuantas verdades
había en aquella frase— Así que, si te interesa, el puesto es tuyo, ahora mismo lo
llamo para avisarlo.
—¿Por qué cree que
yo tengo posibilidades para conservar ese trabajo?
—Sé reconocer la
necesidad de amor, y tú Natalia, tienes mucho que dar. No hay más que ver como
brillan esas hojas. Y bueno, siendo egoísta mi hijo sé que también posee esa
misma balanza, así que el tiempo ya os dirá.
¿Quién sabe? Pero
si se quedaba con esta última sensación, podía creer que en su cuento, el puerto
al fin clareaba.