miércoles, 28 de junio de 2017

Alma

“Ahora, con más años por detrás que por delante, los misterios se desvelaron”. O al menos eso le dijo el último cirujano que la operó. Ella quería ser linda como antaño, guardaba el recuerdo de un tiempo donde los hombres se peleaban por ganarse su afecto, ahora en cambio, su único hijo deseaba deshacerse de ella, dejarla abandonada en el retiro de cuatro paredes malolientes y que ni la memoria de su persona se conservara.

Su querida abuela, como la extrañaba, siempre le decía.

—Pequeña el tiempo no perdona y también pasará para ti, busca el que ame tu alma.

Pero con una belleza deslumbrante lo único que coleccionó fueron hombres poderosos. Que la proveyeron de joyas, ropajes, seguridad, recuerdos vacíos que ahora a golpe de bisturí intentaba rememorar.

Y se acordó de él, Pablo, su verdadero amor. No tenía dinero, ni posición, ni futuro, pero su cariño, sus besos, era lo único hermoso que conservaba y la hacía perdurar en ese sombrío lugar en el que se hospedaba. Hacía diez años que había fallecido, se lo comentó una conocida, como de pasada, y lloró desconsoladamente aquella pérdida. Ella que lo renegó, deseó con todas sus fuerzas que otro pasado aconteciera a esta penumbra que ahora la alcanzaba.

Observándose en el espejo, lo veía, claro que lo veía, su mirada en otra época vivaz, estaba cansada, el tiempo no remitía y se desvanecía.

Aquel doctor no estaba bien valorado, pero después de tantas intervenciones y a su edad, no le quedaban opciones. Los profesionales se negaban a asistirla, en cambio ese hombre en cuanto le enseñó la chequera, tardó poco en presupuestarle unas nuevas inyecciones. Todo tenía un precio.

Recostándose en aquella cochambrosa camilla, divagó y soñó con él, una mano que la sostenía y un quizás con nombre a eternidad se alzó en ese último suspiro.




Relato que presenté en la Comunidad Escribiendo que es gerundio <Todo comienza con una frase>.

jueves, 22 de junio de 2017

Puerto claridad


 
Aquella sala olía a moho. Habitación oscura, incomunicada, sucia y vacía en alma. No era la sala, no, era ella. Restó diez años a su tiempo y vio lo que en verdad había ganado, nada. Sumó sus pérdidas y fueron aquellos malditos diez años. Pertenencias cero, un coche que bien podría llevar ya al desguace, quizás en chatarra sacara beneficio, y una planta.  

La condenada planta, un regalo de su última pareja. Iba acompañada por un dardo envenenado. <<Natalia, no puedes tener nada a tu cargo, no sé como sobrevives a ti misma.>> Lo que él no sabía, ni nunca averiguaría es que la rabia que sintió hacía sus palabras obraron a favor de aquella maceta con hojas.  

No le dijo ninguna mentira, del último puesto de trabajo la echaron por faltar varios días, sin excusas, pero, ¿qué sabían ellos? Siempre tuvo problemas de sueño, no descansaba bien por las noches. Su familia, bueno, eso sí era un tema aparte, sus padres se avergonzaban de ella, cabe decir que era lo opuesto a su hermana, pero prefería ser una indigente que conformarse a casarse con un hombre como su cuñado.  

¿Y ahora qué? En su lista de contactos no tenía a nadie al que no hubiera pedido algún favor en el pasado. Sola. Esa palabra retumbó en su cabeza y le hizo ser consciente del caos que la alcanzaba. Pero, ¿y si? Podría intentar que su hermana, no, lo desechó al momento, la miraría por encima del hombro como si fuera una apestada, se olió, sí, una buena ducha le sentaría muy bien. Ideas, ideas. Siempre había sido una abnegada para las soluciones, en el colegio la escogían la última en todas las actividades, eso la marcó y borró de su mente el esfuerzo que representaba.  

Buscó en el bolso algunas monedas, un café, con una buena taza seguro que vería más luz en este parco camino. Pero la suerte hacia tiempo que la había abandonado. Mientras cavilaba qué hacer, se le cruzó un vecino, holandés o eso le dijo, la miraba con lascivia, una imagen cruzó por su cabeza, solo esperaba que la necesidad no la llevara a tan baja escala.  

—Me ha dicho un pajarito que Marcos, se ha marchado para no volver.
—Siempre tan gracioso François, solo a ti se te podría ocurrir ser desagradable con una cancioncita. ¿Quieres algo?
—Venga mon amour, no seas fierecilla, ese hombre era poco para ti, yo podría cuidarte mejor, eh Belle, ¿oui?
—No te lo tomes a mal pero antes me quito de en medio, así que desaparece de mi vista, ¡lárgate!
—Me gustan enfadadas —pasándose la lengua sobre los dientes, continuó— ya volverás y te domaré, sabes que tengo razón lionne.
—Sueña con ello, cucaracha.
—Venga, venga, petite, no te sulfures. —poniéndole varios billetes en el bolsillo de la tejana, le dijo— Un pequeño adelanto de lo que devendrá, no me gustan tan flaca.

Lo miró a él, luego al bolsillo, y volvió a mirarlo. Dudó, pero no tenía nada a lo acogerse, y por fin una idea surcó en su mente, no iba a venderse tan fácilmente.

—¿Ves aquella chatarra de allí? Es tuya por el dinero, no esperes más de mí.

El regusto vomitivo de aquella conversación le dio el estímulo necesario. Siempre le pasaba lo mismo, se mantenía dormida durante largos periodos de tiempo y una vez que la amenaza o limitación de otros sobrevolaba sobre ella, actuaba. <<Desastre, desastre>> Pensó para sus adentros. Un buen desayuno, eso terminaría por enseñarle el camino.

Al entrar en la cafetería, vio un cartel en el se precisaba personal.

—Hola, buenos días. ¿Todavía buscan a alguien?

La señora entrada en años y carnes, la observó, una mirada evaluativa, sintió la hondura especulativa y no dudó en que pudiera descubrir sus más oscuros secretos.

—Eso depende, ¿tienes experiencia?
—Bueno… la verdad, es que no mucha, pero me esforzaré sin con ello gano el puesto.
—Mira guapa, no te engañaré, no creo que des el perfil, siéntate, desayuna que buena falta te hace, y luego ya hablaremos.
 
Al terminar, se levantó y pagó la cuenta, dejando una generosa propina. Fue a despedirse.

—¿Ya te vas? ¿No habíamos quedado en charlar?— Eso descolocó a Natalia, pero volvió a su mesa.
—No te he visto nunca por aquí y eso es muy extraño, soy mayor pero nunca olvido una cara. Por cierto mi nombre es Candela.
—Yo soy Natalia.
—Encantada, mira niña este trabajo no creo que sea adecuado para ti, pero he visto que llevas una planta, muy bien cuidada, por cierto.
—Ah, bueno, sí, no se preocupe.— Haciendo el intento de levantarse.
—No he terminado. Mi hijo tiene un vivero, no muy lejos de aquí. Lo negará pero sé que necesita personal, y su carácter es…— quedó callada— bueno, podría decirse que no es agradable en trato, eso hace que el personal no dure mucho, exige que sus plantas sean tratadas con delicadeza. Por lo que puedo ver, tú tienes buena mano, te aferras a ella como si nada te quedara— poco sabía cuantas verdades había en aquella frase— Así que, si te interesa, el puesto es tuyo, ahora mismo lo llamo para avisarlo.
—¿Por qué cree que yo tengo posibilidades para conservar ese trabajo?
—Sé reconocer la necesidad de amor, y tú Natalia, tienes mucho que dar. No hay más que ver como brillan esas hojas. Y bueno, siendo egoísta mi hijo sé que también posee esa misma balanza, así que el tiempo ya os dirá.

 


¿Quién sabe? Pero si se quedaba con esta última sensación, podía creer que en su cuento, el puerto al fin clareaba.

 

jueves, 15 de junio de 2017

Casi te olvido




Estas palabras andaban escondidas, buscando luz entre la confusión, hoy las expongo y una parte de mí se siente desnuda, pero también liberada. Hace tanto que no estás, que he olvidado. 

Apenas hablo de ti porque mi alma se rompe en el recuerdo de un pasado que nunca tendrá futuro. Un mecanismo de defensa, guardarte como un pasaje conocido pero anidarlo en el retiro de la memoria.  

Un amor verdadero que ensayo para no sentir en este presente que hoy se desvanece. Pero nada se aguarda tan adentro, el tiempo se encarga de rasgar y como no, revolver.  

Día señalado como pocos me hicieron el mejor regalo de mi vida. Por un momento casi creí que fueras tú el que lo hubieras ideado.  

La pluma, aquella que acarició tus trazos convirtiéndolos en bellas palabras, porque si hay algo que puedo afirmar, es que intento alcanzarte. 

En mi soledad lo comprendí, casi.

 
  
Tu memoria.
El recuerdo.
Nuestro corazón.

lunes, 12 de junio de 2017

El duro

"¿Nunca os habéis cruzado con alguien a quien no deberíais haber puteado? Ese soy yo”.

Desde que vio el Gran Torino se creía Clint Eastwood, nada más lejos de la realidad. El tipo o tipazo como gustéis del Sr. Paco, como hacia que le llamaran, era orondo y malformado, como el de un pequeño roedor que se guarda la comida por miedo a una futura hambruna. Sus mejillas infladas reposaban demasiado cerca del cuello, el cuerpo diminuto cacareaba en un orden extraño y difícil de entender, imposible identificar cintura de cadera, pierna de brazo, o lo que era lo mismo, nada de ello. En lo único que se asemejaba al grande era la repetición sin medida de sus frases y claro está, su mala baba. Infligir su poder era la orden diaria en aquella pequeña tienda de barrio, y si en unas de estas te daba por infringir su voluntad, aquello podía convertirse en una hecatombe en toda regla. Los complejos le medían y provocaban a ser un sujeto sin corazón y el poder que albergaba sobre tres empleados, la furia.

Llegó el momento de la rebelión, aquello era imposible de sostener, las cajeras no duraban más del período de prueba, ni las necesidades de trabajo y sueldo eran suficientes para aguantar el vocabulario y las artimañas soeces del jefazo, así pues, el encargado tomó las medidas oportunas para finiquitar con el problema de raíz.

— Es por un bien común, sé que existe más miedo que razón, pero si todo sigue como el plan establecido Paquito estará fuera en unos días. Dudo que los dueños de la franquicia quieran que se identifique su nombre con este sujeto.

Carlos guardó silencio a la espera de que Pili o María dijeran alguna cosa al respecto, al ver que no se pronunciaban continuó.

— Bien, adelante.

La ansiedad y el deseo de castigo les llevó a colgar un video en Youtube titulado: El Gran Clint de Mercabarrio, en él se veía al Sr. Paco acosando a sus empleados con algunas frases como "Soy el sargento de artillería…", "Anda… Alégrame el día", "Morir no es…"





Relato que presenté en la Comunidad de Relatos Compulsivos. Palabras obligatorias: infligirinfringir y hecatombe.

martes, 6 de junio de 2017

Epístola




Suspiro, cada vez que te veo, suspiro.
Encojo, cada vez que estás cerca, encojo.
Expreso, y sí lo creo, un día seré lo suficiente valiente para acercarme a ti y declarar este sentimiento que se expande muy adentro, convirtiéndome en una enfermedad precisada de extinguir.   

Llego tarde, como cada vez que no estás solo. Lo intento, alcanzarte, pero no lo logro, claro que no. Mi cobardía es más fuerte que el afecto que desprenden estos cuatro reglones.  

Vuelvo a suspirar, y me encojo, de nuevo, encojo. 

Mi espalda encorvada no es precisamente lo más llamativo de mi ser, pero aún así te escudriño. Me observas y en mi cabeza se recitan preguntas, ¿a qué estoy esperando? Pero no hay nada tangible entre nosotros para poder albergar futuro. Así que actúo, a tus espaldas, eliminando pruebas, alejando todo lo que impide que me ames como yo lo hago. Esta vez he ido demasiado lejos, lo sé, pero no podía permitirlo, no. 

El amor que siento es tan fuerte que cedo a que estés con otras, pero nunca, ¡Jamás! te casarás con nadie que no sea yo. Ella, esa innombrable no te quería, no como lo hago yo, lo vi, sí, en sus ojos y sus últimas palabras lo confirmaron. 

      Por favor no me mates, me alejaré de Claudio, tú eres mejor para él. Te lo prometo. ¡Por favor! 

Cobarde, ¿lo ves? Gimoteó, suplicó, no luchó, no se ganó siquiera mi respeto. Yo soy capaz de todo lo que me pidas, tú eres mi amor. Sólo deseo que llegue ese día, el momento que entre las sombras que nos separan divises esa verdad, como la única.

 

Atentamente; TUYA, siempre.