Al principio los
clientes más discurridos aquellos que siguen y se comportan con una rutina adiestrada,
digna de la mejor élite del ejército: misma hora, mismos productos, mismas
conversaciones; eternas quejas. Parece ser que sus infortunios nunca
desaparecen. Porque a ver, hay que ser clara, a la vida le encanta dar
pullitas, pero es que hay gente que le gusta regodearse en la desgracia.
Lo que os decía, al
principio estos clientes se preocuparon, entiendo que fue a raíz de que después
de tantos años siguiendo un patrón, les rompí el ritmo adquirido. Cualquier
cambio precipitado puede destrozar a uno. Y estos pobres, no estaban o no
lograban acostumbrarse a la nueva sintonía, porque de música clásica no
entiendo nada, pero mi movimiento era algo así como el de un director de
orquesta. La inquietud fue máxima, no creí ser un bien tan preciado para los
que desde ese momento consideraría como a mis adorables clientes. Fijaros si el
asunto llegó lejos, que un día a la salida de mi turno fui acorralada por
varios de ellos.
Chillaban, se
ponían palabras unos encima de otros, una jauría daba menos miedo que ese
espectáculo. La cuestión es que no entendía nada de lo que decían, e importante
debía ser, ya que no estaban cumpliendo con su designado y estimado horario.
—¡A callar! —grité.
Silencio sepulcral
y varios pares de ojos me observaron, bueno menos los de Antonio, es que se
quedó calvo por allí la época de los 80 y para que no se le note <o eso debe
creer> se lo deja crecer desde el cogote. Su producto estrella y aunque esté
feo que yo lo diga, es un bote de gel fijador extra fuerte; así puede colocárselo
con mucho mimo hacia delante. Señalando a una de esas pullas que da la vida,
ese día hacía una brisilla agradable, menos para él, que se estaba aguantando
el tocho de pelo como podía; asemejándose a un apurado cíclope.
—Pili, tu serás la
portavoz. A ver, ¿qué pasa? —No diré que la escogí por preferencia, ni siquiera
por una estima sincera, pero es la típica clienta quejicosa que por cualquier
tontería te amenaza con poner una hoja de reclamaciones e ir con el cuento al
encargado. Y hoy por hoy, y con una hipoteca que es igualita a una condena, le
tengo un cariño casi reverencial a mi puesto de trabajo. Su hinchamiento me dio
la razón, ¡qué orgullo, por favor!
—Gracias, a ver
señorita María —es muy formal la Pili —Llevamos semanas dándonos cuenta de su
movimiento de brazo, y en resulta todos hemos coincidido que deberíamos ayudarla—.
¿Lo veis? Formal, formal. Por desgracia toda esa educación que tiene cuando habla,
la pierde con las malas intenciones.
—Ah, ya… ¿y cuál creéis
que es la solución? —Musité no muy convencida, total perdidos al río.
—Como ya sabrá
señorita María, las familias que remontan a esta vecindad son muy antiguas.
Nuestros tatarabuelos fueron los primeros en fundar esta barriada y así ha perdurado
a lo largo de los años. Todo aquel que ha acabado residiendo aquí, nunca se ha
marchado. Dejándonos en herencia viejos remedios; entienda que a este valioso legado le debemos respeto…
La mujer me estaba dando
la chapa que daba gusto y después de estar ocho horas de pie en el mismo
habitáculo, en lo único que pensaba era en que quería irme a casa, comerme los
macarrones a la boloñesa que tenía en la nevera… no, no, primero me prepararía
un baño espumoso, sí, eso. Qué gustito.
—Señorita, ¿me está
escuchando? —Refunfuñó molesta.
—Oh, si, discúlpeme
es que hoy hemos tenido que reponer producto y estoy un poco cansada. Prosiga,
prosiga.
—Como le decía, por
el aprecio que le tenemos y como muestra de bienvenida y fidelidad. Le hacemos
entrega de este ungüento.
—Perdone —la corté—
llevo trabajando en el supermercado ocho años, ¿qué es eso de la bienvenida? ¿Y
el ungüento? ¿Qué ungüento? —Que tuviera que aguantarlos en el horario de
trabajo estaba bien, pero en mi tiempo libre la paciencia estaba muy falta de cortesía.
—Ese carácter
señorita ha sido una de las principales razones por las que hemos tardado tanto
en darle la bienvenida —replicó, muy digan ella —Tenga, póngaselo cada noche y
verá como en unos días sus molestias desaparecen.
Lo cogí porque quería
irme de allí cuanto antes, pero estaba hastiada a más no poder. Con el enfado
me subí al coche, al salir del aparcamiento miré por el retrovisor y me di
cuenta que seguían allí, murmurando. ¿Qué era eso? Se me puso la piel de
gallina. En ese momento tomé la decisión de que debería buscar un nuevo trabajo.
Después del baño y la cena, actualizaría mi currículum.
No me siento igual,
del brazo eso sí, a penas noto molestia. Me despierto a la misma hora, ejecuto
todas las obligaciones sin pestañear. Estoy segura de que si me dedicara a la natación
sincronizada se me daría muy bien. Cada día saludo a las mismas personas, les
comento el buen día que hace, ayer llovía a mares; aún así repetí lo del
buen día. Cada vez que a mi mente aparece un pensamiento de que algo no va
bien, este desaparece. Como veis no pienso mucho. Ahora entiendo mejor a mis
vecinos, sí, desde hace cuatro días dejaron de ser mis clientes, me he
trasladado a vivir al barrio. Pili dice que la nueva cajera es más dócil, que
esta vez no costará tanto. El vecindario está de acuerdo.
Finalmente todo
está bien.
Muy original y muy divertido, Irene. Me encanta la ironía y el tono del relato. Muy bueno.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras, Marta.
EliminarUn beso, y feliz tarde.
Qué bien nos has llevado por ese mundo de: "aguanta que es sólo trabajo" me ha encantado el tono y la forma... y la historia... irónica pero puede ser muy real.
ResponderEliminarMil besitos mi preciosa Irene y feliz inicio de semana ♥
Esperemos que no lo sea, por si acaso si alguien te ofrece alguna crema, ¡no la cojas! jeje
EliminarMil gracias, guapísima.
Besos.
Interesante relato que calla más de lo que cuenta, pero cuenta lo suficiente. De los que a mí me gustan porque me permiten imaginar.
ResponderEliminarUn beso.
Muchísimas gracias, Rosa. No sabes como te agradezco lo que dices.
EliminarUn beso grande.
Muy bueno Irene, el título cobra su completo significado en ese final tan inquietante y si me apuras tan maquiavélico. Entiendo que esos vecinos tan inquietantes. han sabido dar el punto de cocción exacto a tu protagonista para hincarle el diente.
ResponderEliminarUn beso y feliz semana.
Hola Miguel,
EliminarGracias a su carácter la protagonista se había librado, pero con el problema del brazo encontraron la excusa para llegar a ella, y ahora ya formará parte del vecindario por siempre de los siempre.
Muchísimas gracias por tus palabras.
Un beso.
Ufff que miedito me dan esos "amables vecinos" jajaja menudo barrio más atractivo!! "Todo aquel que ha acabado residiendo aquí, nunca se ha marchado"...
ResponderEliminarMuy bueno Irene, desde el principio me ha resultado un relato de los que engancha, yo diría que te quedas con ganas de más.
Un abrazo muy grande y feliz semana.
Es lo que tienen los buenos barrios, Xus ;)
EliminarComo me alegra que me digas que te has quedado con ganas de más, mil gracias.
Un beso enorme y feliz semana.
Me ha encantado Irene. Sobre todo el humor que destila el relato que en principio parece que va por otros derroteros. Y si bien la protagonista parece tener la sartén cogida por el mango, el final resulta de lo más impactante. Una comunidad de vecinos de lo más inquietante, sí señor.
ResponderEliminarMuy bueno, Irene.
Un besazo, guapísima.
La pobre no sabía lo que le esperaba, ni tiempo tuvo para enviar el primer currículum, jeje
EliminarMuchas gracias por tu comentario, Ziortza.
Un beso, preciosa.
Este ungüento me recuerda al "Soma" del libro titulado: "Un mundo feliz" En este caso el barrio, lleno de vecinos acordes con las circunstancias. Ya me dirás los ingredientes del potingue ese para elaborarlo y recetarlo durante alguna junta de vecinos.
ResponderEliminarBesos.
Vale Francisco, investigo los ingredientes y te paso la nota, ;)
EliminarAlgo de droga si que tiene, porque la protagonista piensa poco y se comporta como un cronómetro, jeje
Muchas gracias por tus palabras.
Un beso.
Qué bueno con ese humor de la cajera, arrea con los vecinos ¡qué considerados! no me extraña que se haya cambiado al barrio a vivir con ellos, al final todo quedará en familia, todo va bien jeje. Un beso linda
ResponderEliminarCon los suyos todo irá bien, si, si, jeje
EliminarMuchas gracias por tus palabras, Eme.
Un beso enorme.
¡Hola!
ResponderEliminarQué buen relato ese barrio atrapa. Me gusta mucho como narras esas colas de la caja con la misma gente siempre quejándose, es tan real.
Besos y esos vecinos tan inquietantes dan pánico.
Todos hemos vivido el momento supermercado, :)
EliminarLa verdad que sí, dan un poco de miedo.
Muchas gracias, Gemma.
Besos.
Miedo me dan esos vecinos, pero parece que ya lograron lo que se habían propuesto. Muchos quisieran disponer de un ungüento como ese para someter a los desobedientes y sediciosos, jeje.
ResponderEliminarPara que luego hablen mal de las farmacéuticas. Hay productos que obran milagros.
Un abrazo.
Josep Maria, ¿a qué te dedicabas? jeje
EliminarAl final por mucho que su carácter lo impidió durante años, terminó formando parte del barrio. Una más que se mimetizó con el resto, y un único gobernante; que la Pili era mucha Pili.
Mil gracias por comentar.
Un beso.
Uff, qué grima me dan esos vecinos. Pobre de tu protagonista, que han conseguido al final llevársela al barrio y ser una vecina más. Ojalá ese carácter suyo hubiese aguantado más, le habría permitido seguir siendo librepensadora.
ResponderEliminarMe ha encantado todo, como desarrollas la trama para darle interés y, sobre todo, ese final tan maquiavélico.
Un beso enorme
Si Chari, con la excusa del brazo finalmente consiguieron llevarla a su terreno. Un poco de miedo si que da.
EliminarMuchas gracias por tus cariñosas palabras.
Un beso.
La conclusión es que no hay que aceptar ningún regalo de los clientes porque pueden contener extraños maleficios.
ResponderEliminarMuy bien narrado, con un fondo sarcástico perfectamente llevado y un final no previsible.
Un gran abrazo, Irene.
Quizás lo mejor sea eso, no aceptar regalos, ;)
EliminarGracias por tus palabras, me alegran mucho.
Un beso.
Jajajaja,... me ha encantado Irene,... estos unguentos "reblandecedores" del intelecto también se sirven de una manera virtal,... y hacen el mismo efecto. En concreto hay marcas comerciales muy efectivas y como digo se emiten (digo sirven, perdón) por TV. Feliz semana!
ResponderEliminarjajaja Nosotros por si acaso no nos pondremos nada que no esté etiquetado, y ponga claramente de qué esta hecho, no vaya a ser que nos quedemos sin opinión.
EliminarMil gracias, Norte.
Un abrazo.
El mundo se esta llenando de personas adiestradas que actúan como autómatas, y eso, sin siquiera ir al ejercito, ja, ja.
ResponderEliminarAunque nos pone a reír tu relato Irene, también nos pone a pensar en eso de que "Cuando todo el mundo esta loco, ser cuerdo es una locura".
O en este enunciado de Albert Einstein: "Tengo una pregunta que a veces me tortura: ¿Estoy loco yo, o los locos son los demás?
Como sea, esta estupendo tu relato, su inventiva y narrativa, entretenido y reflexivo a la vez.
Grato resto de la semana.
Un poquito si verdad Idalia, :)
EliminarAy la sociedad, que nos invita a ello; a pensar poquito y seguir la línea recta. Por suerte tenemos cruces para que cuando uno se da cuenta, pueda desviarse.
Muchas gracias por tus siempre cariñosos comentarios.
Un beso.
Genial relato, Irene. Ese ungüento es todo un símbolo que parece no solo curar nuestros males, sino que nos transporta a la Normalidad más absoluta. Una metáfora muy inteligente sobre cómo la masa se alimenta a costa de la individualidad.
ResponderEliminarY es brillante cómo has sabido plasmar ese cambio de la protagonista en el relato. Antes de esos días, es ocurrente, divertida, espontanea...; después, el discurso impersonal, seco, administrativo. Muy bueno! Un abrazo!
Como me alegro de que así lo veas, :) La normalidad en este contexto queda bastante terrible, ¿no crees?
EliminarMuchas gracias por tus palabras, David.
Un fuerte abrazo.
jajaja Noooo, tú di que no, Julio David.
ResponderEliminarMil gracias por comentar, ;)
Un fuerte abrazo.
Como boticaria que soy le recomiendo a tu protagonista lo que le digo a mis allegados: nunca utilices ningún producto sanitario que no venga avalado por el Ministerio de Sanidad, que los remedios caseros que no pasan los controles tienen sus peligros.
ResponderEliminarFuera de bromas, tu texto me ha parecido una alegoría fantástica. No sé por qué, pero yo he visto en ese ungüento un simbolismo de la tele-basura, o de los medios de comunicación que nos alienan y nos domestican llevándonos a donde ellos quieren, llevándonos a no pensar.
Quizás, y como antídoto, tu cajera debería conseguir otro ungüento en forma de libro, que la libere y la haga menos dócil.
Genial, Irene, me ha gustado mucho.
Un besote.
Opino igual que tú Paloma, que luego pasa lo que pasa, ;)
EliminarMuchas gracias por tu apreciación, es difícil no seguir lo que marca la sociedad, sea por los mensajes subliminales que encontramos en la televisión, o cualquier contraste que nos lleva a comportarnos y ‘pensar’ de forma común.
La protagonista en este caso era diferente, hasta que con el problema del brazo terminó por seguir el patrón que le habían marcado.
Mil gracias por el comentario.
Un beso enorme.
Tal vez a estos vecinos se les pueda aplicar eso de que el que la sigue, la consigue, hasta con un ungüento de por medio jaja
ResponderEliminarUn beso.
Si, aquí los años no importan; solo el fin.
EliminarMuchas gracias por comentar, Sofía.
Besos.
Esos vecinos dan un poco de yuyu... Pero el brazo está bien y nuestra prota por fin es feliz, mejor no pensar más allá de eso!!!!
ResponderEliminarTengo que reconocer que has vuelto con las pilas cargadas de tu parón. Me gustan tus relatos todavía más que antes.
Un abrazo.
Ahora para ella todo está bien, pero, ¿realmente es así? :)
EliminarQue bueno lo que me dices David, mil gracias de corazón.
Un fuerte abrazo.
Una comunidad inquietante. Como esos códigos heredados de los ancestros desde tiempos remotos.
ResponderEliminarEnhorabuena, Irene. Un beso.
Hola Juan Antonio,
EliminarEl legado va pasando de unos a otros, y nadie logra descarriarse, ;)
Muchas gracias por comentar.
Un beso.