Mi prima Encarnita tenía un carácter de aúpa, no sé si los
años la aleccionarían lo suficiente para disimular los estoques que impartía. El
tiempo nos puede templar, pero también desquiciar. Lo que sí puedo decir es que
era la antítesis de mi tía, una mujer recta, decorosa y muy cristiana, claro que,
de puertas para dentro, porqué la vara con la que medía sus pasos dudo mucho
que ningún buen dios los aceptara. Procedo de un pueblo donde la comunidad es
tan pequeña que ahoga entre cuchicheos y sentencias, no reconoceré que no haya formado
parte de esos corrillos en los que la sangre no corre, pero si es cierto lo que
dicen de los oídos, los de sus víctimas descarnadas habrán explotado.
Pues bien, desde bien pequeña no supo adaptarse a los
acontecimientos ni el lugar, y le salió una vena rebelde con la que se
desquitaba de tanta moralidad encorsetada, qué decir de mi tía, a la pobre se
la comían los demonios a esos que por más que rezaba no había manera de extirparse.
Luchó por escapar del lugar con uñas y dientes, sin importar
las consecuencias. El primer novio conocido fue Ramón, un don nadie que vivía
de sueños inalcanzables, algo que ella requería por el ansia en el que vegetaba.
Pero el pobre como uno puede imaginar, era un mindundi de mucho cuidado. Sigue
por el pueblo pululando cual parásito sin pena ni gloria, a día de hoy ni
trabajo se le conoce. El siguiente fue el párroco, sí, presagiad como quedó el
pueblo y no hablemos de sus beatas, las pobres no pudieron ir a misa a
derrochar malicia durante las semanas que duró la historia. No prosperó, aquello
fue más bien un castigo divino, y éste a quién quiso escucharle pidió perdón, recitó
mil excusas y no sé qué otros cuentos sobre el pecado y la manzana de Eva. Sus súbditas
y amantísimas feligresas se lo tragaron, pero digo yo, cuando mordisqueaba la
fruta prohibida no tenía tanta queja. Y el último un camionero, fue un visto y
no visto, de un día para otro desaparecieron con un petate lleno de ropa y las
joyas de la familia.
A partir de ahí anidamos en la placidez, la huida de Encarna
proporcionó un remanso de paz, ni los ángeles gozaban de tanta agilidad a la
hora de ejecutar el trabajo. La cuestión es que como el pueblo estaba sumido en
exceso de tranquilidad, el chisme empezó a cojear, provocando que los vecinos viviéramos
coartados por el miedo de ser el siguiente señalado, y al no ocurrir nada
interesante empezaron a inventarse historias. Que si uno la vio haciendo la
noche. Otro que se había fugado con un político al extranjero. El último lo maquinó
Felipe, contando que había tenido tres hijos de padres diferentes. Pero claro,
es notario y puede dar fe como el cura, ¿o será otra cosa? Así estaba la telenovela,
a ver el que se la inventaba más gorda, y siempre con la coletilla de <<me
lo ha revelado alguien de fiar>>. Que es lo mismo que el primo del primo
de mi primo, ni lazos de sangre conserva.
Lo que no se esperaba es que volviera. Nos dejó a todos con
la boca abierta, pero esa no era Encarnita, no, no; nos la habían trasformado.
Regresó como una buena cristina, qué digo buena, una madre superiora. Despuntó
con creces relegando a mi tía a la miseria, convirtiéndose en la más ferviente
religiosa de la comunidad. Mano destructora del pecado, portadora del cestito
bíblico algo así como una salvadora que concede absolución.
Quién sabrá si unas cuantas monedas restan a uno los
pecados. Lo que sí puedo decir es que esto ha levantado ampollas familiares,
preguntitas molestas, como que hizo mi tía en la época en la que se fue a
trabajar a la capital, es más, existen algunos años que la familia no tiene
constancia de nada. Pero eso son pecados no confesados. Y a veces, el dicho de
tal palo tal astilla no va tan mal encaminado.
La saga familiar continua...
ResponderEliminarAbrazo.
La vida da muchas vueltas y Encarnita parece que las ha dado todas... Bueno, al menos ha vivido, parece que los del pueblo no tanto ya que estaban siempre pendientes de ella.
ResponderEliminarBesos.
...Entre cuchicheos y sentencias...palabras que definen a la perfección cómo era la vida en pueblos y aldeas en las que aún hoy en día las lenguas parecen más afiladas que en el anonimato de las grandes ciudades. El cambio de la protagonista es sorprendente y puede envenenar por dentro a esas almas cándidas que en el fondo gozaban con las tribulaciones de Encarnita.
ResponderEliminarBesos, Irene.