
Sádicamente invoco el recuerdo de aquellos días, la impasibilidad que sentí, y que hoy siguen conservando mis entrañas, como una diabólica dualidad, virulenta y cruel que se adueñó y de la que por un extraño secreto, nunca lograré extirpar.
Aquel recinto, frío, abandonado donde pequeñas motas acompañaban a una luz casi inexistente. Un eco doloroso provocó que por instinto palpara todo mi cuerpo en busca de heridas, pero era algo interior, supuraba hacia fuera, torpe y agónico. Lentamente hice amago de moverme, quedando de golpe paralizada, un pitido confuso impedía que recordara, pero en la memoria selectiva o de instinto de supervivencia un indicativo exclamaba con fuerza que no avanzara. Las extremidades las sentía pesarosas, el cuerpo demacrado y deshidratado, ¿Cuánto tiempo llevaba ahí?
Dentro de aquel letargo no hallaba más que silencio y oscuridad.
¿Quién era?
Inmóvil, fija entre pensamientos que se desvanecían antes siquiera de poder alcanzarlos y atesorando una brumosa realidad, espesura de un miedo irracional que helaba desde dentro. El corazón bombeaba con fuerza descomunal, el desconocimiento iniciaba una guerra que en breve se convertiría en ataque de pánico, respiración errática, sudor frío, y una sensación de pérdida de conocimiento, que quizás, si lo obtenía, podría descansar. Y bien sabía que en ese momento quería huir de cualquier manera.
Pero también había algo dentro de mí que gritaba, ¡sé valiente! ¡Lucha! Aunque el valor se esfumaba nada más concebirlo. Pasaron minutos, horas, no sabría decir cuánto tiempo antes de decidirme. Medio a gatas, arrastrándome, palpé suelo, paredes buscando una salida, cada movimiento arañaba la piel, sintiendo como ésta se desgarraba, sí estaba herida y el trauma impedía que recordara lo sucedido. Entonces ocurrió, con el peso accioné un azulejo, oí el clic, y lo supe, algo malo iba a suceder. Otra vez.
Se encendieron las luces, me costó habituarme a ellas, pero cuando lo conseguí pude ver una proyección que solo contenía una palabra.
PECADO
Y ahí la conciencia, se presentaron imágenes a tropel, sin sentido, unas a otras con una banda sonora espeluznante, provocaron lo que antes tanto ansié, caer desplomada. Sin sentido. Pero nada es eterno, y volví en sí, entonces escuché la voz. Esa perversidad que en otro tiempo amé, me hizo sentir tan gloriosa y ahora lo único que hurgaba era en pánico y repulsión.
–Mi pequeña, veo que ya has vuelto a toquetear donde no debías, ¿Cuándo aprenderás?
No le contesté, el valor perdido vino reconciliado con rabia, si gozase de fuerza le hubiese escupido a la cara, pero no iba a entrar en su juego, no esta vez. Sabía lo que quería, lo que esperaba, y las pocas fuerzas que todavía conservaba atesoraban dignidad y ésta, por mucho que en otro tiempo las perdí, habían vuelto, era lo único que me quedaba e iba a perecer, sí, pero por elección.
–Vaya, vaya, así que no contestas. Sabes que me molesta que no me dirijas la palabra, me ofendes. Está bien, tú lo has querido.
Y empezó de nuevo, ese juego maquiavélico de preguntas de las que no esperaba respuesta, de las que solo mostraba la naturaleza de mi ser, uno corrupto, despojado de toda bondad, y lloré, lloré sin lagrimas porque fui consciente de que en realidad no era tan opuesta a mi verdugo. Cuando se cansó, apagó las luces, sabía que volvería, esa recreación nunca iba a terminar, no hasta que consiguiera su ansiado desenlace. Y de alguna manera, era plenamente consciente que pronto sería la replica exacta del monstruo que él estaba formando. Solo tenía que aceptar esa realidad, para así lograr la libertad.
El orgullo, el poco que quedaba, no le cedía todo el poder, y bien sabía que en ese momento dejaría que amputara partes del cuerpo solo por unas gotas de agua.
Cuando la mente no se protegía en el abandono, evocaba otro tiempo, el cortejo con el que me encandiló, palabras adecuadas que sonaban a reto al comportamiento rebelde con el que convivía. Lugares idílicos donde la opulencia resplandecía por su belleza. Me creí tan lista, indestructible, única, especial, cuando solo fui una boba que se dejó manipular, él estudiaba a sus presas y resulté ser la más idónea. Una con un secreto a la que chantajear, maleable por el miedo que la aprisionaba. Como un roedor. En eso me convertí, en una rata de laboratorio, a la que enseñar el camino que debe seguir. Y todo porque en otro tiempo fui una ladrona.
No controlaba cuando estaba lucida o cuando me anclaba en los recuerdos, ni tampoco en lo que me estaba convirtiendo, ese desdoblamiento era confuso, irreal. No reconocía los instantes, las caras, solo la voz, el castigo que apresaba y al mismo tiempo daba esperanza y consuelo. Ansiaba el abrigo de una tregua y sin fuerzas, perdí. Dejé que venciera. Acepté el camino impuesto, ya no existía nada más que lo que él deseaba, anhelaba o reclamaba sobre los actos que a partir de ahí cometería.
Anuló las emociones, descodificó mi alma y terminé convertida en lo que soy. Una de sus siervas. Una esclava encargada de que mi avaro señor Mammon nunca sienta la pérdida de sus riquezas, codicia de los tesoros de la tierra. Infinito brillo que no contiene misericordia.
