lunes, 24 de marzo de 2025

Delirio. Un amor viciado

 



‘‘¿cómo llamarte ahora, con qué nombre

—muerto de toda muerte,

sonrisa deserrada,

inviolado temblor que se desliza—,

si ya no queda nada más que arena?’’

Julia Prilutzky


 

Recuerdo la primera vez, está grabada en mi membrana como una escena a cámara lenta, mis vísceras nada más verte hicieron clic, por un instante pensé que estaba sufriendo un ataque de corazón, la angustia era tal, que tuve que sostenerme en aquel mugriento taburete.

Como un ser celestial que ha venido a este mundo a salvar al resto, entraste a ese bar, y yo fiel en creencia, ansié que escrutaras en mi dirección, porque sabía, lo supe, que en cuanto nuestros ojos se enlazaran, verías la conexión, que nos reconocerías como seres que han venido a este mundo a estar juntos. Pero no lo hiciste. Ayudaste a esa que te acompañaba a sacarse la chaqueta, lo que más me dolió, fue cuando le colocaste el pelo detrás de la oreja, ese acto íntimo desquebrajo otra pulsación que andaba enajenada.

Te observé tan fijamente que al final te diste por enterado, el bombeo era máximo, el resplandor bajo, nimio; apartaste la mirada y os marchasteis. ¿Qué viste? ¿Qué? La verdad, la convicción, el deseo que pulsaba entre dos cuerpos implorantes, almas viejas que en otra vida debieron ser profetizadas como únicas.

En esa ocasión, no me importó que renegaras, quizás me resquemó, pero adiviné que estaba a otro nivel, uno superior al tuyo, que debía de algún modo permitir que tomaras una pausa ante el desconcierto, para más tarde actuar acorde a los planes que estaban establecidos. No lo hiciste. Tampoco me preocupó, ahora que sabía quién eras, te seguía como un ser hambriento, conocía todo de ti, tus horarios, amigos, familia, y dónde vivías. Lo que sí me molestó es que continuaras con esa mujer. A cuentagotas ese lamento se iba multiplicando, las barreras que alzabas cada vez eran mayores, la distancia imperturbable; que me llegara una orden de alejamiento, fue lo que propició que rebosara un vaso repleto de condescendencia.

Ahora me perteneces, sigues sin entenderlo, veo en tus ojos angustia, recelo y desesperación, por la pérdida, por no descifrar cómo has llegado a éste, nuestro hogar, pero también sé que con el tiempo vislumbrarás que todo lo he hecho por amor. El nuestro. Llegará el momento, que el anhelo que siento se consumará, y entonces me mirarás con la misma necesidad que lo hago yo.

Hasta ese día, estaré custodiándote, compréndelo; este escenario es el único posible.

  

 

Hola, a todos.

Otro relato bastante truculento, continúo con la construcción de personajes criminales.

Cuidado, ;)

Mil gracias por vuestro cariño y apoyo.

Un montón de besos, y más abrazos. 


viernes, 21 de marzo de 2025

El fin de los días. El Mesías

 



‘‘El viejo mundo está muriendo y el nuevo aún lucha por nacer: ha llegado la hora de los monstruos.’’

Antonio Gramsci

 

Todo empezó con pequeños cortes de electricidad, duraban segundos a veces minutos, tintineaba y se desvanecía. Después nos adheríamos a la normalidad. No hicimos nada, los de arriba, los que gobiernan con promesas de un pueblo certero, insistían sin tregua que todo era normal, que no debíamos preocuparnos, así que la comodidad en la que residíamos nos anclaba a continuar bajo el manto de un silencio apaciguado.

Poco a poco iniciaron las mutaciones, pasamos de minutos a horas. Siempre me creí una persona desarraigada, desconectada más allá de cubrir las necesidades básicas, pero cuando las pierdes, cuando te las arrebatan, allí uno es consciente de que está acostumbrado a riquezas que no le da ningún valor, solo las extraña cuando desaparecen.

Aterrizó el día en el que nos negaron el agua corriente, la luz en ese momento la desconectaban sobre las 6 de la mañana y vacilabas al pensar si podrías usar de nuevo algún suministro. La comida empezó a ser un lujo no asequible a cualquier paladar, los saqueos, robos y angustia repoblaban aquella sociedad dormida. La brutalidad era la respuesta a ese silencio de inicio. Era un caos, habitábamos con dolor, temor de que te agredieran por una porción. Por simplezas que antes desechábamos como si no tuvieran valía, ahora en cambio, lo eran todo. Ya no servían las palabras, ni discursos de que todo iba bien, la comprensión se esfumó. La ira creció ante la inconsistencia de la indiferencia.

Para entonces seguía viviendo sola, pero el miedo es una llama que crece silenciosamente, posándose dentro como una enfermedad. Cerraba las puertas y ventanas con todo el mobiliario que todavía conservaba de los trueques que utilizaba para subsistir.

Entonces apareció, él, se hizo llamar el Mesías, y lo creímos, ante la desesperación uno quiere, se obliga a manifestar cualquier forma, verdades veladas, y ese hombre expresaba las palabras exactas. La radicalización fue inminente o te unías o eras el repudio, formando parte de ese estrado inalcanzable para la gente corriente. Y me soldé, no me quedaban fuerzas para batallar, tenía hambre, desesperación, vivía rodeada de una miseria que iba más allá de las carencias con las que me amparaba.

Lo seguimos como corderos, acabando en un paraje, despoblado y decrepito, hasta los animales habían renunciado a esta sociedad marchita. Éramos nómadas sin rumbo que se dejan llevar por el mensaje de prosperidad de un salvador. Creándose entre nosotros un lazo, uno que el tiempo fue cercando y haciendo imposible despedazar.

Han pasado muchos años o puede que no, el tiempo en este momento es relativo, en este hábitat salvaje los meses se contemplan como lustros, lo que sí sé es que me siento como una anciana, mi cuerpo, mi alma han envejecido en esta nada que nos envuelve y rebosa. El camino hasta llegar aquí fue arduo, muchas veces quise renunciar, volver a ese momento donde el horror y dolor atenazaban mi aliento, la incertidumbre a lo desconocido me hacía anhelar aquello que me era familiar, otras, como ahora, en estos pocos suspiros que me restan para decir adiós, doy las gracias.

Nunca dije nada, callé como una cobarde que nada tiene, pero si lo puede perder todo; siempre supe que no era un enviado, pero oré por y con él, le entregué todo lo que tenía por el bien común. Renuncié a cualquier objeto material e inmaterial, y lo agradezco, porque hoy, a las puertas de abandonar este escenario, mis ojos aun estando cansados, pueden vislumbrar un verdor que ciega y brama esperanza, y esta luz, ésta, nunca la podré olvidar.

 

 

Hola, a todos.

Conocéis al marciando: Miguel Pina, sí, verdad. Pues si entráis en su blog descubriréis una crítica esperanzadora, bonita de verdad, y es la incitadora para que escribiera estas cuatro letras.

Os dejo su crítica aquí: https://www.cineycriticasmarcianas.com/2025/03/wilding-el-regreso-de-la-naturaleza-del.html

Muchas gracias por vuestro tiempo.

Besos, y más abrazos.


sábado, 15 de marzo de 2025

Historias cruzadas. La purga

 


‘‘sólo la sed

el silencio

ningún encuentro 

cuídate de mí amor mío

cuídate de la silenciosa en el desierto

de la viajera con el vaso vacío

y de la sombra de su sombra’’ 


Alejandra Pizarnik

 

Miró en todas direcciones, quizás más tarde se arrepentiría. Demasiadas relaciones fracasadas, todas nacidas de la dependencia, para no sentir soledad, abandono, necesidad de formar parte de algo, de alguien. Una familia. De no ser más que un vago consuelo que se alimenta de desconfianza y se abriga en severidad. Exhaló, experimentó miedo, acecho de que los errores la recibieran, exigiéndole retorno. Estaba sola. Glorificó ese instante con un suspiro que le nació del alma y le dio fortaleza para continuar. Iba a coger un autobús que la dejara en la ciudad más cercana, más tarde cuando sintiera la seguridad de la lejanía, haría autostop.

Durante semanas había estado hurtando dinero por aquí y allí, pocas cantidades que no llamaran la atención, no quería arriesgarse, no podría soportar la falta de estima, un nuevo golpe supondría la pérdida definitiva.

Era una presa manipulable, fácil de manejar, no tenía donde ir, nunca lo tuvo; se fue de casa muy joven, diecisiete años recién cumplidos, con su novio, el inicio de cada traspiés, era amable, y la quiso, pero el primer insulto sonó a represalia, luego, todo lo que ocurrió floreció en el horror.

Y llegó Ernesto, cuando lo conoció era agradable, quizás algo mayor, pero la miraba como siempre deseó; con amor. En poco tiempo, todo cambió, controlaba y acaparaba cada movimiento, no le gustaba sus amigas, tampoco la forma en la que vestía, poco a poco fue dándole todo, restó aquello que pudiera ofenderlo. El amor duele. Los celos son puñales. <<Él me quiere>>. Así paulatinamente hasta quedar una sombra antepuesta a otra.

Por alguna razón no fue ella la que dio por finalizada aquella historia, la dejó en un terreno de las afueras, con el fraude de un proyecto, y ella quiso creerlo, verlo; una casita con jardín, puede que un huerto, niños, los distinguió y hasta los abrazó en la nostalgia de un posible, pero allí no había nada de valor, solo ella. Aguardó, mostrando lo bien amaestrada que estaba, repitiéndose entre temblores <<No me dejará >> No regresó.

De aquel pasado rememoró unas cuantas noches en un albergue, antes, pero, acabó en una comisaría para denunciar la desaparición. Por la matrícula lo encontraron borracho en un bar, eso le informó el agente. En su interior algo malo se engendró, que la culpaba de las malas decisiones y éstas se daban la mano con otras, y así, hoy, con treinta y dos años nació de sus peores elecciones; la mejor. 

El cambio no fue inminente, hay fases de duelo, en los que se regresa al primer escalón, subiendo y bajando con un vaivén de odio, repudio y victimismo. De querer volver a aquella estancia en la que se creía resguardada, y en momentos de debilidad anclarse a otro sujeto, sin rosto, ni promesas.

Y apareció Natalia, su compañera de piso, uno cochambroso, mezquino como las emociones en las que se ligaba, y volvió a concebir consuelo, anhelo, procedencia. Pero la desnutrición con el tiempo aporta otros sentimientos menos nobles, un odio visceral, un apetito vehemente nacido del desamparo.

 

—¡Rocío! Chica, haz ruido que un día me matas del susto.

—Perdona —Murmuró, pegándole una última calada al cigarro.

—¿Qué has dicho? ¡Bah! No importa. Deberías dejar de fumar, por las noches te escucho toser. Me preocupas…—no la dejó terminar.

—Sí, sí. Adiós.

—¡Eh! Estamos hablando —chilló mientras veía como ésta bajaba los escalones a toda prisa. Hacía meses que convivían y todavía no había conseguido mantener una conversación, era impenetrable. —Terminarás cediendo.

 

Lo hizo, cedió. Una golosina, una nota en el frigorífico <<Te he dejado macarrones. Espero que te gusten>>. Pequeños detalles que provocaban que las escamas en las que se protegía fueran cayendo lentamente. Le explicó sus miserias, y de repente se vio reflejada, comprendida, como si su vida no fuera tan distinta a la de otros. Como si el dolor pudiera comprenderse, compartirse. Los sentimientos empezaron a bifurcarse. Hasta que llegó el día, la prueba final. El desenlace.

 

—Tienes que ayudarme, te juro que no quería que esto pasara, tienes que creerme, pero no dejaba de atosigarme, de enviarme mensajes, aparecía en el trabajo, exigiéndome que volviera con él. La encargada ya me había avisado que si volvía me echaba, ¡recuerdas!, ¿recuerdas que te lo expliqué? Qué hago, Rocío, ¡tienes que ayudarme!

—Tranquila, dime qué ha pasado.

—No lo sé, se me ha ido la cabeza, es como si mi mente se hubiera desconectado, le veía mover los labios, pero no lo escuchaba, y algo dentro de mí se ha despertado, el rencor trepaba como una bola de repugnancia, no sé cómo ha sucedido, un segundo más tarde tenía entre las manos el gato del coche y…, solo podía pensar que perdería el trabajo y al otro estaba en el suelo rodeado de sangre. ¡Lo he matado! No quiero ir a la cárcel por ese malnacido, no lo merezco, tú sabes que no.

—¿Dónde está el cuerpo, Natalia?

—En el maletero. El coche está en el descampado. ¿Qué hacemos? —Se estremeció por la pregunta que sentenciaba lo que ambas sabían.

—Vamos a deshacernos del cuerpo.

 

 

A las pocas semanas, su compañera apareció con otro hombre, en los meses que le siguieron empezaron los problemas, al año, un nuevo cadáver. Esta vez fue Rocío quien apretó el gatillo.

 

—Cuando apareciste para el anuncio, supe que eras la indicada. Mi anterior compañera se rajó, ¿puedes creerlo? Una cobarde, nosotras somos diferentes, no volveremos a permitir que nos destrocen la existencia. Por cierto, el otro día en el pub conocí a un tío, me dijo que se llamaba Ernesto, ¿averiguamos si es tu ex?

 

Y así, simplemente con un nos que se proyectaba como una raíz, Rocío encontró la familia que siempre codició. 




Hola, a todos.

Hoy os traigo un relato largo. Así que, si habéis llegado hasta aquí, ¡MIL GRACIAS!

Y pedid tanda para la tortilla de patatas, me sale riquísima, y no lo digo yo, no, tengo pruebas que certifican mis palabras. ¿Algún notario en la sala? ;)

Un montón de besos, y algún que otro abrazo.



domingo, 9 de marzo de 2025

Perdón y culpa, el abrazo

 


''Entre los charcos

y las tristezas

de las aceras

hay alfombras

de hojas ocres

para mis pies cansados.

Hojas que evocan

y despiertan

otros otoños

cuando fantaseaba

con futuros hermosos

que luego nunca sucedieron.

Si pudiera

volvería a entonces

aunque fuera por unos minutos

y me daría un abrazo interminable.

Alfombras mágicas

de nostálgicas hojas ocres

para estos pies que tanto han caminado.''

TORO SALVAJE



Cada semana regreso a este parque, me quedo fijo, como una planta silvestre que en algún momento decidió echar raíces, escuchando gritos, risas, a veces si me quedo amarrado más tiempo del permitido, veo como Nacho me hace señales para que me una a los juegos, ahí es cuando se fisura el duermevela con el que contemplo la escena. 

La ilusión nos empobrece, empequeñece, como seres que han venido a este mundo a descubrirlo desde ángulos imperfectos, aristas que nos maltratan en el constante desdén. Amar, bello verbo, melodía que nos zambulle en el ideal de un adormecimiento. Y se regresa a la primera fragancia, el olor inconfundible de la seguridad. El tacto y suavidad con el que se ansiaba su reencuentro. De la existencia sin la pretensión del miedo. De un ahora que sin remordimiento busca sus razones. Y entregué, como debe ser, no en la lejanía contemplativa. Pero como un lazo invisible, también deserté, abandoné, viviendo en una continua bipolaridad de razón y sentimiento, fluctuando en ella con una facilidad no comprendida, ni tampoco requerida. Se me llamó egoísta en demasiadas ocasiones. Y, yo, cruel en raciocinio pregunté que era exactamente esa palabra, su significado, traicionando las explicaciones. La culpa.

Mis manos, como el espíritu, las fui moldeando a las necesidades primarias, llegué a ser el mejor amigo, el mejor hijo, el mejor amante, más tarde, el repudio. El encogimiento. Pero la juventud era la ventaja en la que vegetaba sin temor a que un nuevo día me la arrebatara, y lo hizo. No sé como sucedió, un día desperté y todo había cambiado.

Últimamente solo encuentro consuelo entre estos cuatro columpios, y rememoro con un anhelo que roza la locura los primeros amores, besos tiernos, desesperados. También el rechazo, la pérdida. Aquellos amigos que hoy no están. Todo ha quedado en simples avatares que se anclaron a la memoria.

Una vez leí que las personas con alzhéimer recuerdan más el pasado que el presente, la respuesta era metódica, aséptica, fría: simple en contexto, la enfermedad afecta la parte del cerebro responsable de los recuerdos recientes, en realidad creo que es porque el ayer siempre será más profundo, liviano, emotivo. Y de algún modo, aunque nos perdamos en este camino llamado vida, siempre nos quedará un ayer menos trémulo, más venerado.

Me casé joven, como se hacían las cosas en otra época que hoy se remonta prehistórica, el desgaste fue aflorando a la lentitud de un buen guiso, quizás podríamos haber dejado ese mal sabor de boca, ser francos, pero nos permitimos añadir más años a una ecuación que nunca tendría solución. Y en esa decadencia conocí a una mujer, era bella, risueña, ensalzaba cada parte que había quedado marchita. Cometí el error de no ser franco, valiente, menos humano. Y las perdí. Dañé la confianza de ambas, quebré la mía. 

Después de eso, peregrino en libertad, me envolví en otras tantas historias, a cuál menos certera, la dicha solo florecía en los instantes de éxtasis, del sueño de un posible. Luego, la suciedad nos impregnaba transitando en lo lúgubre de esta soledad.

Es la hora, al fin noto aquello que durante estaciones ha estado entumecido, ha llegado el momento de decir adiós. Hoy será la última vez que venga a este parque, y no porque deje de cobijarme en el recuerdo, más bien porque la penitencia, el castigo, ha terminado. Es la hora de decir adiós.

Tal vez solo sea un necio, pero en este despertar me anclo en la esperanza de un imposible, porque este viaje, éste, es a mí a quién corresponde abrazarlo. 


 

Hola, a todos.

Hoy traigo un relato duro o melancólico, lo sé, últimamente ando algo convulsa, así que mis letras me acompañan en sentimiento, pero espero que percibáis ese grito de esperanza, de volver a empezar. El ser humano tiene una asombrosa capacidad de anclarse y fortalecerse en la culpa, siendo muchas veces extremadamente verdugo consigo mismo.

Muchas gracias por vuestro tiempo.

Besos, y abrazos.