Recuerdo la primera vez, está grabada en mi membrana como
una escena a cámara lenta, mis vísceras nada más verte hicieron clic, por un instante
pensé que estaba sufriendo un ataque de corazón, la angustia era tal, que tuve
que sostenerme en aquel mugriento taburete.
Como un ser celestial que ha venido a este mundo a salvar al
resto, entraste a ese bar, y yo fiel en creencia, ansié que escrutaras en mi
dirección, porque sabía, lo supe, que en cuanto nuestros ojos se enlazaran,
verías la conexión, que nos reconocerías como seres que han venido a este mundo
a estar juntos. Pero no lo hiciste. Ayudaste a esa que te acompañaba a
sacarse la chaqueta, lo que más me dolió, fue cuando le colocaste el pelo
detrás de la oreja, ese acto íntimo desquebrajo otra pulsación que andaba enajenada.
Te observé tan fijamente que al final te diste por enterado,
el bombeo era máximo, el resplandor bajo, nimio; apartaste la mirada y os
marchasteis. ¿Qué viste? ¿Qué? La verdad, la convicción, el deseo que pulsaba
entre dos cuerpos implorantes, almas viejas que en otra vida debieron ser
profetizadas como únicas.
En esa ocasión, no me importó que renegaras, quizás me
resquemó, pero adiviné que estaba a otro nivel, uno superior al tuyo, que
debía de algún modo permitir que tomaras una pausa ante el desconcierto, para más
tarde actuar acorde a los planes que estaban establecidos. No lo hiciste.
Tampoco me preocupó, ahora que sabía quién eras, te seguía como un ser
hambriento, conocía todo de ti, tus horarios, amigos, familia, y dónde vivías. Lo
que sí me molestó es que continuaras con esa mujer. A cuentagotas ese lamento
se iba multiplicando, las barreras que alzabas cada vez eran mayores, la
distancia imperturbable; que me llegara una orden de alejamiento, fue lo que
propició que rebosara un vaso repleto de condescendencia.
Ahora me perteneces, sigues sin entenderlo, veo en tus
ojos angustia, recelo y desesperación, por la pérdida, por no descifrar cómo has
llegado a éste, nuestro hogar, pero también sé que con el tiempo vislumbrarás que todo lo he hecho por amor. El nuestro. Llegará el momento, que el anhelo
que siento se consumará, y entonces me mirarás con la misma necesidad que lo
hago yo.
Hasta ese día, estaré custodiándote, compréndelo; este escenario
es el único posible.
∞
Hola, a todos.
Otro relato bastante truculento, continúo con la construcción
de personajes criminales.
‘‘El viejo mundo está
muriendo y el nuevo aún lucha por nacer: ha llegado la hora de los monstruos.’’
Antonio Gramsci
Todo empezó con pequeños cortes de electricidad, duraban
segundos a veces minutos, tintineaba y se desvanecía. Después nos adheríamos a
la normalidad. No hicimos nada, los de arriba, los que gobiernan con promesas
de un pueblo certero, insistían sin tregua que todo era normal, que no debíamos
preocuparnos, así que la comodidad en la que residíamos nos anclaba a continuar
bajo el manto de un silencio apaciguado.
Poco a poco iniciaron las mutaciones, pasamos de minutos a
horas. Siempre me creí una persona desarraigada, desconectada más allá de cubrir
las necesidades básicas, pero cuando las pierdes, cuando te las arrebatan, allí
uno es consciente de que está acostumbrado a riquezas que no le da ningún valor,
solo las extraña cuando desaparecen.
Aterrizó el día en el que nos negaron el agua corriente, la
luz en ese momento la desconectaban sobre las 6 de la mañana y vacilabas al
pensar si podrías usar de nuevo algún suministro. La comida empezó a ser un
lujo no asequible a cualquier paladar, los saqueos, robos y angustia repoblaban
aquella sociedad dormida. La brutalidad era la respuesta a ese silencio de inicio.
Era un caos, habitábamos con dolor, temor de que te agredieran por una porción.
Por simplezas que antes desechábamos como si no tuvieran valía, ahora en cambio,
lo eran todo. Ya no servían las palabras, ni discursos de que todo iba bien, la
comprensión se esfumó. La ira creció ante la inconsistencia de la indiferencia.
Para entonces seguía viviendo sola, pero el miedo es una
llama que crece silenciosamente, posándose dentro como una enfermedad. Cerraba
las puertas y ventanas con todo el mobiliario que todavía conservaba de los
trueques que utilizaba para subsistir.
Entonces apareció, él, se hizo llamar el Mesías, y lo
creímos, ante la desesperación uno quiere, se obliga a manifestar cualquier forma,
verdades veladas, y ese hombre expresaba las palabras exactas. La
radicalización fue inminente o te unías o eras el repudio, formando parte de
ese estrado inalcanzable para la gente corriente. Y me soldé, no me quedaban
fuerzas para batallar, tenía hambre, desesperación, vivía rodeada de una
miseria que iba más allá de las carencias con las que me amparaba.
Lo seguimos como corderos, acabando en un paraje, despoblado
y decrepito, hasta los animales habían renunciado a esta sociedad marchita. Éramos
nómadas sin rumbo que se dejan llevar por el mensaje de prosperidad de un
salvador. Creándose entre nosotros un lazo, uno que el tiempo fue cercando y
haciendo imposible despedazar.
Han pasado muchos años o puede que no, el tiempo en este
momento es relativo, en este hábitat salvaje los meses se contemplan como
lustros, lo que sí sé es que me siento como una anciana, mi cuerpo, mi alma han
envejecido en esta nada que nos envuelve y rebosa. El camino hasta llegar aquí
fue arduo, muchas veces quise renunciar, volver a ese momento donde el horror y
dolor atenazaban mi aliento, la incertidumbre a lo desconocido me hacía anhelar
aquello que me era familiar, otras, como ahora, en estos pocos suspiros que me
restan para decir adiós, doy las gracias.
Nunca dije nada, callé como una cobarde que nada tiene, pero
si lo puede perder todo; siempre supe que no era un enviado, pero oré por y con
él, le entregué todo lo que tenía por el bien común. Renuncié a cualquier
objeto material e inmaterial, y lo agradezco, porque hoy, a las puertas de
abandonar este escenario, mis ojos aun estando cansados, pueden vislumbrar un
verdor que ciega y brama esperanza, y esta luz, ésta, nunca la podré olvidar.
∞
Hola, a todos.
Conocéis al marciando: Miguel Pina, sí,
verdad. Pues si entráis en su blog descubriréis una crítica esperanzadora,
bonita de verdad, y es la incitadora para que escribiera estas cuatro letras.
Miró en todas direcciones, quizás más tarde se arrepentiría.
Demasiadas relaciones fracasadas, todas nacidas de la dependencia, para no
sentir soledad, abandono, necesidad de formar parte de algo, de alguien. Una
familia. De no ser más que un vago consuelo que se alimenta de desconfianza y
se abriga en severidad. Exhaló, experimentó miedo, acecho de que los errores la
recibieran, exigiéndole retorno. Estaba sola. Glorificó ese instante con un
suspiro que le nació del alma y le dio fortaleza para continuar. Iba a coger un
autobús que la dejara en la ciudad más cercana, más tarde cuando sintiera la
seguridad de la lejanía, haría autostop.
Durante semanas había estado hurtando dinero por aquí y
allí, pocas cantidades que no llamaran la atención, no quería arriesgarse, no
podría soportar la falta de estima, un nuevo golpe supondría la pérdida
definitiva.
Era una presa manipulable, fácil de manejar, no tenía donde
ir, nunca lo tuvo; se fue de casa muy joven, diecisiete años recién cumplidos,
con su novio, el inicio de cada traspiés, era amable, y la quiso, pero el
primer insulto sonó a represalia, luego, todo lo que ocurrió floreció en el horror.
Y llegó Ernesto, cuando lo conoció era agradable, quizás
algo mayor, pero la miraba como siempre deseó; con amor. En poco tiempo, todo
cambió, controlaba y acaparaba cada movimiento, no le gustaba sus amigas,
tampoco la forma en la que vestía, poco a poco fue dándole todo, restó aquello
que pudiera ofenderlo. El amor duele. Los celos son puñales. <<Él me
quiere>>. Así paulatinamente hasta quedar una sombra antepuesta a otra.
Por alguna razón no fue ella la que dio por finalizada
aquella historia, la dejó en un terreno de las afueras, con el fraude de un
proyecto, y ella quiso creerlo, verlo; una casita con jardín, puede que un
huerto, niños, los distinguió y hasta los abrazó en la nostalgia de un posible,
pero allí no había nada de valor, solo ella. Aguardó, mostrando lo bien
amaestrada que estaba, repitiéndose entre temblores <<No me dejará
>> No regresó.
De aquel pasado rememoró unas cuantas noches en un albergue,
antes, pero, acabó en una comisaría para denunciar la desaparición. Por la
matrícula lo encontraron borracho en un bar, eso le informó el agente. En su
interior algo malo se engendró, que la culpaba de las malas decisiones y éstas se
daban la mano con otras, y así, hoy, con treinta y dos años nació de sus peores
elecciones; la mejor.
El cambio no fue inminente, hay fases de duelo, en los que
se regresa al primer escalón, subiendo y bajando con un vaivén de odio, repudio
y victimismo. De querer volver a aquella estancia en la que se creía resguardada,
y en momentos de debilidad anclarse a otro sujeto, sin rosto, ni promesas.
Y apareció Natalia, su compañera de piso, uno cochambroso,
mezquino como las emociones en las que se ligaba, y volvió a concebir consuelo,
anhelo, procedencia. Pero la desnutrición con el tiempo aporta otros
sentimientos menos nobles, un odio visceral, un apetito vehemente nacido del
desamparo.
—¡Rocío! Chica, haz ruido que un día me matas del susto.
—Perdona —Murmuró, pegándole una última calada al cigarro.
—¿Qué has dicho? ¡Bah! No importa. Deberías dejar de fumar,
por las noches te escucho toser. Me preocupas…—no la dejó terminar.
—Sí, sí. Adiós.
—¡Eh! Estamos hablando —chilló mientras veía como ésta
bajaba los escalones a toda prisa. Hacía meses que convivían y todavía no había
conseguido mantener una conversación, era impenetrable. —Terminarás cediendo.
Lo hizo, cedió. Una golosina, una nota en el frigorífico
<<Te he dejado macarrones. Espero que te gusten>>. Pequeños
detalles que provocaban que las escamas en las que se protegía fueran cayendo
lentamente. Le explicó sus miserias, y de repente se vio reflejada,
comprendida, como si su vida no fuera tan distinta a la de otros. Como si el
dolor pudiera comprenderse, compartirse. Los sentimientos empezaron a
bifurcarse. Hasta que llegó el día, la prueba final. El desenlace.
—Tienes que ayudarme, te juro que no quería que esto pasara,
tienes que creerme, pero no dejaba de atosigarme, de enviarme mensajes,
aparecía en el trabajo, exigiéndome que volviera con él. La encargada ya me
había avisado que si volvía me echaba, ¡recuerdas!, ¿recuerdas que te lo
expliqué? Qué hago, Rocío, ¡tienes que ayudarme!
—Tranquila, dime qué ha pasado.
—No lo sé, se me ha ido la cabeza, es como si mi mente se hubiera
desconectado, le veía mover los labios, pero no lo escuchaba, y algo dentro de
mí se ha despertado, el rencor trepaba como una bola de repugnancia, no sé cómo
ha sucedido, un segundo más tarde tenía entre las manos el gato del coche y…, solo
podía pensar que perdería el trabajo y al otro estaba en el suelo rodeado de
sangre. ¡Lo he matado! No quiero ir a la cárcel por ese malnacido, no lo
merezco, tú sabes que no.
—¿Dónde está el cuerpo, Natalia?
—En el maletero. El coche está en el descampado. ¿Qué
hacemos? —Se estremeció por la pregunta que sentenciaba lo que ambas sabían.
—Vamos a deshacernos del cuerpo.
∞
A las pocas semanas, su compañera apareció con otro hombre,
en los meses que le siguieron empezaron los problemas, al año, un nuevo
cadáver. Esta vez fue Rocío quien apretó el gatillo.
—Cuando apareciste para el anuncio, supe que eras la
indicada. Mi anterior compañera se rajó, ¿puedes creerlo? Una cobarde, nosotras
somos diferentes, no volveremos a permitir que nos destrocen la existencia. Por
cierto, el otro día en el pub conocí a un tío, me dijo que se llamaba Ernesto, ¿averiguamos
si es tu ex?
Y así, simplemente con un nos que se proyectaba como
una raíz, Rocío encontró la familia que siempre codició.
Hola, a todos.
Hoy os traigo un relato largo. Así que, si habéis llegado
hasta aquí, ¡MIL GRACIAS!
Y pedid tanda para la tortilla de patatas, me sale
riquísima, y no lo digo yo, no, tengo pruebas que certifican mis palabras. ¿Algún
notario en la sala? ;)
Cada semana regreso a este parque, me quedo fijo, como una
planta silvestre que en algún momento decidió echar raíces, escuchando gritos,
risas, a veces si me quedo amarrado más tiempo del permitido, veo como Nacho me
hace señales para que me una a los juegos, ahí es cuando se fisura el
duermevela con el que contemplo la escena.
La ilusión nos empobrece, empequeñece, como seres que han venido a este mundo a descubrirlo desde ángulos imperfectos,
aristas que nos maltratan en el constante desdén. Amar, bello verbo, melodía
que nos zambulle en el ideal de un adormecimiento. Y se regresa a la primera
fragancia, el olor inconfundible de la seguridad. El tacto y suavidad con el
que se ansiaba su reencuentro. De la existencia sin la pretensión del miedo. De
un ahora que sin remordimiento busca sus razones. Y entregué, como debe ser, no
en la lejanía contemplativa. Pero como un lazo invisible, también deserté,
abandoné, viviendo en una continua bipolaridad de razón y sentimiento, fluctuando
en ella con una facilidad no comprendida, ni tampoco requerida. Se me llamó
egoísta en demasiadas ocasiones. Y, yo, cruel en raciocinio pregunté que era
exactamente esa palabra, su significado, traicionando las explicaciones. La
culpa.
Mis manos, como el espíritu, las fui moldeando a las necesidades primarias, llegué a ser el mejor amigo, el mejor hijo, el mejor amante, más tarde, el
repudio. El encogimiento. Pero la juventud era la ventaja en la que vegetaba
sin temor a que un nuevo día me la arrebatara, y lo hizo. No sé como sucedió,
un día desperté y todo había cambiado.
Últimamente solo encuentro consuelo entre estos cuatro
columpios, y rememoro con un anhelo que roza la locura los primeros amores,
besos tiernos, desesperados. También el rechazo, la pérdida. Aquellos amigos
que hoy no están. Todo ha quedado en simples avatares que se anclaron a la
memoria.
Una vez leí que las personas con alzhéimer recuerdan más el
pasado que el presente, la respuesta era metódica, aséptica, fría: simple en
contexto, la enfermedad afecta la parte del cerebro responsable de los recuerdos
recientes, en realidad creo que es porque el ayer siempre será más profundo,
liviano, emotivo. Y de algún modo, aunque nos perdamos en este camino llamado vida,
siempre nos quedará un ayer menos trémulo, más venerado.
Me casé joven, como se hacían las cosas en otra época que
hoy se remonta prehistórica, el desgaste fue aflorando a la lentitud de un buen
guiso, quizás podríamos haber dejado ese mal sabor de boca, ser francos, pero
nos permitimos añadir más años a una ecuación que nunca tendría solución. Y en
esa decadencia conocí a una mujer, era bella, risueña, ensalzaba cada parte que
había quedado marchita. Cometí el error de no ser franco, valiente,
menos humano. Y las perdí. Dañé la confianza de ambas, quebré la mía.
Después de eso, peregrino en libertad, me envolví en otras
tantas historias, a cuál menos certera, la dicha solo florecía en los instantes
de éxtasis, del sueño de un posible. Luego, la suciedad nos impregnaba
transitando en lo lúgubre de esta soledad.
Es la hora, al fin noto aquello que durante estaciones ha
estado entumecido, ha llegado el momento de decir adiós. Hoy será la última vez
que venga a este parque, y no porque deje de cobijarme en el recuerdo, más bien
porque la penitencia, el castigo, ha terminado. Es la hora de decir adiós.
Tal vez solo sea un necio, pero en este despertar me anclo en
la esperanza de un imposible, porque este viaje, éste, es a mí a quién
corresponde abrazarlo.
∞
Hola, a todos.
Hoy traigo un relato duro o melancólico, lo sé, últimamente ando algo convulsa,
así que mis letras me acompañan en sentimiento, pero espero que percibáis ese
grito de esperanza, de volver a empezar. El ser humano tiene una asombrosa
capacidad de anclarse y fortalecerse en la culpa, siendo muchas veces extremadamente
verdugo consigo mismo.