Recuerdo la memoria del dolor, no físico, pero si el
residual el que quedó de él en mí.
Me desperté con un dolor agudo en el costado, me punzaba
tanto que no podía andar derecha e iba corvada, mi madre a primeras pensó que
era un simple dolor de barriga así que me dejó en un silloncito que teníamos en
la cocina para tenerme controlada. Era verano hacía calor. Pasé varias horas sin
ingerir alimentos por lo que intentó darme un poco de sandía. Las madres en
esas edades aunque no quieras algo te lo comes. Así que bueno, comí un par de
trozos (y que mal me sentaron) acabé vomitándolo todo. El malestar no amainaba
iba a más, cogió lo esencial y salimos las dos corriendo para urgencias, (yo
como una pequeña pozí).
Fue rapidísimo, llegar, palpar, operar.
Me pusieron en una contra sala al quirófano y la enfermera
me dijo, que quién quería que esperara conmigo antes de la intervención. En
esos momentos ya habían llegado mi padre y hermana, los veía a los tres a unos
metros mirándome con una cara, que hoy día la recuerdo y se me parte el
corazón. Pensé, ¡no es nada tranquilos! Que valientes son los niños cuando el
miedo aún no vive en ellos.
No pude escoger, nunca me ha gustado escoger, ¿Por qué razón
debemos escoger?
Así que la enfermera decidió por mí e hizo venir a mi madre.
Yo le dije, - mama ha sido ella, yo os quiero a los tres.
En un visto y no visto ya estaba en una sala fría con varias
personas afables, uno de ellos me dijo ahora deberás contar de diez a cero.
Solo llegué al siete, cuando desperté descubrí que la anestesia me sienta
fatal.
Bien, lo que quiero decir es que tenemos un enlace directo hacia
la memoria del dolor, se nos ancla muy dentro de nosotros. Puedo recordar cada
segundo de ese día pero apenas puedo recordar los días posteriores que pasé en
el hospital. Solo dos o tres momentos aislados, un peluche que me trajeron, un
paciente que andaba por allí y me decía que niña más valiente (supongo que por
el refuerzo positivo y porque en ese momento me creía invencible), pero no guardo
mucho más para poder contar.
Los malos momentos se aferran a nosotros, quedándose ahí,
perdurando en nuestra conciencia, sin permiso al desligo. Aunque creamos que
están superados, siempre regresan. Siempre. El fantasma del miedo ronda y de
vez en cuando nos recuerda aquello que tanto dolor nos provocó. Pero como
siempre, hay algo bueno en el camino y es que finalmente llega el día que te das
cuenta que debes aprender a convivir con él y por fin en cierta manera te
liberas.
La palabra sana, sea hablada o escrita. Desliga nudos, hace
florecer temores ocultos, que muchas veces nos hacen comportarnos de una manera
no correcta. Nos ayuda de una manera increíble, saca emociones malas, buenas,
inconexas.
Pero lo mejor de todo es que nos da libertad para sentir y ver.
Lo que nos hace mal, lo que nos da intranquilidad. Para más tarde cuando lo
exterioricemos sepamos seguir caminando. Sepamos seguir aprendiendo.
Escuchémonos.
Nota: El ejemplo que he puesto no es algo traumático,
simplemente es algo malo que me pasó siendo pequeña cuando lo más peligroso que
te podía pasar era… uy pero si no había nada peligroso, :)
Querida Irene. ¡Me encantó este texto tuyo!, es muy bueno y está poblado de perlas que en modo alguno pasan desapercibidas a la mirada o a la escucha. Elijo algunas de ellas: la valentía de los niños, el vínculo con el hecho de elegir, el enlace directo de la memoria hacia el dolor ( cuando esto se aplica a los pueblos es un ejercicio imprescindible para evitar repeticiones), lo sanador y liberador de la palabra en cualquiera de sus presentaciones, pero por sobre todo, escojo la palabra final. En ese “Escuchémonos” está resumido todo. Te mando un saludo afectuoso.
ResponderEliminarGracias de corazón José Ángel, ya te lo dije desde la página de google+, muchísimas gracias por el maravilloso comentario, me hace muy feliz.
EliminarLo importante es escuchar, los silencios son muy sabios. :)
Un fuerte abrazo.
Genial Irene. Me quedo con esa sencillez con que narras algo doloroso, me fundo en en todo lo que envuelve ser un niño, valiente, inocente. Me llevo, siempre lo hago ese Escuchémonos, por qué es la única forma de conocernos.... besitos mi niña.
ResponderEliminarGracias Maríjose, :)
EliminarSi conocernos y conocer que si observamos a los demás también aprendemos mucho para nosotros.
Muchos besitos!!!!!
Me has hecho recordar la apendicitis de mi hija menor...creo que me dolió más que a ella misma. Así es, amiga, los malos momentos no son fáciles de olvidar.
ResponderEliminarLo cuentas muy bien.
Abrazos
Ay vaya lo siento José,
EliminarQuería poner un ejemplo, en este caso un recuerdo negativo de la infancia que ha perdurado en mi vida, y que otros se han ido sin dejar huella. En este caso por la memoria del dolor.
Muchas gracias por estar, :)
Un abrazo.
Creo que no solo el dolor se graba a fuego en nuestra memoria, sino todas las cosas que nos impactan negativamente (a mí al menos me sucede) pero como bien dices hay que superarlas. Me ha encantado el párrafo en que describes poéticamente los dones que posee la palabra. Estoy contigo, escuchémonos!!
ResponderEliminarUna experiencia muy tierna la que has compartido con nosotros, Irene. Me ha traído recuerdos de mi propia operación de apendicitis a una edad muy similar. Ay bendita niñez!!
Muchos besitos y feliz jueves para tí!!
Si, todos los recuerdos negativos nos perduran, y hay que superarlos y si no se consigue aprender a vivir con ellos de la mano, como dos viejos amigos que se miran más de reojo que de cara, jeje!
EliminarMuchísimas gracias Julia, por pasar siempre y dejarme comentarios como este, :)
Muchos besitos!!!
Ha sido una interesante lectura. Primero remitiendo a los antecedentes que llevaron a esa operación, y luego con la memoria selectiva de aquel suceso, para finalmente rematarse el texto a través de una interesante reflexión.
ResponderEliminar¡Un saludo Irene!
Gracias José, :)
EliminarMe agrada que te haya parecido interesante la reflexión, quería enlazarlo con algo personal con un suceso verídico.
Muchas gracias por pasar y comentar.
Un abrazo!
Me ha encantado tanto el ejemplo como la reflexión. Tienes toda la razón. El dolor se nos queda pegado, y la verdad es que escribir siempre me ayuda a soltarlo. Que valientes son los niños cuando el miedo aún no vive en ellos... Genial. Un abrazo.
ResponderEliminar¡Y que valientes que son! ¿por qué se nos olvida a los adultos?
EliminarSi la palabra sana, qué me lo digan a mi, jajaja!
Benditas letras :)
Muchas gracias María.
Besos!