lunes, 24 de septiembre de 2018

El círculo del amor




Vacío mi alma y saboreo su nombre. Amapola. Ella. Hay días donde el recuerdo se presta al habla. Almaceno insignificantes momentos y otros que debí cercarlos quedaron escurridos en la ceguera del deseo adolescente.
Después de pasar varios años de su corta existencia dando tumbos de un lugar a otro, con una madre que confundía el amor de un hombre, con la necesidad de no sentirse sola. Ésta, finalmente, optó por renunciar al único amor verdadero que hallaría en su vida.
Todo el pueblo hablaba sobre aquello, es lo que suele pasar en las comunidades pequeñas, observar y criticar es más sencillo que admirar los errores propios. Prejuzgar antes si quiera que a uno lo señalen. La hija de Asunción después de tantos años había vuelto al pueblo y no a pedir ayuda o quizás a preocuparse de una mujer mayor que necesitaba ya de cuidados, sino que vino para abandonar a su hija. Se había enamorado, otra vez; y sentía celos de ésta.
Durante un tiempo ambas mujeres, abuela y nieta se desvanecieron. Asunción debía tener miedo de que en el pueblo las señalaran, pero no podían esconderse enteramente, así que al tiempo se descubrió. Sola, en un banco de la plaza, lugar que frecuentábamos los más jóvenes, nos observaba de reojo, pero el miedo infundado de los que se suponía que la querían le impedía relacionarse con el resto. No diré que fui yo el que propició el encuentro, nunca tuve esa clase de valor por el que a uno lo admiran. Fue mi hermano. Se acercó temblorosa, despertando en mí sentimientos que hasta la fecha desconocía, ternura y protección. Francisco al darse cuenta de su estado y para reconfortarla le apretó el hombro y de nuevo sentí otro extraño sentimiento, celos, de no ser yo el que la resguardara. Pocos días bastaron para que se integrara. Era bonita, dulce, portadora de una tímida sonrisa que cuando salía a relucir mostraba unos preciosos hoyuelos, símbolo de una niñez perdida.
En ese momento agradecí al destino y sus extrañas razones, a partir de allí nos hicimos inseparables, venía casi todas las tardes a casa, nos pasábamos horas sin hacer poco más que balancearnos en el columpio del jardín trasero, solos. Ahora que lo recuerdo, nunca supe más de ella que lo que mi madre le explicaba a mi padre, habladurías; de esas que guardan un halo de maldad a la par que lástima. Poco me importaba.
Entre silencio y silencio lanzaba pesarosos suspiros, fueron estos los que terminaron de adueñarse de mi corazón. La necesidad que se estaba despertando crecía con más voluntad. Tenerla cerca, oler el perfume que despendía, a flores, a piel limpia. Hizo que los largos meses que se sucedieron me descubriera expuesto, molesto. El letargo de la niñez se desvanecía. Amapola hizo que deseara, que la deseara. Pero no parecía darse cuenta de ello o no quería, yo por el contrario moría de ganas de mostrarle mis sentimientos, mi necesidad, el ciego y anhelante amor que me desequilibraba. Pero el miedo a una negativa, a perder aquello que simbolizábamos me impedía dar ese paso.
No hizo falta.
Una simple nota sellaría el futuro de ambos o quizás solo el mío. El encuentro fue rápido, precipitado, apenas guardo un digno recuerdo de aquella noche, donde la magia debería habernos alcanzado, yo era joven, muy joven. Ella también, pero en aquel arrebato se notaba más acostumbrada a lo que yo en ese momento le entregaba. No pude más que seguirla en aquella basta precipitación, avergonzado del poco control ofrecido, un reclamo del que no me arrepiento, pero del que sí debí intuir las señales, los mensajes contradictorios que enviaba.
Durante semanas no supe nada de Amapola, lo intenté, pero desapareció. Horrorizado creí lo peor, miles de conjeturas y desvaríos rondaban incesantes por mi cabeza: había sido poco cuidadoso, seguro que le habría hecho daño, me amonestaba y castigaba. En ese lapso de tiempo mi vida se convirtió en un infierno, no podía dormir, no sabía qué hacer, solo quería disculparme, verla. Saber de ella, confirmar que estaba bien. Estar a su voluntad. Le hubiese dado todo lo que era, si con ello podía ganarme su perdón y volver de nuevo a compartir todos aquellos silencios. 
El destino obró de nuevo sin que yo hiciera nada por contradecirlo y quizás concediéndome el reclamo que con tanta esperanza solicitaba. Una tarde apareció su abuela, me miró con desprecio y solo quiso hablar con mi madre. No pintaba nada, sentí que no era así que tenía mucho que decir. Si ella estaba allí, era a causa de los errores cometidos, yo podría yo… pero no se me permitió la entrada, simplemente se me dio una orden, la cual acaté.
Nos casamos, estaba embarazada. Nuestro matrimonio era una ilusión por mi parte, una reconciliación por la suya. Nunca más volvió a pasar lo de aquella noche, tenía miedo de volver a perderla, así que bajo el abandono escondí el abrigo del deseo, Amapola a su vez, se excusó con el embarazo o puede que en el despreció que sentía hacia mí. La culpa y el remordimiento es un pago demasiado alto.
No diré que aquello fue lo que esperé de un matrimonio, yo crecí en un hogar donde siempre existió el cariño y la muestra de él, por el contrario en el nuestro apenas se intercambian concisas palabra. Lo único que abracé con fuerza fue el regalo que me dio, mi hija. Me alimentaba del inmenso amor que sentía por ella, de la alegría de verla crecer, adoraba la viveza y consuelo que desprendía y mi alma se contentaba con aquello. Con el infinito afecto que completaba a mi solitario corazón. Era lo único que amedrantaba a esta efímera e insustancial existencia. Lo que no comprendía era porque nuestra hija no quería estar con su madre. Aquello fue lo que empezó a romper nuestra mentira, a ella, a nuestra pequeña Julia no podía culparla. Pero nunca se lo dije. Simplemente la distancia que había entre nosotros se amplió.
 



Los años pasaron. Durante una época quise creer que el tiempo curaría el error, que un día miraría a su hija y se enamoraría perdidamente de ella y quizás, solo quizás también lo haría de mí. Un sentimiento desesperado del que nunca se ha sentido querido, allí me encontraba. Frágil ante el inexistente atisbo de anhelo. Pero lo único que conseguimos fue alejarnos más. El yerro que sentí durante tanto tiempo se fue apaciguando y ante nosotros se manifestaron otros sentimientos, rencor y desconocimiento. En aquella etapa de descubrimiento al fin pude abandonar a la culpa. Empecé a darme cuenta de pequeños detalles, sonrisas que otros se ganaban y por el contrario las castas y ásperas miradas que a nosotros se nos ofrecía. Caricias veladas en escuetos saludos, que aguardaban más pasión del que nunca tuvimos. He de confesar que perdí el poco respeto que podía tenerle, odié los segundos de aire compartido y desprecié sentir que había sido una simplemente moneda, una oportunidad. Un iluso que creyó ser un monstruo.
Y el valor al fin me alcanzó.
—Amapola, tenemos que hablar. —Temblaba de miedo, pero esta vez no había ninguna mano que reconfortara. En realidad nunca la hubo.
—Ahora no puedo, he quedado que me recogería tu hermano, para llevarme… con tu madre. Ya sabes que los miércoles vamos al centro juntas.
—Hoy no irás.
—¿Perdona? —me miró después de meses sin hacerlo, con incredulidad, pero allí estaba, una mirada; lo que siempre deseé— No digas tonterías, me esperan.
—Hoy no irás —repetí— tenemos que hablar. Esto —nos señalé a ambos— no funciona, la realidad es que nunca lo ha hecho y ya no puedo seguir enamorado de una imagen proyectada, de esta mentira que hemos creado y de la culpa que me ha corroído durante diez años. Tú quisiste que aquello pasara, lo propiciaste. Nunca entenderé las razones ¿por qué? Dímelo.
—Tengo que irme, Fran me espera. —cogió el bolso a toda prisa, quería huir.
—¡No! —Grité y entonces lo supe, todo encajó. Todas sus sonrisas, sus palabras, sus gestos solo tenían un portador. Volví al pasado a aquellas tardes que venía a casa, las que creí que era por mí, los suspiros que lanzaba mirando hacia la casa. Todo se materializó. —Es de Francisco.
—¿El qué?
—La niñ… -No me dejó terminar.
—¿Qué? Cállate no digas eso. ¡Cállate!
Nunca comprenderé porque reaccioné con tanta tranquilidad, no entré en cólera ni arrebaté con todo lo que nos rodeaba, supongo que ante mí se liberó el remordimiento que tanto tiempo me había ahogado, por fin podía respirar y la condena de aquel niño que un día fui se apaciguó, se perdonó. Solo quería saber la verdad.
—¿Seguís viéndoos? —No contestó, pero su cara la delató.
—Dime entonces, ¿por qué no te casaste con él? ¿Por qué me engañasteis?
—Él… él no quería hacerse cargo y yo tenía miedo, ya sé lo que es vivir de un lado a otro, conformándote con cualquier cosa, y tú… tú me mirabas con añoranza, no podía, no quería…
—Entonces, solo se trataba de ti.
—Y el bebé, la niña merecía más de lo que yo tuve.
—¿Yo no merecía nada?
—Intenté quererte.
—No es verdad, no lo hiciste. ¿Por qué sigues con él?
—No fue inmediato, tardé meses en volver a aceptarlo. Pero es que yo, yo… le amo. —Ese fue el único momento en que la vi avergonzarse.
—Pero él no, te recuerdo que se casó con otra. —Fui cruel, pero la realidad era necesaria. Después de haber sido un peón, ni siquiera existía entre ellos algo que fuera real. Algo que merecería o justificara el dolor de otros.
—Sé lo que soy para él, pero igualmente lo acepto. —Le caían las lágrimas puede que por verse descubierta o porque todo ante ella se desmoronaba. Pero en ese punto solo veía que ya no era mi responsabilidad y lo sentía, pero durante todos estos años no tuvieron ningún reparo o lástima de lo que pudiera sentir.
Temí que esperara que todo siguiera igual, lo nuestro nunca existió y lo único que me importaba era la niña, mi hija, porque sí lo era, desde el momento en que me enteré del embarazo.
—Esto se ha acabado, si así me lo pides y por respeto a nuestra hija Julia, no explicaré las razones. Puedes ir a vivir y hacer con tu vida lo que quieras, pero no seguirás bajo este techo, tú lo has dicho; la niña merece más de lo que tú tuviste. Ahora eso sí, cuando veas a mi hermano dile que no quiero que volváis a acercaros a nosotros.
—¡Por favor! No digas eso, yo, lo haré mejor ahora. Cuidaré de ti y de la niña te lo prometo, pero no me dejes. —La realidad del futuro le sobrevino con ansiedad.
—¿Qué no te deje? ¿Cuándo hemos estado juntos? Una sola noche. De la que obtuve una penitencia de dolor e ignorancia, me hiciste creer que había cometido una atrocidad. Ya he pagado ese precio, Amapola. No estoy dispuesto a aceptar nada más. Pudiste decirme la verdad, no hubiera permitido que te quedaras sola. Pero tu elección fue someterme y maltratarme haciendo creer  lo peor. Y no solo eso, ¡joder! Es mi hermano. ¿Crees si quiera que quiera o pueda estar cerca de ti? Vete y te prometo que te seguiré respetando como la madre de Julia. Pero no te atrevas a pedir nada más. Nunca. —Se marchó.
No he vuelto a saber de ella, no se quedó en el pueblo, supuse que mi hermano se desquitó y la volvió abandonar a su suerte, para Francisco estar con Amapola nunca fue una opción. No le importó que ella lo antepusiera ante otros. Ante todo. Que su amor hacia él fuera de renuncia a los demás. No he vuelto a hablar con mi hermano, el egoísmo tiene diferentes capas, en él descubrí demasiadas, dudo que un día pueda perdonarlo. Nuestra hija dejó de preguntar por su madre a los pocos meses, los lazos que creó con ella fueron frágiles, nunca supo proveer y recibir amor. A veces me pregunto si es que no le enseñaron lo que significaba el amor, luego al revivir el tiempo que pasó con nosotros comprendo que confundió lo que éste simbolizaba. Por eso solo espero que allí donde esté, sepa cuidarse y valerse por sí misma. Ya no puedo guardarle rencor.
Han pasado muchos años, los recuerdos se entremezclan en este hoy, donde mi pequeña Julia cumple veintisiete años, es una mujer inteligente, independiente, amable y cariñosa. Estoy orgulloso de ver en lo que se ha convertido, pero sobre todo agradecido, porque ella, mi querida hija, ha roto ese círculo amargo donde el egoísmo residía con fuerza e imposibilitaba amar correctamente.
 

45 comentarios:

  1. Un relato devastador, mi querida Irene. Me ha emocionado y mucho, me has llegado con tu historia y las has hilvanado con los ingredientes justos para arrancar esas reflexiones y esos sentimientos que todos llevamos dentro.
    Te felicito, preciosa.

    Mil besitos para tu semana ♥

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    1. Muchísimas gracias por tus palabras, Auro.
      Me hace muy feliz saber que el relato te ha llegado.
      Un montón de besitos.

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  2. Hola Irene, has escrito un relato duro con una sensibilidad muy especial con el que a lo largo del mismo, has trenzado una historia en la que se consigue empatizar con este padre que es la mejor madre que hubiera podido soñar Julia. A veces pienso que en el nombre del amor se cometen muchas injusticias primando con ello al egoísmo individual en detrimento del amor universal.

    Un texto amargamente bello Irene, felicidades por el mismo. Besos.

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    1. Hola Miguel,
      Creo que a veces no sabemos lo que simboliza realmente el amor y eso nos hace comportarnos de forma incorrecta y egoísta. No es ninguna excusa, pero es un principio para comprender lo que estamos haciendo mal. A parte, que los patrones conductuales aprendidos desde niño son difíciles de romper.
      Siempre eres muy generoso, muchas gracias.
      Besos.

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  3. Romper el círculo,... eso es quizás lo más difícil. Me ha encantado no solo la historia, sino el "tempo" y el clima taníntimo que has logrado imprimir a la historia.

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    1. Totalmente de acuerdo contigo Norte, solemos repetir los errores de nuestros padres, así que romper con ese círculo es sin duda lo más difícil.
      Te agradezco muchísimo el comentario y lo que dices en él, todavía más.
      Un abrazo.

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  4. Hola.
    Uffffff qué relato tan duro. Supongo que a veces tendemos a imitar, la madre de Amapola antepuso a los hombres a su hija y ella hizo igual, no al principio porque buscó un pan B casándose con el hermano de su amor, pero sí lo hizo al final.
    Menos mal que él fue padre y madre auqnue fuese tío en realidad.
    Besos y me ha encantado el transcurso de la narración, me enganchó.

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    1. Hola Gemma,
      Para bien o para mal, aprendemos de nuestros padres, ellos son nuestra base, así que repetir conductas en cierta manera es lo normal. Suerte que Julia tuvo a su lado un padre que supo quererla sin anteponerla por nada, ni nadie.
      Muchas gracias por tu comentario, te lo agradezco.
      Un beso.

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  5. En la adolescencia se cometen muchos errores, cosa por otra parte lógica y natural, pero cuando se prolongan en el tiempo por culpa del egoísmo o de la cobardía, la vida se convierte en una condena.
    Unos personajes dramáticos que conviven con las consecuencias de sus propias decisiones y con las de los demás.
    Al menos, Julia, es una estupenda recompensa a tanta equivocación y tristeza.
    Triste relato pero muy creíble.
    Un besote, guapa.

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    1. La adolescencia es una época de búsqueda y descubrimiento, luego ya uno mirará atrás y dirá. ¿Por qué? Ay, qué tiempo más terrible, je, je. Pero uno ha de crecer, evolucionar y aprender de sus errores, no refugiarse en ellos. Y tampoco excusarse.
      Julia es sin duda el resultado del amor verdadero, el de su padre.
      Muchas gracias por tus palabras, Paloma.
      Un beso.

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  6. Amor, dolor, amargura, culpa, perdón... Un relato que encoge el corazón. Tremendo, Irene.

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    1. Muchas gracias, Marta.
      Agradezco que me digas todo lo que has sentido al leerlo.
      Un beso.

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  7. Si hay algo peor que vivir del engaño es que llegue un día en que tengas que arrepentirte, y ambas cosas suelen ir juntas. Si al error añadimos la consecuencia, la vida tiene que ser invivible.
    hay que tener cuidado con los errores que se cometen porque a veces el precio a pagar es demasiado doloroso.
    Trágico relato.
    Un beso.

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    1. También lo creo, Rosa. A veces las decisiones que se tomen tienen un precio que puede llegar a ser demasiado alto. Pero poco se puede esperar de lo que nazca de la mentira.
      Muchas gracias por tu comentario.
      Un beso.

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  8. El título es ideal Irene, un relato durísimo en que Amapola desde luego no se merecía a alguien tan bueno como el protagonista y es que hay personas que no saben aprovechar las buenas oportunidades que les da la vida y acaban dando tumbos siempre. En este caso de un error de adolescencia sí salió algo bueno que es ese amor por la niña. Espero que el protagonista y su hija consigan ser muy felices.
    Un beso

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    1. Muchísimas gracias por tus palabras, Conxita.
      Estoy de acuerdo contigo, sin duda, Julia fue la reconciliación y la comprensión del significado del amor.
      Un beso.

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  9. Primero decirte que elaboraste un relato como si de real se tratara y lo hubieras vivido de alguna forma, Irene, te felicito.

    En los pueblos se cuentan historias...otras que esconden secretos que si salieran a la luz de la calle, más de uno se espantaría. Has reflejado de maravilla muchos sentimientos que malinterpretamos y la causa no es otra que se desconoce el amor incondicional. De ahí el miedo a la soledad, al qué dirán al engaño. Ampararte en una persona noble que sabes que te quiere simplemente por no ser ¿criticada? Por suerte el miedo también puede ser de gran aliado si se sabe controlar, aún pasados diez años, el padre que quiso y cuidó de Julia tuvo el valor para enfrentarse con la verdad ante Amapola y zanjar algo pernicioso, ese "círculo del amor" tan mal entendido.

    Al final el destino escoge el mejor o necesitado momento para dar nuevas oportunidades.
    Me acordé de un refrán que va bien con mucha gente y más en lugares pequeños; "Vemos la paja en el ojo ajeno y no vemos la viga en el nuestro."

    Me ha encantado tu relato el cual lleva implícito valiosas reflexiones.
    Un abrazo enorme, amiga!!


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    1. Si sentiste que la historia era real, me siento más que gratificada por ello. Y muy, pero que muy feliz, de veras. La crítica o el qué dirán es atroz y es más fácil darla que recibirla, en las comunidades pequeñitas, como todo el mundo se conoce pues esos comportamientos son más visibles.
      Ese padre supo amar y también enseñarlo, :)
      Te agradezco cada palabra, Mila.
      Un beso enorme.

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  10. Bueno, bueno, Irene. El relato que nos compartes es un verdadero festival de emociones y sentimientos: Miedo, ira, deseo, esperanza, desengaño, amor, resentimiento, odio... Sería complicado enumerar todo lo que mueve a estos personajes. Y como todo buen relato nos los muestra, sin juzgar. Me resulta difícil no entender a Amapola o su madre o al narrador. Cada uno esclavo de su deseo y su inseguridad. Un lienzo muy humano, narrado con una gran intensidad. Enhorabuena, Irene!!

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    1. Después de leer tu comentario, la que está de festival soy yo. Muchísimas gracias, David, pero muchas.
      Sinceramente, a mí también me resulta difícil no entenderlos, no los justifico, pero sí que puedo comprenderlos.
      Un beso.

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  11. Una interesante historia de amor, renuncias, egoísmo y por que no decirlo también, de dispensas y rotura de karmas.

    A veces el primer gesto de amor que recibimos o que interpretamos como tal, es suficiente para despertar el deseo de amar por el simple hecho de sentir que a alguien no le somos indiferente, creo que por eso nació el amor de Amapola hacia Francisco, por esa manera de reconfortarla al tomarle los hombros, y a la que aunque se moría de ganas, su hermano (tu protagonista) no se atrevió.

    La indecision es el peor aliado en cuanto a las emociones sentimentales se refiere, me recuerda la famosa canción "El bardo".

    Ponerse en el lugar de Amapola, sin juzgar, quizás nos ayude a perdonar su actitud.

    Bravo Irene, te ha quedado de película el guion.

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    1. Creo que el amor se aprende con la mano más cercana, también sus conductas y formas; a partir de ahí cada uno irá creciendo y formándose, pero la primera base, la que marcará las primeras decisiones, esa está casi siempre aleccionada.
      Muchísimas gracias por tus palabras, Idalia.
      Un beso.

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  12. Que sorprendente relató, como va deshilandoce la mentira, camuflada bajo el ojo escudriñador de la oportunidad y la conveniencia. Tarde o temprano la verdad surge y a pesar del sufrimiento, esto conlleva a un reajuste de con el entorno y con uno mismo...Es un placer saludarte y leer tus escritos.

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    1. Raul, muchísimas gracias. Te agradezco que lo hayas leído y también el bonito detalle de comentarlo. Es un placer recibirte en el blog, estás en tu casa, vuelve siempre que te apetezca.
      Un abrazo.

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  13. Aunque el inicio y el desarrollo son tremendos, el final tiene un cierre digno, honesto, amoroso.
    Amapola salió a su madre en algún punto, no se supo amada por ella y tampoco pudo amar a su hija. La vida de esas dos mujeres parece volcarse hacia hombres que solo quieren estar de paso en sus vidas.
    El lector empatiza de inmediato con el protagonista y desea que rompa ese lazo existente solo en su cabeza y en su corazón. Cuando finalmente lo hace, queda la sensación agradable de que ahora su vida está en orden.
    Muy bien contado, mis felicitaciones, Irene.
    Besazos.

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    1. Qué bien lo has resumido Mirella, así es; Amapola simplemente repitió un patrón aprendido, no supo amar, pero tampoco supo recibirlo. Me ha gustado mucho que dijeras que es un cierre digno, ¡gracias!
      Te agradezco mucho tus palabras.
      Besos.

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  14. El egoísmo es una de las peores pasiones humanas. Es cierto que todos hemos sido egoístas en mayor o menor medida, pero siempre me ha sorprendido la capacidad de algunas personas para mentir a otras sin atisbo de culpabilidad, todo por salvaguardar su bienestar. Creo que los personajes de esta historia reflejan estas actitudes, pero también que es posible elegir la generosidad y que el amor (en este caso la hija del protagonista) es lo que nos termina salvando siempre.
    Un abrazo, Irene.

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    1. La mentira con el tiempo termina difuminada hasta que se descubre, no se gana nada con ella; solo perder. Y tienes toda la razón del mundo, el amor al final es lo que nos salva.
      Muchísimas gracias por tus palabras, Sofía.
      Un beso.

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  15. Un buen relato que no pasa desapercibido.Abrazo

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    1. Muchas gracias, Betty. Me halaga que opines eso.
      Un abrazo.

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  16. Una historia intensa cargada de amor, dolor y desprecio, aunque al final se hace justicia pues, por duro que sea, Amapola recibe, a mi juicio, el pago que merece por su conducta desleal. Desear a un hombre que se ha aprovechado de ella y no ha querido hacerse cargo de la criatura que ambos concibieron, seguir viéndolo menospreciando a quien, por el contrario, la ama, la respeta y se ha hecho cargo de una hija que, sin saberlo, no es suya, no es para sentirse orgullosa no ser una buena esposa y madre. En este relato veo una lucha de sentimientos y esas contradicciones que llenan la vida de muchas personas.
    Un abrazo.

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    1. No sé si es justo, Josep Maria, lo que sí terminó recibiendo es soledad. Un precio muy elevado. Y la pena, por la pérdida del amor de una hija que estoy segura que hubiera terminado por llenar una parte de su vacío. Gracias, tienes razón, estamos hechos de nuestras emociones y la lucha constante que tienen estas por salir.
      Muy agradecida por tu comentario.
      Un beso.

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  17. Hola, Irene.
    Acabo de leer tu fantástico relato.
    Es cierto que en él reflejas todo un abanico de emociones y sentimientos, pero me quedo con un final justo y feliz, de los que me gustan a mí.
    Te felicito.
    Un fuete abrazo

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    1. Muchas gracias Ana, si creo que el final es de aliento, muy necesario.
      Me alegro que te haya gustado.
      Un beso.

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  18. Saludos, Irene.

    Un relato desgarrador, aunque narrado con tanta finura que hace que quieras saber qué le deparará a los personajes que desfilan por tus letras. Me gustó mucho el final. Me gustó que el padre y la hija rompiesen la maldición del egoísmo familiar.

    Un abrazo.

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    1. Hola, Pedro.
      Gracias por tus palabras y sobre todo por decirme que te gustaría saber más, eso me anima muchísimo. El amor debía llegar o mostrarse, porque estar estaba, pero no como se lo merecían.
      Mil gracias de nuevo.
      Un beso.

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  19. Desde luego has sacado Irene todo un arsenal de sentimientos: el dolor, el vacío, el desamor, el egoísmo, el supuesto “amor verdadero” y, finalmente, el amor filial.
    Como bien dices, en una comunidad pequeña todo es más difícil, un macromundo expuesto a la crítica mediática con la lupa puesta en el condicionante del que dirán.
    Lo has contado desde la boca de un hombre, de un hombre bueno y paternal… que haberlos haylos 
    Un beso Irene.

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    1. Muchas gracias por tus palabras, Isabel
      Sé que andas un poco liada, así que agradezco mucho que te hayas pasado por aquí a leer el relato.
      Un beso enorme.

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  20. Duro y tierno a la vez. Logras describir lo mejor y lo peor que puede haber en una persona y lo hipócrita que puede ser la sociedad.
    Me encantó.
    Besito.

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    1. Muchísimas gracias, David.
      Me alegro que lo veas tierno, me quedo con eso.
      Un beso.

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  21. Hola, Julio David.
    Me encantaría saber qué es lo que leíste antes que este.
    Muchas gracias por comentar.
    Un abrazo.

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  22. Qué intensidad le has puesto, Irene, a la pintura de sentimientos que se despliegan en el contexto, para poner de relieve a los dos personajes principales que propones, y poner así en juego las innumerables facetas del amor. Tejes la historia con una trama inteligente de fuerte tensión en el conflicto en el cual los dos exponen sus heridas, y al final, dejas que la narración se deslice con un dejo de cariño en la figura de Julia rompiendo el círculo amargo.
    Un placer leer un relato tan bien contado.
    Un beso.
    Ariel

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    1. Qué comentario más generoso y bonito, Ariel.
      Gracias, pero muchísimas gracias. Estoy agradecida y muy feliz.
      Un beso.

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  23. Bravo Irene, enhorabuena. Me ha encantado. Es una historia muy visceral, muy bien contada y con mucha profundidad. Genial de principio a fin. ¡Un fuerte abrazo guapa! ; )

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    1. Mil gracias, Ramón.
      Y perdona que te lo agradezca tan tarde.
      Veo que ya has vuelto a publicar en el blog. Me alegro muchísimo, :)
      Un beso.

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