Vacío mi alma y saboreo su nombre. Amapola. Ella. Hay días
donde el recuerdo se presta al habla. Almaceno insignificantes momentos y otros
que debí cercarlos quedaron escurridos en la ceguera del deseo adolescente.
Después de pasar varios años de su corta existencia dando
tumbos de un lugar a otro, con una madre que confundía el amor de un hombre,
con la necesidad de no sentirse sola. Ésta, finalmente, optó por renunciar al
único amor verdadero que hallaría en su vida.
Todo el pueblo hablaba sobre aquello, es lo que suele pasar
en las comunidades pequeñas, observar y criticar es más sencillo que admirar
los errores propios. Prejuzgar antes si quiera que a uno lo señalen. La hija de
Asunción después de tantos años había vuelto al pueblo y no a pedir ayuda o
quizás a preocuparse de una mujer mayor que necesitaba ya de cuidados, sino que
vino para abandonar a su hija. Se había enamorado, otra vez; y sentía celos de
ésta.
Durante un tiempo ambas mujeres, abuela y nieta se
desvanecieron. Asunción debía tener miedo de que en el pueblo las señalaran,
pero no podían esconderse enteramente, así que al tiempo se descubrió. Sola, en
un banco de la plaza, lugar que frecuentábamos los más jóvenes, nos observaba
de reojo, pero el miedo infundado de los que se suponía que la querían le
impedía relacionarse con el resto. No diré que fui yo el que propició el
encuentro, nunca tuve esa clase de valor por el que a uno lo admiran. Fue mi
hermano. Se acercó temblorosa, despertando en mí sentimientos que hasta la
fecha desconocía, ternura y protección. Francisco al darse cuenta de su estado
y para reconfortarla le apretó el hombro y de nuevo sentí otro extraño
sentimiento, celos, de no ser yo el que la resguardara. Pocos días bastaron
para que se integrara. Era bonita, dulce, portadora de una tímida sonrisa que
cuando salía a relucir mostraba unos preciosos hoyuelos, símbolo de una niñez perdida.
En ese momento agradecí al destino y sus extrañas razones, a
partir de allí nos hicimos inseparables, venía casi todas las tardes a
casa, nos pasábamos horas sin hacer poco más que balancearnos en el columpio
del jardín trasero, solos. Ahora que lo recuerdo, nunca supe más de ella que lo
que mi madre le explicaba a mi padre, habladurías; de esas que guardan un halo
de maldad a la par que lástima. Poco me importaba.
Entre silencio y silencio lanzaba pesarosos suspiros, fueron
estos los que terminaron de adueñarse de mi corazón. La necesidad que se estaba
despertando crecía con más voluntad. Tenerla cerca, oler el perfume que
despendía, a flores, a piel limpia. Hizo que los largos meses que se sucedieron
me descubriera expuesto, molesto. El letargo de la niñez se desvanecía. Amapola
hizo que deseara, que la deseara. Pero no parecía darse cuenta de ello o no
quería, yo por el contrario moría de ganas de mostrarle mis sentimientos, mi
necesidad, el ciego y anhelante amor que me desequilibraba. Pero el miedo a una
negativa, a perder aquello que simbolizábamos me impedía dar ese paso.
No hizo falta.
Una simple nota sellaría el futuro de ambos o quizás solo el
mío. El encuentro fue rápido, precipitado, apenas guardo un digno recuerdo de
aquella noche, donde la magia debería habernos alcanzado, yo era joven, muy
joven. Ella también, pero en aquel arrebato se notaba más acostumbrada a lo que
yo en ese momento le entregaba. No pude más que seguirla en aquella basta
precipitación, avergonzado del poco control ofrecido, un reclamo del que no me
arrepiento, pero del que sí debí intuir las señales, los mensajes
contradictorios que enviaba.
Durante semanas no supe nada de Amapola, lo intenté, pero
desapareció. Horrorizado creí lo peor, miles de conjeturas y desvaríos rondaban
incesantes por mi cabeza: había sido poco cuidadoso, seguro que le habría hecho
daño, me amonestaba y castigaba. En ese lapso de tiempo mi vida se convirtió en un
infierno, no podía dormir, no sabía qué hacer, solo quería disculparme, verla.
Saber de ella, confirmar que estaba bien. Estar a su voluntad. Le hubiese dado
todo lo que era, si con ello podía ganarme su perdón y volver de nuevo a
compartir todos aquellos silencios.
El destino obró de nuevo sin que yo hiciera nada por
contradecirlo y quizás concediéndome el reclamo que con tanta esperanza solicitaba.
Una tarde apareció su abuela, me miró con desprecio y solo quiso hablar con mi
madre. No pintaba nada, sentí que no era así que tenía mucho que decir. Si ella
estaba allí, era a causa de los errores cometidos, yo podría yo… pero no se me
permitió la entrada, simplemente se me dio una orden, la cual acaté.
Nos casamos, estaba embarazada. Nuestro matrimonio era una
ilusión por mi parte, una reconciliación por la suya. Nunca más volvió a pasar
lo de aquella noche, tenía miedo de volver a perderla, así que bajo el abandono
escondí el abrigo del deseo, Amapola a su vez, se excusó con el embarazo o puede
que en el despreció que sentía hacia mí. La culpa y el remordimiento es un pago
demasiado alto.
No diré que aquello fue lo que esperé de un matrimonio, yo
crecí en un hogar donde siempre existió el cariño y la muestra de él, por el
contrario en el nuestro apenas se intercambian concisas palabra. Lo único que
abracé con fuerza fue el regalo que me dio, mi hija. Me alimentaba del inmenso
amor que sentía por ella, de la alegría de verla crecer, adoraba la viveza y
consuelo que desprendía y mi alma se contentaba con aquello. Con el infinito
afecto que completaba a mi solitario corazón. Era lo único que amedrantaba a esta
efímera e insustancial existencia. Lo que no comprendía era porque nuestra hija
no quería estar con su madre. Aquello fue lo que empezó a romper nuestra
mentira, a ella, a nuestra pequeña Julia no podía culparla. Pero nunca se lo
dije. Simplemente la distancia que había entre nosotros se amplió.
Los años pasaron. Durante una época quise creer que el
tiempo curaría el error, que un día miraría a su hija y se enamoraría
perdidamente de ella y quizás, solo quizás también lo haría de mí. Un sentimiento
desesperado del que nunca se ha sentido querido, allí me encontraba. Frágil
ante el inexistente atisbo de anhelo. Pero lo único que conseguimos fue
alejarnos más. El yerro que sentí durante tanto tiempo se fue apaciguando y
ante nosotros se manifestaron otros sentimientos, rencor y desconocimiento. En aquella
etapa de descubrimiento al fin pude abandonar a la culpa. Empecé a darme cuenta
de pequeños detalles, sonrisas que otros se ganaban y por el contrario las
castas y ásperas miradas que a nosotros se nos ofrecía. Caricias veladas en
escuetos saludos, que aguardaban más pasión del que nunca tuvimos. He de
confesar que perdí el poco respeto que podía tenerle, odié los segundos de aire
compartido y desprecié sentir que había sido una simplemente moneda, una
oportunidad. Un iluso que creyó ser un monstruo.
Y el valor al fin me alcanzó.
—Amapola, tenemos que hablar. —Temblaba de miedo, pero esta
vez no había ninguna mano que reconfortara. En realidad nunca la hubo.
—Ahora no puedo, he quedado que me recogería tu hermano,
para llevarme… con tu madre. Ya sabes que los miércoles vamos al centro juntas.
—Hoy no irás.
—¿Perdona? —me miró después de meses sin hacerlo, con incredulidad,
pero allí estaba, una mirada; lo que siempre deseé— No digas tonterías, me
esperan.
—Hoy no irás —repetí— tenemos que hablar. Esto —nos señalé a
ambos— no funciona, la realidad es que nunca lo ha hecho y ya no puedo seguir
enamorado de una imagen proyectada, de esta mentira que hemos creado y de la
culpa que me ha corroído durante diez años. Tú quisiste que aquello pasara, lo
propiciaste. Nunca entenderé las razones ¿por qué? Dímelo.
—Tengo que irme, Fran me espera. —cogió el bolso a toda prisa,
quería huir.
—¡No! —Grité y entonces lo supe, todo encajó. Todas sus
sonrisas, sus palabras, sus gestos solo tenían un portador. Volví al pasado a
aquellas tardes que venía a casa, las que creí que era por mí, los suspiros que
lanzaba mirando hacia la casa. Todo se materializó. —Es de Francisco.
—¿El qué?
—La niñ… -No me dejó terminar.
—¿Qué? Cállate no digas eso. ¡Cállate!
Nunca comprenderé porque reaccioné con tanta tranquilidad,
no entré en cólera ni arrebaté con todo lo que nos rodeaba, supongo que ante mí
se liberó el remordimiento que tanto tiempo me había ahogado, por fin podía
respirar y la condena de aquel niño que un día fui se apaciguó, se perdonó.
Solo quería saber la verdad.
—¿Seguís viéndoos? —No contestó, pero su cara la delató.
—Dime entonces, ¿por qué no te casaste con él? ¿Por qué me
engañasteis?
—Él… él no quería hacerse cargo y yo tenía miedo, ya sé lo
que es vivir de un lado a otro, conformándote con cualquier cosa, y tú… tú me
mirabas con añoranza, no podía, no quería…
—Entonces, solo se trataba de ti.
—Y el bebé, la niña merecía más de lo que yo tuve.
—¿Yo no merecía nada?
—Intenté quererte.
—No es verdad, no lo hiciste. ¿Por qué sigues con él?
—No fue inmediato, tardé meses en volver a aceptarlo. Pero
es que yo, yo… le amo. —Ese fue el único momento en que la vi avergonzarse.
—Pero él no, te recuerdo que se casó con otra. —Fui
cruel, pero la realidad era necesaria. Después de haber sido un peón, ni
siquiera existía entre ellos algo que fuera real. Algo que merecería o
justificara el dolor de otros.
—Sé lo que soy para él, pero igualmente lo acepto. —Le caían
las lágrimas puede que por verse descubierta o porque todo ante ella se
desmoronaba. Pero en ese punto solo veía que ya no era mi responsabilidad y lo
sentía, pero durante todos estos años no tuvieron ningún reparo o lástima de lo
que pudiera sentir.
Temí que esperara que todo siguiera igual, lo nuestro nunca
existió y lo único que me importaba era la niña, mi hija, porque sí lo era,
desde el momento en que me enteré del embarazo.
—Esto se ha acabado, si así me lo pides y por respeto a
nuestra hija Julia, no explicaré las razones. Puedes ir a vivir y hacer con tu
vida lo que quieras, pero no seguirás bajo este techo, tú lo has dicho; la niña
merece más de lo que tú tuviste. Ahora eso sí, cuando veas a mi hermano dile
que no quiero que volváis a acercaros a nosotros.
—¡Por favor! No digas eso, yo, lo haré mejor ahora. Cuidaré
de ti y de la niña te lo prometo, pero no me dejes. —La realidad del futuro le
sobrevino con ansiedad.
—¿Qué no te deje? ¿Cuándo hemos estado juntos? Una sola
noche. De la que obtuve una penitencia de dolor e ignorancia, me hiciste creer
que había cometido una atrocidad. Ya he pagado ese precio, Amapola. No estoy
dispuesto a aceptar nada más. Pudiste decirme la verdad, no hubiera permitido
que te quedaras sola. Pero tu elección fue someterme y maltratarme haciendo creer
lo peor. Y no solo eso, ¡joder! Es mi
hermano. ¿Crees si quiera que quiera o pueda estar cerca de ti? Vete y te
prometo que te seguiré respetando como la madre de Julia. Pero no te atrevas a
pedir nada más. Nunca. —Se marchó.
No he vuelto a saber de ella, no se quedó en el pueblo,
supuse que mi hermano se desquitó y la volvió abandonar a su suerte, para Francisco
estar con Amapola nunca fue una opción. No le importó que ella lo
antepusiera ante otros. Ante todo. Que su amor hacia él fuera de renuncia a los
demás. No he vuelto a hablar con mi hermano, el egoísmo tiene diferentes capas, en él descubrí demasiadas, dudo que un día pueda perdonarlo. Nuestra hija dejó de preguntar por su madre a los pocos meses, los lazos
que creó con ella fueron frágiles, nunca supo proveer y recibir amor. A veces
me pregunto si es que no le enseñaron lo que significaba el amor, luego al revivir el tiempo que pasó con nosotros comprendo que confundió lo que éste simbolizaba. Por eso solo espero que allí donde esté, sepa cuidarse y valerse por sí misma.
Ya no puedo guardarle rencor.
Han pasado muchos años, los recuerdos se entremezclan en este hoy, donde mi pequeña Julia cumple veintisiete años, es una mujer inteligente,
independiente, amable y cariñosa. Estoy orgulloso de ver en lo que se ha
convertido, pero sobre todo agradecido, porque ella, mi querida hija, ha roto
ese círculo amargo donde el egoísmo residía con fuerza e imposibilitaba amar
correctamente.
Un relato devastador, mi querida Irene. Me ha emocionado y mucho, me has llegado con tu historia y las has hilvanado con los ingredientes justos para arrancar esas reflexiones y esos sentimientos que todos llevamos dentro.
ResponderEliminarTe felicito, preciosa.
Mil besitos para tu semana ♥
Muchísimas gracias por tus palabras, Auro.
EliminarMe hace muy feliz saber que el relato te ha llegado.
Un montón de besitos.
Hola Irene, has escrito un relato duro con una sensibilidad muy especial con el que a lo largo del mismo, has trenzado una historia en la que se consigue empatizar con este padre que es la mejor madre que hubiera podido soñar Julia. A veces pienso que en el nombre del amor se cometen muchas injusticias primando con ello al egoísmo individual en detrimento del amor universal.
ResponderEliminarUn texto amargamente bello Irene, felicidades por el mismo. Besos.
Hola Miguel,
EliminarCreo que a veces no sabemos lo que simboliza realmente el amor y eso nos hace comportarnos de forma incorrecta y egoísta. No es ninguna excusa, pero es un principio para comprender lo que estamos haciendo mal. A parte, que los patrones conductuales aprendidos desde niño son difíciles de romper.
Siempre eres muy generoso, muchas gracias.
Besos.
Romper el círculo,... eso es quizás lo más difícil. Me ha encantado no solo la historia, sino el "tempo" y el clima taníntimo que has logrado imprimir a la historia.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo contigo Norte, solemos repetir los errores de nuestros padres, así que romper con ese círculo es sin duda lo más difícil.
EliminarTe agradezco muchísimo el comentario y lo que dices en él, todavía más.
Un abrazo.
Hola.
ResponderEliminarUffffff qué relato tan duro. Supongo que a veces tendemos a imitar, la madre de Amapola antepuso a los hombres a su hija y ella hizo igual, no al principio porque buscó un pan B casándose con el hermano de su amor, pero sí lo hizo al final.
Menos mal que él fue padre y madre auqnue fuese tío en realidad.
Besos y me ha encantado el transcurso de la narración, me enganchó.
Hola Gemma,
EliminarPara bien o para mal, aprendemos de nuestros padres, ellos son nuestra base, así que repetir conductas en cierta manera es lo normal. Suerte que Julia tuvo a su lado un padre que supo quererla sin anteponerla por nada, ni nadie.
Muchas gracias por tu comentario, te lo agradezco.
Un beso.
En la adolescencia se cometen muchos errores, cosa por otra parte lógica y natural, pero cuando se prolongan en el tiempo por culpa del egoísmo o de la cobardía, la vida se convierte en una condena.
ResponderEliminarUnos personajes dramáticos que conviven con las consecuencias de sus propias decisiones y con las de los demás.
Al menos, Julia, es una estupenda recompensa a tanta equivocación y tristeza.
Triste relato pero muy creíble.
Un besote, guapa.
La adolescencia es una época de búsqueda y descubrimiento, luego ya uno mirará atrás y dirá. ¿Por qué? Ay, qué tiempo más terrible, je, je. Pero uno ha de crecer, evolucionar y aprender de sus errores, no refugiarse en ellos. Y tampoco excusarse.
EliminarJulia es sin duda el resultado del amor verdadero, el de su padre.
Muchas gracias por tus palabras, Paloma.
Un beso.
Amor, dolor, amargura, culpa, perdón... Un relato que encoge el corazón. Tremendo, Irene.
ResponderEliminarMuchas gracias, Marta.
EliminarAgradezco que me digas todo lo que has sentido al leerlo.
Un beso.
Si hay algo peor que vivir del engaño es que llegue un día en que tengas que arrepentirte, y ambas cosas suelen ir juntas. Si al error añadimos la consecuencia, la vida tiene que ser invivible.
ResponderEliminarhay que tener cuidado con los errores que se cometen porque a veces el precio a pagar es demasiado doloroso.
Trágico relato.
Un beso.
También lo creo, Rosa. A veces las decisiones que se tomen tienen un precio que puede llegar a ser demasiado alto. Pero poco se puede esperar de lo que nazca de la mentira.
EliminarMuchas gracias por tu comentario.
Un beso.
El título es ideal Irene, un relato durísimo en que Amapola desde luego no se merecía a alguien tan bueno como el protagonista y es que hay personas que no saben aprovechar las buenas oportunidades que les da la vida y acaban dando tumbos siempre. En este caso de un error de adolescencia sí salió algo bueno que es ese amor por la niña. Espero que el protagonista y su hija consigan ser muy felices.
ResponderEliminarUn beso
Muchísimas gracias por tus palabras, Conxita.
EliminarEstoy de acuerdo contigo, sin duda, Julia fue la reconciliación y la comprensión del significado del amor.
Un beso.
Primero decirte que elaboraste un relato como si de real se tratara y lo hubieras vivido de alguna forma, Irene, te felicito.
ResponderEliminarEn los pueblos se cuentan historias...otras que esconden secretos que si salieran a la luz de la calle, más de uno se espantaría. Has reflejado de maravilla muchos sentimientos que malinterpretamos y la causa no es otra que se desconoce el amor incondicional. De ahí el miedo a la soledad, al qué dirán al engaño. Ampararte en una persona noble que sabes que te quiere simplemente por no ser ¿criticada? Por suerte el miedo también puede ser de gran aliado si se sabe controlar, aún pasados diez años, el padre que quiso y cuidó de Julia tuvo el valor para enfrentarse con la verdad ante Amapola y zanjar algo pernicioso, ese "círculo del amor" tan mal entendido.
Al final el destino escoge el mejor o necesitado momento para dar nuevas oportunidades.
Me acordé de un refrán que va bien con mucha gente y más en lugares pequeños; "Vemos la paja en el ojo ajeno y no vemos la viga en el nuestro."
Me ha encantado tu relato el cual lleva implícito valiosas reflexiones.
Un abrazo enorme, amiga!!
Si sentiste que la historia era real, me siento más que gratificada por ello. Y muy, pero que muy feliz, de veras. La crítica o el qué dirán es atroz y es más fácil darla que recibirla, en las comunidades pequeñitas, como todo el mundo se conoce pues esos comportamientos son más visibles.
EliminarEse padre supo amar y también enseñarlo, :)
Te agradezco cada palabra, Mila.
Un beso enorme.
Bueno, bueno, Irene. El relato que nos compartes es un verdadero festival de emociones y sentimientos: Miedo, ira, deseo, esperanza, desengaño, amor, resentimiento, odio... Sería complicado enumerar todo lo que mueve a estos personajes. Y como todo buen relato nos los muestra, sin juzgar. Me resulta difícil no entender a Amapola o su madre o al narrador. Cada uno esclavo de su deseo y su inseguridad. Un lienzo muy humano, narrado con una gran intensidad. Enhorabuena, Irene!!
ResponderEliminarDespués de leer tu comentario, la que está de festival soy yo. Muchísimas gracias, David, pero muchas.
EliminarSinceramente, a mí también me resulta difícil no entenderlos, no los justifico, pero sí que puedo comprenderlos.
Un beso.
Una interesante historia de amor, renuncias, egoísmo y por que no decirlo también, de dispensas y rotura de karmas.
ResponderEliminarA veces el primer gesto de amor que recibimos o que interpretamos como tal, es suficiente para despertar el deseo de amar por el simple hecho de sentir que a alguien no le somos indiferente, creo que por eso nació el amor de Amapola hacia Francisco, por esa manera de reconfortarla al tomarle los hombros, y a la que aunque se moría de ganas, su hermano (tu protagonista) no se atrevió.
La indecision es el peor aliado en cuanto a las emociones sentimentales se refiere, me recuerda la famosa canción "El bardo".
Ponerse en el lugar de Amapola, sin juzgar, quizás nos ayude a perdonar su actitud.
Bravo Irene, te ha quedado de película el guion.
Creo que el amor se aprende con la mano más cercana, también sus conductas y formas; a partir de ahí cada uno irá creciendo y formándose, pero la primera base, la que marcará las primeras decisiones, esa está casi siempre aleccionada.
EliminarMuchísimas gracias por tus palabras, Idalia.
Un beso.
Que sorprendente relató, como va deshilandoce la mentira, camuflada bajo el ojo escudriñador de la oportunidad y la conveniencia. Tarde o temprano la verdad surge y a pesar del sufrimiento, esto conlleva a un reajuste de con el entorno y con uno mismo...Es un placer saludarte y leer tus escritos.
ResponderEliminarRaul, muchísimas gracias. Te agradezco que lo hayas leído y también el bonito detalle de comentarlo. Es un placer recibirte en el blog, estás en tu casa, vuelve siempre que te apetezca.
EliminarUn abrazo.
Aunque el inicio y el desarrollo son tremendos, el final tiene un cierre digno, honesto, amoroso.
ResponderEliminarAmapola salió a su madre en algún punto, no se supo amada por ella y tampoco pudo amar a su hija. La vida de esas dos mujeres parece volcarse hacia hombres que solo quieren estar de paso en sus vidas.
El lector empatiza de inmediato con el protagonista y desea que rompa ese lazo existente solo en su cabeza y en su corazón. Cuando finalmente lo hace, queda la sensación agradable de que ahora su vida está en orden.
Muy bien contado, mis felicitaciones, Irene.
Besazos.
Qué bien lo has resumido Mirella, así es; Amapola simplemente repitió un patrón aprendido, no supo amar, pero tampoco supo recibirlo. Me ha gustado mucho que dijeras que es un cierre digno, ¡gracias!
EliminarTe agradezco mucho tus palabras.
Besos.
El egoísmo es una de las peores pasiones humanas. Es cierto que todos hemos sido egoístas en mayor o menor medida, pero siempre me ha sorprendido la capacidad de algunas personas para mentir a otras sin atisbo de culpabilidad, todo por salvaguardar su bienestar. Creo que los personajes de esta historia reflejan estas actitudes, pero también que es posible elegir la generosidad y que el amor (en este caso la hija del protagonista) es lo que nos termina salvando siempre.
ResponderEliminarUn abrazo, Irene.
La mentira con el tiempo termina difuminada hasta que se descubre, no se gana nada con ella; solo perder. Y tienes toda la razón del mundo, el amor al final es lo que nos salva.
EliminarMuchísimas gracias por tus palabras, Sofía.
Un beso.
Un buen relato que no pasa desapercibido.Abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias, Betty. Me halaga que opines eso.
EliminarUn abrazo.
Una historia intensa cargada de amor, dolor y desprecio, aunque al final se hace justicia pues, por duro que sea, Amapola recibe, a mi juicio, el pago que merece por su conducta desleal. Desear a un hombre que se ha aprovechado de ella y no ha querido hacerse cargo de la criatura que ambos concibieron, seguir viéndolo menospreciando a quien, por el contrario, la ama, la respeta y se ha hecho cargo de una hija que, sin saberlo, no es suya, no es para sentirse orgullosa no ser una buena esposa y madre. En este relato veo una lucha de sentimientos y esas contradicciones que llenan la vida de muchas personas.
ResponderEliminarUn abrazo.
No sé si es justo, Josep Maria, lo que sí terminó recibiendo es soledad. Un precio muy elevado. Y la pena, por la pérdida del amor de una hija que estoy segura que hubiera terminado por llenar una parte de su vacío. Gracias, tienes razón, estamos hechos de nuestras emociones y la lucha constante que tienen estas por salir.
EliminarMuy agradecida por tu comentario.
Un beso.
Hola, Irene.
ResponderEliminarAcabo de leer tu fantástico relato.
Es cierto que en él reflejas todo un abanico de emociones y sentimientos, pero me quedo con un final justo y feliz, de los que me gustan a mí.
Te felicito.
Un fuete abrazo
Muchas gracias Ana, si creo que el final es de aliento, muy necesario.
EliminarMe alegro que te haya gustado.
Un beso.
Saludos, Irene.
ResponderEliminarUn relato desgarrador, aunque narrado con tanta finura que hace que quieras saber qué le deparará a los personajes que desfilan por tus letras. Me gustó mucho el final. Me gustó que el padre y la hija rompiesen la maldición del egoísmo familiar.
Un abrazo.
Hola, Pedro.
EliminarGracias por tus palabras y sobre todo por decirme que te gustaría saber más, eso me anima muchísimo. El amor debía llegar o mostrarse, porque estar estaba, pero no como se lo merecían.
Mil gracias de nuevo.
Un beso.
Desde luego has sacado Irene todo un arsenal de sentimientos: el dolor, el vacío, el desamor, el egoísmo, el supuesto “amor verdadero” y, finalmente, el amor filial.
ResponderEliminarComo bien dices, en una comunidad pequeña todo es más difícil, un macromundo expuesto a la crítica mediática con la lupa puesta en el condicionante del que dirán.
Lo has contado desde la boca de un hombre, de un hombre bueno y paternal… que haberlos haylos
Un beso Irene.
Muchas gracias por tus palabras, Isabel
EliminarSé que andas un poco liada, así que agradezco mucho que te hayas pasado por aquí a leer el relato.
Un beso enorme.
Duro y tierno a la vez. Logras describir lo mejor y lo peor que puede haber en una persona y lo hipócrita que puede ser la sociedad.
ResponderEliminarMe encantó.
Besito.
Muchísimas gracias, David.
EliminarMe alegro que lo veas tierno, me quedo con eso.
Un beso.
Hola, Julio David.
ResponderEliminarMe encantaría saber qué es lo que leíste antes que este.
Muchas gracias por comentar.
Un abrazo.
Qué intensidad le has puesto, Irene, a la pintura de sentimientos que se despliegan en el contexto, para poner de relieve a los dos personajes principales que propones, y poner así en juego las innumerables facetas del amor. Tejes la historia con una trama inteligente de fuerte tensión en el conflicto en el cual los dos exponen sus heridas, y al final, dejas que la narración se deslice con un dejo de cariño en la figura de Julia rompiendo el círculo amargo.
ResponderEliminarUn placer leer un relato tan bien contado.
Un beso.
Ariel
Qué comentario más generoso y bonito, Ariel.
EliminarGracias, pero muchísimas gracias. Estoy agradecida y muy feliz.
Un beso.
Bravo Irene, enhorabuena. Me ha encantado. Es una historia muy visceral, muy bien contada y con mucha profundidad. Genial de principio a fin. ¡Un fuerte abrazo guapa! ; )
ResponderEliminarMil gracias, Ramón.
EliminarY perdona que te lo agradezca tan tarde.
Veo que ya has vuelto a publicar en el blog. Me alegro muchísimo, :)
Un beso.