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jueves, 28 de noviembre de 2019

Obra inacabada




Burbujeaste ante mí, exasperada por la atención que otros no quisieron darte. Oliste la desesperación que habitaba en este juego inmundo de necesidades. Y yo, yo, me presté a ti, poseíste mis actos, deslizándote tan adentro que apretabas y ahogabas. Disfrutabas al saber qué poder se te había entregado. Fiel siervo, perro enamorado de lo que solo podré decir que tocó miseria. Y es que te amé, nada más verte, lo hice. Qué iluso, pueril e insostenible tener que creer que después de tanto tiempo se dibujaría ante mí un borroso trazo, etérea apariencia en la que me anclé, a ella, a los dos. Arrastrándome al creer que lo habíamos logrado. Triste mezquindad. Pero erraste, no debiste traicionar el amor, el nuestro, podía, sí, lo hice, permitir tus juegos sucios, pero era solo por la cobardía de creer que sino pecaba me abandonarías, pero tu insano egoísmo erigió otros escenarios en los que no quisiste hacerme partícipe, no iba, no podía permitir que jugaras con otros como lo hacías conmigo, todo eso nos pertenecía, era nuestro vínculo, lo único de lo que me proveíste y me negué a soltarlo. Poco importaron tus suplicas, justificaciones, la verdad es que en ese momento te vi pequeña, me diste pena, repulsión, por el contrario, yo, quedé liberado, por una vez sentí cual era mi dictamen, el renacimiento del conocimiento. He de agradecértelo, sí, gracias a ti sé cuál es mi camino. Tú siempre serás la primera, la mejor, me reconociste en el momento exacto en el que todo empezó, lo comprendiste, el despertar de tu obra, la mía, y entonces sonreíste.  
 

 

Relato presentado en el: EL TINTERO DE ORO, concurso literario mensual.

jueves, 24 de octubre de 2019

El quebranto de Cayetana


Añoranza del pasado, incorpórea belleza. Sutilezas de otros tiempos. Retrospecciones que desencadenan plenitud en este hoy que se alimenta de los constantes cambios. Recuerdos capaces de emocionar y proporcionar alimento al espíritu. La pérdida. El ayer. Las preguntas que no tienen respuesta, que no prestan a la calma. Cayetana amó, pero no supo perder. En secreto admiraba todo aquel capaz de continuar con su vida, sin cuestionar las razones que los habían llevado a esa situación, en cambio ella solo deseaba volver atrás, descaminar sus pasos para revivir e intentar hacerlo mejor o quizás solo para sentir que importaba. De ahí los errores cometidos, lo que más tarde no tuvo que suceder.
 
―Mamá, este es el cuarto mensaje que os dejo en el contestador. Por favor, devolvedme la llamada. Es urgente, de verdad. Esta vez si lo es. Tengo, tengo… que daros una importante noticia. Sí, justo eso. Necesito, yo, yo… solo llamadme, ¿vale?
 
Pero esa llamada nunca obtuvo respuesta. Por más que insistió, por más mensajes que dejó, nunca le fue devuelta.
 
 

Día 11.
 
<<Es el momento>> <<Tengo que hacerlo>> <<De hoy no pasa>> Como un mantra, Cayetana se repetía esas frases una y otra vez. Llevaba sin saber nada de sus padres cerca de dos semanas, tampoco había logrado comunicarse con los pocos amigos que le quedaban. Después de su última relación, todo había ido a menos, con la partida de Emilio, llegó el fracaso. Por primera vez sintiéndose enamorada confió plenamente en sus sentimientos y en esa relación, era todo nuevo, intenso, ansiado y con una incomprensión desmedida fue agarrando todo lo que transcurría a su paso, no le importó renunciar a su esencia, a lo que representaba, tampoco a su mundo, en su mente solo visualizaba la cimentación de un conjunto, pero lo que no percibió, de lo que no se dio cuenta es que las bases de éste tenían una única dirección; él. Cuando ya no quedó nada de lo que ella simbolizaba, la relación fracasó. Quedando desolada, se alojó en la desconfianza de no verse capaz de creer en nada, en nadie, esa fue una de las razones que la llevó a apartarse de todo y todos. No fue inmediato, el proceso lento pero seguro en la que poco a poco se iba reconfortando en la tristeza hizo que estás emociones  se fueran sublevando, ganando terreno, hasta que llegó el momento en que no le permitieron seguir con su vida. Perdió el trabajo, uno del que tiempo atrás sintió orgullo, ya que empezó nada más terminar los estudios y con los años se ganó el respeto de sus superiores, alcanzando así un cargo de más responsabilidad. Los conocidos se fueron apartando, la primera etapa fue la pena y esta anduvo acompañada de consejos y comprensión, más tarde aconteció el rencor, ¿por qué seguía en aquella situación? Ya era hora de salir a flote, no era la primera relación que fracasaba. Cayetana lo sabía, pero ante la confusión no hallaba consuelo, solo desventura. Así que con el tiempo y para no tenerse que justificar fue cerrándose en un caparazón de desazón y ahogo. Construyéndose un mundo en el que coexistía la penumbra y la indiferencia, un lúgubre hogar a puerta cerrada del que pocos tenían permitido el acceso. 
 
Día 15.
 
<<Puedes hacerlo>> <<Hazlo>> Llevaba dos días intentándolo, agarrando con fuerza el bolso, como si este pudiera salvarla. Sin ingresos, el sustento dependía en gran parte de la bondad de sus padres y Maite, su mejor amiga de la infancia. Eran los únicos que todavía la tenían presente, los que la cuidaban y procuraban que no muriera de hambre. Pero llevaba muchos días que no podía contactar con ellos, y la vergüenza de su situación le impedía llamar a otros para pedir socorro. ¿Qué les diría? Que llevaba meses recluida en aquella casa, que tenía pavor a salir a la calle, y que la vieran, la juzgaran. No podía, ya había perdido demasiado. Lo único que le quedaba era la dignidad y su olvido. Así que allí estaba, camuflada en la valentía que no quería surgir, en el miedo atroz a afrentarse a la realidad y es que no podía salir, le era imposible. Pero no tenía alimentos, en su despensa apenas quedaba nada. ¿Cuántos días podía sobrevivir una persona sin comer? Si tuviera internet podría averiguarlo, así por lo menos certificaría el día y hora de su muerte. Pero, no; triste realidad en la que se amparaba. Había sido una mujer con proyecciones claras, capaz, desde el principio supo lo que quería estudiar, donde quería trabajar, unos padres generosos y amigos que creyó los mejores, su vida siempre había estado encauzada, era perfecta. No se reconocía. Y lo peor es que no podía culparlo a él, Emilio y su abandono, por más que quisiera señalarlo era ella la que se destruyó desde el principio y eso hacía que no fuera capaz de superar las mentiras, el egoísmo y la manipulación de los últimos tres años. Era un castigo a sí misma por permitir que la moldeara a su antojo y cuando ya no quedaba ni una brizna de su esencia, este se marchara alegando que no podía conformarse con tan poco. Darse cuenta, ser consciente de que todo lo que hizo solo tenía un propósito, que ella se lo permitió, fue el desencadenante que hizo que algo dentro de Cayetana se rompiera. Y ahora, ¿qué quedaba? ¿Quién era? No había siquiera partida a la que dirigirse. No podía hacerlo. Solo oscuridad. <<Mañana, sí; al día siguiente lo volveré a intentar>>
 
Día 18.
 
Lo sabía. Cogió el teléfono, dejaría el último mensaje a sus padres. Sentía cercano su final. Le dolía y notaba como el aire que inhalaba era el último. La pesadez de sus miembros, el adormecimiento de pensamiento era el aviso de que el final cercaba sobre ella. Intentó marcar el número, pero fue incapaz, no lo recordaba, era como si su mente también fuera consciente de que ya no había continuidad. La culpabilidad de pronto la afrentó, sus padres, ellos siempre la habían querido, sin límite, sin importar cuantos errores había cometido, el perdón era anclado por su amor. Por más que lo probó, no pudo. <<¡No! Ellos se merecen más de mí>> Con ese pensamiento se arrastró hacia la puerta, gastando los últimos vestigios de energía para pedir ayuda, pero no tenía fuerzas y por más que lo intentaba, no  lo conseguía. Era imposible, moriría allí como una cobarde que se había dejado vencer por el miedo, recluida en su propia cárcel imaginaria, esas paredes que en otra época la habían visto reír ahora se alejarían de ella con pena e incomprensión.  <<¡No!>> No podría despedirse, no les diría cuanto lo sentía. La inmensidad de ese hecho fue el que le proporcionó el último impulso, al ponerse en pie, abrió y salió.
 
―¡Hija! ¡Hija! Por fin. Cogedla, cogedla. Por dios, ¡Juan! Llamad a una ambulancia, ¡rápido! Tranquila pequeña estamos contigo. Todo irá bien.
 
Acunada en los brazos de su madre, miró por última vez hacia su celda y con hilo de voz dijo. ―Sacadme de aquí, yo, yo no quiero volver. No quiero.
 
―No lo harás cariño, llevamos días esperando a que salieras. Pobrecita mi niña, lo siento tanto, siento que no hayamos hecho nada, pero tenías que ser tú quien abriera esa puerta. Ahora eres libre.
 

 
 

sábado, 14 de octubre de 2017

El mercader



Epifanía tenía un reino para ella sola, uno que heredó siendo muy niña. Recibido por aquel tipo de leyes sin ley que se encarga de delimitar el linaje por sangre. ¡Qué distinguida aberración lograr algo sin merecerlo! Pero hay circunstancias en el que uno nace con estrella y ésta permite el poder sin lucha ya que es del todo innecesaria. No era una reina justa, más bien una aburrida y en su bostezo habitaba un trasfondo de crueldad del cual comparecía con gran maestría.

―Epifanía, no cree que debería ser un poco más, a ver cómo decírselo mi querida ilustrísima señora, ¿benevolente?— Le dijo la criada que para su desvergüenza la había criado desde niña.

―No, no lo creo. Lo único que sé es que ellos están aquí para distraerme y si no lo logran sintiéndolo mucho haré que se esfumen.― Pero la realidad es que no sentía nada de todo lo que decía, no había más que ver el empadronamiento de la villa en la última década habían desaparecido cientos de ellos.

Margot que así se llamaba la criada gozó de una impunidad no merecida, la adquiría a base de mantener feliz a su señora, ofreciéndole todo lo que le pedía y hasta disfrutaba de las aberraciones cometidas, eso sí, a sus ojos se comportaba como una auténtica beata. 
 
―¡Oh, mi señora! ¿No podría apretar menos la soga? Creo que el aire empieza a no llegarle correctamente a los pulmones.― Comentó deleitándose con el macabro espectáculo.

―Siempre tan dispuesta a cuidar de otros. Se olvida que ellos están aquí para mi disfrute, pero tiene razón. Dejad que respire, no quiero que muera antes de tiempo.

Así fueron sucediéndose los tiempos, donde las atrocidades se sumaban a pares. Ningún reino vecino se atrevió a intervenir por miedo a futuras represalias, conocían bien de lo que era capaz Epifanía y todo aquel que estuviera bajo su mando. El temor les hizo comportarse de la forma más cobarde. 
 
 
 

Un día apareció un mercader que gritaba a unos y otros <¡Destellos cristalinos! Cómprenlos y descubrirán su belleza interior> El rumor de las maravillas que decían que tenía aquel extraño cristal llegaron a los oídos de Epifanía, por lo que ordenó que lo llevarán ante ella. 

―Mi señora…

―¡Habéis tardado muchísimo!― Le cortó― ¡Esto es una vergüenza!

―Pero si solo hace cinco minutos que salí de la sala― Contestó nerviosa la criada, empezaba a perder el poco poder que tenía en la mente de su señora.

―¡Tonterías! ¡Que no se repita! Acérquese quiero verlos.

―Mi nombre es Cristóbal, provengo de unas de las familias…

―¡He dicho que quiero verlos!

―Pero debo advertirla…

―Como vuelva a abrir la boca haré que le corten la lengua, así que muéstremelos, ¡Ya!
 
Lo que el Mercader quería revelar era el poder que poseía, ya que con solo posar los ojos éste buscaba la belleza interior, y si no la encontraba acababa convirtiéndote en una figura de cristal.

Por suerte sucedió lo esperado. Y con él, un final feliz.
 
 
Relato que presenté en la Comunidad: Escribiendo que es gerundio <Palabras obligatorias>

 

jueves, 5 de octubre de 2017

La secuencia de Marta



La primera vez que la vi lo supe. Fue un flechazo, no hubo palabras, no hicieron falta. Algo dentro de mí se despertó con una fuerza desesperada y desde ese momento, la necesité. Ella no se dio cuenta tan pronto o quizás no quiso hacerlo. Pero la verdad es que poco importaba, el hambre que yo sentía era más fuerte que la poca predisposición que ella pudiera poner. Coleccioné todo de Marta, sus gestos se convirtieron en el fetiche de nuestra relación. El que más me gustaba era su extraña forma al sonreír. Cuando algo le agradaba fruncía el labio de una manera muy peculiar, si no la conocías ese tic podía parecer otra cosa y luego llegaba aquella preciosa y amplia sonrisa. Mi sonrisa. Porque todo de ella era mío, desde entonces y para siempre. Ya había habido otras, pero ninguna igual. Lo sabía, no tenía dudas. 

Coincidíamos en la cafetería del centro comercial cercano a su casa. Marta pedía un té con leche, yo un café largo. Ella leía un libro, yo escribía en mi libreta todo lo que quería hacerle. Aquellos silencios eran agradables, en aquel momento compartir toda esa intimidad hacía que me sintiera completo, no podía pedir más. Y sabía que ella sentía lo mismo, se la veía relajada, feliz.

Al tiempo hubo pequeños cambios, la moda animalista llegó con fuerza y permitieron la entrada de mascotas, me pareció una desconsideración para los clientes habituales, pero aun así seguimos yendo cada tarde. Hasta que lo descubrí, me lo había estado ocultando y no me lo mostró hasta entonces, tenía un perro. Un perro. Soy alérgico al pelo de esos animales y ella debía haberlo sabido, yo conocía todo de nosotros, por el contrario Marta me había estado escondiendo a esa cosa. No me gustó, no podía consentir secretos entre nosotros. Todas las relaciones fracasan con la mentira y la nuestra desde ese momento dejó de ser tan idílica, me había fallado. Intenté acercarme para mostrar el desagrado que sentía, pero me ignoró, como siempre que intentaba que profundizáramos. Esa desconsideración fue la que lo desencadenó todo.

No podíamos compartir asiento en la barra, cada vez que me acercaba empezaban los picores y estornudos, entonces ella me miraba sin comprender que hacía yo allí. Ya no existían los silencios ni la intimidad, los tenía con ese animal que estaba alejándonos de nuestro maravilloso idilio. No podía permitirlo, no podía dejar que todo lo que habíamos creado terminara de esa manera, toda la culpa la tenía ese asqueroso chucho. Así que aquella tarde decidí no ir a nuestro templo, esperaba que me echara de menos tanto como yo lo hacía, con la misma desesperación. Al salir del trabajo la esperé durante horas en la puerta de su casa, allí sentado, en el primer escalón. Medité como arreglar todo lo que se había roto, apareció y nada más verme lo supe. Su cara no era placida, tenía un punto de terror en la mirada que paradójicamente en vez de molestarme, me excitó.

―Hola cariño, te estaba esperando.

―¿Cariño? Disculpe, usted… ¿Lo conozco? Un momento, sí, es, es… ¿No es el de la cafetería? ¿Qué hace aquí? Quiero decir, ¿cómo sabe dónde vivo? ¿Qué hace aquí? ¿Qué…?

Divagó y me preguntó tantas cosas a la vez, se la notaba nerviosa y eso para mis ojos la convertía en alguien más exquisito. El pánico rondaba sus facciones, el rictus de su sonrisa era frío y distante y yo necesitaba que me recibiera como merecía, quería ver el fruncido. Mi sonrisa. Empecé a alterarme y cuando eso pasa no soy la persona encantadora que tanto la deseaba, me convertía en un hombre peligroso y cruel.

―¿Así vas a recibirme? ¿Así?― Exigí humillado y despreciado.

―Pero, pero… es que no sé qué hace aquí. No lo conozco. Mire lo mejor es que se marche, por favor, váyase y le prometo que no llamaré a la policía, ¿de acuerdo?

―¡A mí no me hables así! ¿Cómo te atreves si quiera? Llevamos meses juntos, compartimos cada puta tarde.

Empecé a descontrolarme y lo notaba por como me miraba, con miedo, sí, con terror y angustia y ya no podía hacer nada, solo hacerla mía. Todo lo que había apuntado en la libreta, todo lo que había deseado hacerle, esa noche era nuestro momento, no teníamos más opciones. Debió notar el cambio, las respiraciones mudaron, la urgencia crispó en el aire allanando el cercano desenlace. Y entonces cometió la peor decisión de su vida, huir de mí. Es cuando el juego empezó, dejó de ser mi amada para convertirse en mi presa. 
 

Tres días más tarde.

―Señor Fernández, disculpe, quería comentarle que quizás la idea de traer mascotas a la cafetería no es buena idea. Desde que instauró la nueva norma muchos de los clientes fijos han ido fallando. Por ejemplo, se acuerda de aquella pareja tan extraña, la que llegaba junta pero no se dirigía la palabra en ningún momento, pues él hace cuatro días que no aparece y hoy será el tercero para ella. Señor Fernández, ¿me está escuchando?

―¡Dios mío, chico! Lee esta noticia.

<El asesino en serie apodado el Fetiche ha atacado de nuevo. A primera hora de esta mañana en la Comisaría Central han recibido una carta anónima, ésta informaba de la localización del cuerpo. Varios Agentes de la Ley se han personado en el Parque del Estanque para comprobar que la información recibida era certera. Allí efectivamente han encontrado el cuerpo sin vida de Marta Gutiérrez Barrobes, de 28 años. El modus operandi confirmaría que podría tratarse del Fetiche, siendo para este vil asesino su cuarta víctima. Las condiciones en las que han hallado el cuerpo han sido desoladoras para la familia. Los Agentes solicitan cualquier tipo de información de la que se disponga, exigen máxima colaboración ciudadana. Por ahora lo único que se conoce y así lo han confirmado familiares y amigos, es que la víctima no tenía pareja estable…>

―Es la chica, es ella… ¡La de la fotografía es ella!

―Llama a la policía, ¡debemos avisarlos! ¡Ahora mismo!  
 
Relato presentado en el: , concurso literario mensual.


jueves, 28 de septiembre de 2017

El minutero

 


Custodia del cruel abrazo. Imberbes sentimientos se descubren sosteniendo aquella mano que nunca dio alimento. Caricias superfluas, necesitadas de una estima que no recibieron. La palabra amor se engrandece entre miseria y culpa, admitiendo cada golpe recibido con vergüenza. Pero esperan, esperan, anticipándose a su desenlace. No existen mentiras, el alma sabia conoce la verdad. Acecha entre inquinas, palabras muertas, promesas delicadas. La perspectiva se contempla feroz, inhumana, solitaria.  

Y allí entre residuales, mota a mota percibe luz, cortejo esperado, minuto vencido, perdón inminente. La manecilla inicia de nuevo. No precisa de trucos, la costumbre ya es dueña. Las partes aguardan sólidas, estáticas, perpetuas, contemplando la desagradable escena. Carne desnutrida, mutismo que desboca en avaricia, ventanas cerradas, la luz ha partido. Suspiros cifrados, conversaciones malgastadas, personalidad calcinada. La huida no marca este camino, solo una mano es su historia, la vencedora de un pasado capaz de aislar la custodia del cruel abrazo.


Microrrelato que presenté en la Comunidad de Relatos Compulsivos.
 

miércoles, 2 de agosto de 2017

La canción





Otra vez, aquí. Merodeadores.
Acechando con un sigilo impredecible, creen que no sé que me observan, que no los presiento, cercanos, contradictorios, crueles. Repitiendo esa maléfica canción, la que me había hecho creer que tenía el derecho a olvidarlos, que al fin podía permitir no tenerlos tan presentes. Pero no, me lo hacen saber. El tiempo ni perdona, ni olvida. Me reconocen, siempre me reconocen y regresan a mí, sin perdón, sin excusas, sin palabras.
Es entonces cuando el silencio grita y su peor momento aguarda en la noche. No descanso, los viejos trucos ya no sirven, hace tiempo que dejaron de funcionar, lamparilla, televisor, voz baja, no, ellos están ahí. Espectadores entre las sombras, curiosos en la desgracia que andan paleando. Susurran, rechinan, no tengo derecho a olvidar y yo me rindo, les cedo este pulso que creí haber ganado.
Es entonces ante la agonía que me destruye que remuevo, dando un giro a esta miseria en la que estoy envuelta, ¡Detente!, ¡Detente! Es imposible, no quieren.
Lo permito, cojo el camino fácil y ganan, de nuevo me someto ante ellos. Y las veo entre la oscuridad, las diviso a ellas, a sus sonrisas tétricas cargadas de carcoma pestilente. Porque lo saben, tienen el poder, siempre lo tendrán. Soy parte de esa esencia manchada, sospechas que nunca desaparecerán.
Y no busco el perdón de otros, es el mío el que ruego. La salvación del alma perdida es la que purga entre todo este desconcierto.
Deseché el amor, no lo defendí, y hoy esa pena anhelante del pasado me consume. Sus caras son bocetos inanimados que el tiempo se empeña en desdibujar, sus voces un timbre extinguido del que solo aguardo un grito. El de mi destrucción.
—¡No te marches, mamá! ¡Por favor!
El egoísmo fue más fuerte y ahora en la soledad, pago esa pena. No existe clemencia para esta causa, ni excusa, ni lamento. Porque hoy lo sé, los pasos recorridos no pueden mirar hacia atrás. 
 
 

martes, 30 de mayo de 2017

Resuello


Día 1
Aborrezco que otros tengan más razón que yo, siempre me viene a la cabeza una madre demasiado autoritaria, que nunca mostró afecto y comprensión. Me retuerzo en la incoherencia por saber que esta vez las palabras de Gabriel estaban por encima de las mías, y lo sé, no debí embarcarme en este propósito, pero necesitaba demostrarles que podía hacerlo y si era una locura, con más fuerza sería capaz de sacarla adelante, encontraría el punto de cordura en todo este proceso.
Ilusa y creída, una perfecta estúpida, yo una todopoderosa que no he necesitado nunca de nadie para ganarme un nombre y ahora veo como este baile está por concluir.
¡Qué dolor! Mis costillas, me oprimen, al oxígeno le cuesta entrar, en un esfuerzo severo estallo en carcajadas como si así lograra esclarecer un futuro tan negro como este lugar, sobrepasada por el agudo e insoportable sufrimiento, mi estabilidad mental se desequilibra. Un regusto a sangre pasea a sus anchas por el paladar, siempre he detestado ese sabor, como a hierro oxidado.
El tiempo pasa y sólo me hago una pregunta, ¿Cuánto aguantará mi cuerpo? ¿Y mi hora? Necesito saber cuando será, ni siquiera en el peor momento de mi triste existencia logro ser paciente ¡Ya! Que sea ya, por clemencia.
Maldito ego desconsiderado, quedará sobre la eternidad, cuando al fin encuentren mis huesos. El recuerdo de mi persona será, aquí yace Emma la necia. 

Día 3
Hoy lloro y lloro, lo hago en silencio sepulcral, un mutismo que pasea a sus anchas por la placida estancia de esta tumba autoimpuesta. Silencio, tanto silencio, que tiemblo incontrolablemente. Líquidos que ya no aguardan en mi cuerpo caen sobre las mejillas magulladas, viendo pasar el tiempo que no aflorará y vuelvo a compadecerme. Alma ennegrecida, logré mis metas acarreando faltas hacia otros, nadie más que estas lágrimas que derramo serán las que pesen sobre mi muerte.
De ayer no recuerdo nada, dormité gran parte del día, pero hoy por más que lo intento no consigo que eso suceda. Y lo deseo con todas mis fuerzas, una muerte dulce, sin dolor, sin agonía, pero es como si el karma me sonriera desde la distancia, anunciándome de que eso no iba a suceder.
Y hay algo que echo más en falta que nada y es la luz, sensación de candor, de abrazo, de vida. El tiempo termina, sólo pido la oportunidad de redimir, de volver a empezar, esta vez sé que lo haría bien, pero es tarde, ya no quedan opciones.

Día 4
Habito en un duermevela perenne, no logro reconocer cuando estoy consciente o es un sueño, el dolor de las costillas es apenas un cosquilleo y todo se desvanece como en un trance vacío de emociones, nada, quietud, eternidad sombría que acecha, reclamando lo que le pertenece y entonces lo veo, ¡Oh el final! Unas luces acuden en mi busca, es la hora, dejaré este mundo con tantos puntos suspensivos que compadezco la existencia ya vivida.
— ¡La he localizado! ¡Está aquí! ¡Aquí! Te tengo.


Día 2

En un tiempo pasado.
       Sigue sin haber noticias de Emma, es como si se la hubiera tragado la tierra.
       ¡Joder! No puede ser, tenemos que encontrarla, haced lo que sea necesario. Maldita mujer del demonio, terca e inconsciente.
       Mis chicos ya lo hacen Gabriel, sólo podemos esperar.
Una hora más tarde.
       Señor, han localizado la señal GPS del móvil.
—    ¿Dónde la sitúa?
—    En el Gran Pozo MTDE.
       Llevadme hasta ella.
 

miércoles, 21 de diciembre de 2016

Olvido

Hiere, se acerca sigiloso en su recuerdo, es imposible desdibujarlo. Durante meses su fuerza me consume, como una soga que va enroscándose con el único propósito de atormentar. Fluye en mi interior, asfixiándome en la miseria de verme envuelta por su desgracia, sometida en su influencia y no saber, ni querer luchar contra él. 

Es el sin nombre, está completamente prohibido murmurarlo, conocen mi reacción, de lo que soy capaz si es señalado y me permiten ese punto de narcisismo, sabedores de la locura que habita en mi interior ellos la aguardan, por respeto. 

Excluyo el olor, el timbre, tu ropa, la música que me enamoró. Aparto todo lo que un día dio sentido a lo que era mi vida. Soy un ser herido, maltratado en la crueldad de su circunstancia y me alimento de ello, una esclava. Y es que no puedo, temo que si dejo de atormentarme desaparecerás, ¿y qué será de mí sin ti? No logro entender ese futuro que se me está obligando a vivir. Por eso te conservo intacto, perenne, no permito que nada influya en nuestra historia, tú y yo, para que podamos cumplir todas aquellas promesas de las que un día hablamos. En mi mente las compongo como una melodía que en su anhelo grita a la libertad y es allí entre sueños donde por fin volvemos a estar juntos, no hay destino que logre separarnos.

Tu abrazo se convierte en el mío y nuestra historia al fin es amor. 

Es más sencillo si nada guarda sentido, no hace que sienta que estoy apocada en la desgracia de tu pérdida, de ese maldito mes de noviembre en el que te apartaron de mí.




Relato que presenté en la Comunidad de Relatos Compulsivos. Palabras obligatorias: luchar, música y noviembre.

viernes, 9 de diciembre de 2016

La enviada


   

Mi nombre es Hipólito, soy el portero de unos cochambrosos apartamentos situados en la barriada del olvido, calle de la desesperanza, s/n, o lo que es lo mismo un subalterno mal pagado que realiza todo tipo de tareas para cuatro inquilinos más apurados que yo mismo. Me defino como un ser despreciable, carente de emociones y como recomendación os pediría que por favor no cometáis el nulo error de odiarme o recelarme, para vuestra desgracia no servirá de nada, mi coraza está salpicada en desgracia.

Disfruto por no decirlo de otra manera del mal ajeno, me complace ver como otros seres incurren en la fantasía de ver progreso, donde yo por el contrario vislumbro miseria y desaliento. Así pues, desde mi pequeña cabina, los observo como caen, lloran, sufren y esos sentimientos de pérdida constante, alimentan un alma negra y perturbada, la mía. 

Hasta que el juego cambió. Para que vuestras mentes logren comprenderlo os tengo que explicar la historia de Elsa, como ya he dicho no soy buena persona por lo que no juzguéis en vano mis actos guardaban sus razones. En aquellos momentos mis excusas eran valiosas armas y los propósitos que movieron las fichas un sustento para la oscuridad. 

Recuerdo la primera vez que la vi, entró en la barraca toda docilidad, de una naturaleza pétrea, un ángel venido a este mundo a amansar el dolor de otros. Me di cuenta enseguida que sería un problema, un futuro que había construido sólido y mordaz en manos de un alma noble.  

Flaqueza extrema, ropas anchas que en su intento de disfrazar mostraban más su delgadez. Un comportamiento huidizo, no me miró en ningún momento, por lo que pude recorrerla a placer. Entonces lo vi, un corte, un rosado y marcado corte en la muñeca derecha.  

¡Oh! Elsa, Elsa...
 
Una rápida firma en el contrato de alquiler y un mundo desaparecido.  

Nunca salía del apartamento, al tiempo lo comprendí. Un tipo osco y desnaturalizado rondaba por la zona, enseguida supe que era peligroso. Pues yo que me regocijo viendo el dolor que se infligen otros, nunca he sobrepasado esa línea invisible que marca la de un trastornado a un sociópata.
Estaba claro que el tipo era impulsivo, inestable y guardaba dentro de él mucho odio. Odio que no había más que reparar, poseía nombre y apellidos.  

En ese momento es cuando cometí la primera falta, no pude controlarme, durante días prometo que intenté acallar las voces que en mi cabeza me incitaban a ello, pero un día no las aguanté más y obré. Requería silenciarlas.

Me acerqué a él, le invité a un pitillo, bocanada a bocanada no dijimos palabra alguna, una vez consumida y lista mi marcha. Lo dije. 

Apartamento 999. 

Curioso número pensaréis, pero no, la intención desde el principio fue justo esa. 

A partir de ese momento, día tras día, el tipo se colocaba delante la puerta de Elsa a esperar su premio, unas veces aporreaba la puerta con insultos y alguna que otra vaga amenaza, otras simplemente aguardaba allí creyendo que ella al no escuchar ruido saldría, pero no, siempre se mantenía escondida. Persianas bajadas, silencio mortífero, ciertamente no estaba disfrutando del proceso. Esperaba mucho más de todo aquello.  

Por lo que tuve que intervenir de nuevo y así cometer la segunda falta. Siendo francos todo aquello de mancharme las manos me tenía en vilo, unas veces sentía que traspasar la línea era toda una proeza que me estaba aliviando de la pesadumbre que corroía mi alma, otras una moral que hasta la fecha desconocía me susurraba que no debía avanzar, que frenara antes de que el goce fuera irremplazable.  

Voces interiores gritaban ¡Regresa! ¡Regresa! Pero no lo hice.  

— Señor, ¿sucede alguna cosa? 

Al advertirme se puso nervioso, casi parecía un crío, un sudor le anegaba frente y cuello, haciendo que el espectáculo fuera realmente asqueroso.  

— Ah, no, no. Es mi novia que… hace días que no sale del apartamento, ya sabe… bueno, estoy un poco nervioso. ¿Cree que podría abrir la puerta? Sólo es para comprobar que está bien, nada más. Por seguridad. 

— Sólo puedo hacerlo si realmente existe un peligro, ¿cree entonces que existe algún riesgo? O por el contrario, ¿existirá? Si es así podría abrir la puerta, pero debería darme una propina, ¿lo comprende no? Sólo soy el portero de este sitio, no puedo tomarme según qué licencias...  

Con el billete en la mano me vi el ganador de la partida. Ciertamente ser el que encajaba las piezas del puzzle nubló el enorme ego que habitaba dentro de mí, pero es que la hazaña me estaba reportando una sensación de felicidad plena.
 
Abrí la puerta, lo que encontré dentro sin duda no era lo que esperaba. 
 
 
 

Allí estaba. Estudiándome fijamente con una mirada severa, su figura antes etérea se había desdibujado para descubrirse ante nosotros con unas cinceladas alas negras que se abrían haciendo de todo aquello un digno espectáculo. Y me esperaba, pues así me lo hizo saber.  

— Por fin te dignas a entrar Hipólito. Sabía que llegaría el día, cuando encontraras una presa tan frágil como la imagen que habías gestado de la condenada Elsa, traspasarías la línea y obrarías con todo el mal que anida en ti. Ahora dime, que pensabas hacer esta vez, ¿mirar o actuar? 

— ¿Qué… qué… es todo esto? - no logré articular más palabras.

— ¡Qué lástima! ¿Viste Ángel? No lo vio venir. Se las ha dado toda su vida de analizar el entorno y esta vez ha sido justo éste el que se lo ha engullido. Siéntate, la tarde será larga querido y tenemos mucho que contarnos. Para empezar, la primera vez que nos vimos.

Miles de imágenes empezaron a pasar por mi cabeza, buscando algún recuerdo que me llevara hasta ella, pero sólo recordaba la firma del contrato, nada más. Veía el rencor, un resentimiento que sin duda iba a terminar conmigo. Sólo quedaba saber más, por lo que la escuché, no abrí boca, ni siquiera cuando Ángel sacó una alforja repleta de artilugios que parecían de otra época, sabía lo que me deparaba pero no tenía miedo, es más, iba a gozarlo. 

— Adelante… explícate.  

— Veo predisposición por tu parte, está bien, no esperaba menos de ti, así que no te haré esperar, empecemos. La primera vez que nos vimos tenías diecisiete años, vivías cerca de aquí, noto que sigues sin reconocerme, he cambiado desde entonces y también he hecho por modificar mi imagen, pelo, ropas, poses, ¿crees que quería ponértelo fácil? ¿No? Vaya que callado, está bien, sigamos… me gustaba verte desde la otra acera, como analizabas y controlabas a las personas que pasaban por este repugnante sitio, su sufrimiento era un bálsamo para tu alma. Y eso amigo, me llenaba de una curiosidad insana, a la vez por no decirlo de censura. Así que me obsesioné bastante con lo que representabas, hasta tal punto que investigué tu infancia, colegios, institutos, por donde hubieras pasado allí estaba yo libreta en mano haciendo preguntas, buscando algún trauma, razón o excusa que pudiera hacerme comprender tu forma de actuar, pero no, no encontré nada. Eres simplemente así, un ser oscuro. Una vez entendido eso, decidí que tenía que buscar la manera de hacerte salir del escondite, piensa Hipólito, piensa, ¿quién soy? 

Se quedó observándome en silencio, esperando una muestra de comprensión, simpatía o reconocimiento, no negaré que ya había averiguado de qué se trataba, pero quería verla encolerizar, eso me proporcionaría fuerza en esta batalla perdida.  

— Te tenía por alguien más inteligente, en fin… tanto tiempo preparando esto para ti, para ver que le pones tan poco entusiasmo. Todo esto hace que me aburra, Ángel cariño, haz que sufra un poquito, ¿quieres?  

De la alforja sacó unas tijeras con una punta corva, en ese momento juro que sí, me asusté, al fin y al cabo no tenía el alma tan muerta como creía.

— ¡Te recuerdo! ¡Te recuerdo! 

— ¡Oh! ¡Vaya! Pareces un animalillo asustado, está bien, lo de cortarte a cachitos lo dejaremos para más tarde, ¿te parece? 

— Sí, sí, por favor.  

— Bien, entonces dime lo que quiero saber.  

— Te veía siempre en la otra acera, sola, sin nadie alrededor. En su momento pensé que eras una presa perfecta, si hubieras vivido en mis dominios, pero teniéndote lejos no podía vigilar todos tus pasos, horarios, así que dejaste de interesarme rápidamente.  

Se acercó a mi como un gatito sumiso y me propinó una bofetada que me hizo sangrar el labio, sin duda el poco caso obtenido en un pasado la había enfurecido.  

— Así pues, ¿no te parecía interesante? 

Sentí que ganaba territorio por lo que seguí mostrándome desinteresado. 

— Como ves, no. 

Bajo pronóstico y con un autocontrol absoluto siguió como si nada.  

— Es una pena, juntos hubiéramos llegado lejos. Me sorprendió gratamente que solicitaras este puesto de trabajo y decidieras quedarte por la zona, ha hecho mucho más fácil mi tarea. Y ha demostrado lo que siempre supe de ti. Así que sólo queda por saber una cosa y es tu confirmación, ¿has traspasado la línea?  

— Antes de contestarte necesito que me lo digas, ¿qué eres? 

— Soy tu ángel de la guarda, siempre he estado cerca de ti, un ángel vengador que rompe con el mal que habita en los humanos y ahora contesta. ¿Has traspaso esa línea? 

— ¿Qué será de mí? 

— Ya hemos perdido mucho tiempo, ¿no crees? Sabes perfectamente que este es tu fin. ¿Y bien? 

— Sí confieso, la he traspasado.  

— Entonces que así sea. Desde este momento la vida que conociste dará a su fin, a partir de ahora deberás buscar a iguales y condenar sus faltas, pues esta será la única manera en la que lograrás redimir y salvar tu oscura alma.